Elaboración propia a partir de los registros de la CNMV
Vemos que el mercado español han estado bastante “seco” de operaciones, que 11 empresas han hecho una OPA de exclusión (pagada por la propia empresa) para salirse de bolsa, que sólo ha habido dos OPAs de reducción (compra de parte de las acciones por parte de la empresa para que suba el valor del resto de las acciones cotizadas), realizadas por Dermoestética y Abertis Infraestructuras; que tan solo han salido a bolsa 42 empresas en catorce años, y cuyo importe global es menor que el de las OPAs de adquisición. Pero es que, además, buena parte del importe ofertado, 22.211 millones de €, se corresponde con las operaciones de Bankia y otras cajas de ahorros (para reestructurarlas) y con las salidas a bolsa de Socimis, 2.850 millones de € (por la ventaja fiscal incorporada en la legislación), al margen de la infausta oferta de cédulas participativas de la Caja de Ahorros del Mediterráneo en el año 2008.
España es un país marcado por un modelo productivo centrado en “la cerveza y el ladrillo”, plagado de micro pymes y con multitud de empresas familiares, el 70% de las cuales no aguantan la segunda generación. Sin embargo, en otros países de nuestro entorno, las empresas se crean, se profesionalizan, crecen, buscan financiación en los mercados bursátiles, se internacionalizan, dedican una parte importante de sus recursos a I+D y, de esa manera, garantizan tanto su permanencia en el mundo empresarial como los puestos de trabajo de sus empleados.
Las crisis suelen ser malas para los países débiles gobernados por personas carentes de ideas, pero son buenas para que los países fuertes, con un empresariado aguerrido y con empleados conscientes de que su productividad y su capacidad de generar valor añadido para los empresarios, son la base de la permanencia de sus puestos de trabajo, en lugar de tener que vivir de subsidios gubernamentales. Además, en España, tenemos demasiados comerciantes que compran por 10 y venden por 15, y que eufemísticamente se llaman a sí mismos empresarios, y pocos de estos últimos (Amancio Ortega, Juan Roig y unos pocos más). Desgraciadamente, es una nota conceptual característica del empresariado patrio, lo cual lastra completamente las posibilidades de recuperación de nuestro país, y el necesario cambio de modelo productivo. Que la bolsa española valga la mitad después de catorce años es algo que debería hacer reflexionar a nuestros políticos, para que dejasen de estar centrados en conseguir votos en las próximas elecciones y pensasen un poco más en el futuro de los ciudadanos, que son los que, en definitiva, les están pagando el sueldo.
Curiosamente, lo que ha pasado en los diferentes países se ha plasmado en cómo han evolucionado sus bolsas: Gran Bretaña con su Brexit sólo ha subido un 12% en trece años, Francia con su rigidez laboral lo ha hecho en un 25%, mientras que Alemania con su inmensa productividad y capacidad de gestión casi ha duplicado el valor de sus principales empresas, y Estados Unidos, paradigma de la gestión, la innovación tecnológica y la libertad del mercado laboral, ha conseguido multiplicar por tres el valor de sus empresas.
Por tanto, decir si está o no cara la bolsa es una pregunta condicionada por una previa, que no es otra que, si está bien o mal dirigido el país, o si están haciendo bien sus funciones los empresarios (invertir en I+D, profesionalizar la gestión de empresas familiares, implantación en mercados internacionales) y los trabajadores (aumento de productividad, movilidad geográfica, formación permanente). Como diría Bob Dylan, la respuesta está en el viento.
Miguel Córdoba
Profesor de Economía y Finanzas