Sabemos que el título del artículo puede levantar ampollas puesto que, por el bien de la nación, nuestra juventud debería arremangarse y tirar del carro de la maltrecha economía con patriótica abnegación y entrega. Porque si por el contrario nuestros hijos, especialmente los que están o vayan a estar bien preparados en los próximos años, abandonan el barco, España quedará a la deriva en un círculo vicioso de libro. Viviremos en una sociedad envejecida, improductiva y extractiva de un Estado en ruinas, y con una fiscalidad tan desesperadamente confiscatoria como letal. Por tanto, por el bien de la nación, nuestros hijos deberían quedarse en España y sufrir solidariamente una árdua vida en perpetua crisis, donde las licenciaturas universitarias les servirán solamente para poder conseguir un escuálido empleo precario.
Probablemente los altercados callejeros que estamos viendo en estos días en diversas ciudades españolas son la punta del iceberg del desencanto de una generación cuyo paro supera el 40% pese a los maquillajes estadísticos. Motivos en España para las protestas callejeras, otrora llamadas revoluciones, no faltan. Del clásico panem et circenses nos está quedando ya sólo el circo, con una carpa decadente y repleta de telebasura, demagogia populista y crispación. Y los disturbios, muy probablemente, vayan en aumento a medida que nuestros jóvenes despierten del sueño del Estado del bienestar en el que les mecimos sus padres. Seamos realistas, la economía española no puede ofrecer más que miseria a la inmensa mayoría de nuestros hijos. Empleos precarios en los que no podrán progresar con licenciaturas y másters, porque todos sus competidores van a tener al menos la misma titulación. Demasiados jóvenes sobradamente preparados para tan escasa y mísera oferta laboral. Esa precariedad de empleo e ingresos les va a impedir por ejemplo adquirir una vivienda y planificar la formación de una familia propia. O sea, que no van a poder emanciparse con una mínima dignidad. España no es país para jóvenes. Y cada vez más y más adolescentes, universitarios e incluso treintañeros van a despertar de su acomodada infancia a bofetones de precariedad. Y saldrán a la calle. Y reclamarán lo que álguien les dijo un día que era suyo por derecho de sangre, que no es otra cosa que un futuro digno y con oportunidades de progresar, como tuvimos sus padres o incluso algunos ya abuelos.
El gráfico que vemos arriba del CLI de España comparado con el del resto de la Euro Area (que incluye el de España) es aterrador, y llueve sobre inundado. La desesperación deshumaniza, y puede convertir paulatinamente a buenos chicos y chicas, bien alimentados y formados, en violentos manifestantes y en potenciales delincuentes. ¿Qué van a hacer si no quienes carecen de futuro? Y lo peor es que los adultos y los ancianos que vivimos en este país no podemos hacer nada más que enviar a nuestras policías, cada vez peor pagadas, al enfrentamiento callejero para tratar simplemente de reducir la quema y el saqueo de algunas propiedades privadas y públicas. Los que somos adultos hemos visto esas imágenes por televisión desde pequeños, pero siempre provenían de países llamados tercermundistas, de Latinoamérica, Asia o África. Hoy la miseria la tenemos ya demasiado cerca, en nuestras propias ciudades y extrarradios. Y los que ya hemos consumido la mitad o dos tercios de la vida con relativo éxito personal y profesional, podemos ver lo que se nos viene encima con una cierta perspectiva. Pero nuestros hijos no.
Ante este desolador panorama ¿qué debemos hacer los padres de niñ@s y adolescentes? La opción menos reflexiva y más patriótica es la de apretar los dientes y tratar de ayudar a nuestros hijos inyectándoles ayudas económicas mientras podamos, de modo que la miseria que les deparará España los devore más lentamente a lo largo de sus vidas. Pero quizá la opción más valiente y generosa sea invertir ahora ese cojín económico en la mejor formación que les podamos comprar, como si no hubiera un mañana. Porque si no lo hacemos no lo habrá para ellos.
Debemos tratar de pagarles las mejores universidades del mundo para dotarlos de conocimientos, titulaciones y bagajes personales que les permitan volar, morder y desarrollarse profesional y personalmente en los países más ricos y florecientes del planeta. Y no estamos hablando Erasmus ni de Europa sino de países como los Estados Unidos, cuyas fabulosas universidades les van a dotar de prestigiosísimas licenciaturas reconocidas en el mundo entero, y donde vivirán experiencias vitales únicas durante sus años de formación lejos de casa. Obviamente, las familias que no puedan ayudar a sus hijos con ningún tipo de herencia tampoco van a poder enviarles a estudiar a una universidad norteamericana. Pero "Estudiar en Estados Unidos es más fácil y barato de lo que crees", y su coste puede ser parecido al de enviar a tus hijos a una buena universidad privada en España. En cuanto a los costes de vivienda y manutención son los mismos o incluso menos que mandarlos a cualquier ciudad universitaria española.
Quizá os parezca una decisión egoísta o poco solidaria puesto que, como decíamos en el encabezado, si nuestros jóvenes abandonan el barco español para formarse y trabajar en países cuyas economías y oportunidades son florecientes, nuestro país será aún más insalvable. Pero como padre considero que tenemos la obligación de velar por el bienestar de nuestros hijos por delante de cualquier solidaridad nacional o colectiva. Y en España, lamentablemente, la generación de nuestros hijos (y quizá nietos) no va a tener oportunidades ni bienestar.
Por ello creemos que aquellos padres y madres que tengan posibilidad de dejarles una mínima herencia a sus hijos, les harán un flaco favor si se la dejan en forma de medio apartamentito o cien mil eurillos más en el banco. Porque a diferencia de las titulaciones universitarias españolas, graduarse en USA les va a abrir puertas profesionales no sólo en los propios EE.UU. sino también en cualquier economía puntera del mundo (léase Asia).
Ojalá puediéramos decir que nuestros hijos tienen futuro en España y que esta crisis será pasajera. Pero la cruda realidad muy otra. Como padres sabemos que es duro enviarles con 17-18 añitos a estudiar a miles de km de casa, sabiendo que no sólo se graduarán sino que probablemente trabajarán y echarán raíces lejos de España, y que por lo tanto no regresarán a casa más que de visita por vacaciones. La tentación egoísta como padres es buscar excusas monetarias para no enviarlos tan lejos y mantenerlos con nosotros. Y que estudien tan cerquita que puedan venir a dormir a diario a casa o que al menos vuelvan cada fin de semana para que les hagamos la colada y les rellenemos los tuppers de comida. Pero si no los preparamos y formamos para emigrar lejos, con las mejores armas, dientes y alas posibles, los estamos condenando de facto a una vida muy dura y complicada en España. Si se quedan aquí los tendremos para siempre muy cerquita de casa, incluso dentro… Y para entonces será ya demasiado tarde.
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