Siento tristeza cuando veo legislar sin criterio a personas que no están capacitadas para ello. Hace cincuenta años, si había algo que caracterizaba a la izquierda que luchaba contra el franquismo era su intelectualidad. Hoy la izquierda es algo sectario, populista y, sobre todo, carente de competencia y de sentido de Estado. Cuando el PSOE, que hace tiempo ha dejado de ser obrero e incluso socialista, para dedicarse a colocar en puestos pagados por el erario a toda la banda de amigos, simpatizantes y gentes de carné, siento vergüenza ajena como español.
Y cuando veo a Nadia Calviño, que hace tiempo era economista, haberse convertido en política de pro, me da todavía más pena, porque un profesional no puede transmutarse y negar la mayor en cuestiones que cualquier técnico en aspectos económicos asumiría sin ninguna duda; y la pena es mayor, porque se me antoja que no tenemos solución, salvo que vengan los “hombres de negro” y nos organicen como país, porque parece ser que dentro no tenemos a nadie que lo haga.
Es cierto que todo esto puede ser un virus “mediterráneo”, ya que cuando un tecnócrata como Draghi ha intentado resolver los problemas de Italia, también ha salido trasquilado. Me parece que Italia, España, Grecia y Portugal estamos en el mismo paquete, el de las repúblicas olivareras (con permiso de España, aunque todo se andará), que imitan a las bananeras del Caribe.
La cesión de Sánchez a la petición de los líderes indocumentados de Podemos para que impongan un impuesto a la banca que no tiene la más mínima justificación, es un claro ejemplo de cómo una persona, por mantener su puesto público como sea, es capaz de tomar decisiones políticas de calado que no deberían de tomarse. La banca, que es un sector que ha cometido muchos errores y que los sigue cometiendo, no es culpable de la subida de las materias primas, del aumento de la inflación y de la guerra de Ucrania. Además, si empiezan a subir los tipos de interés, su activo no va a subir inmediatamente en rentabilidad, pero su pasivo sí lo va a hacer en costes de financiación, por lo que la subida de tipos de interés que, de momento, es solamente un mínimo medio punto, no es justificación en modo alguno para ese ridículo impuesto.
La banca, además, tiene 60.000 millones de euros en créditos fiscales provenientes de la absorción de las cajas de ahorros quebradas, que solamente pueden ser utilizados en un 25% en la liquidación del impuesto de sociedades, por una ley de ese ministro “socialista” que se llamó Cristóbal Montoro. Se podría perfectamente, compensar impuesto con crédito fiscal, pero eso no es lo que quiere María Jesús Montero, que, por cierto, es médico y no economista. Se trata de lanzar el mensaje a la opinión pública de que se le da un zarpazo a la banca.
No soy un entusiasta de los banqueros, pero de ahí a tratar de pintarles con cuernos y rabo hay mucha diferencia. La banca es necesaria para un país y lo que hay que hacer es regularla, no expropiar sus beneficios. Eso es más propio de economías totalitarias que de economías de mercado como, presumiblemente, es la española. Creo sinceramente que cualquier reclamación judicial que se haga por parte del sector bancario se verá refrendada por los tribunales españoles. Pero, para entonces, no estarán (o al menos, eso esperamos muchos) en el gobierno los que impusieron la fatídica norma.
Es cierto que las compañías energéticas están obteniendo unos beneficios extraordinarios derivados de un modelo “marginalista” de fijación de precios y de la tradicional existencia de cárteles de petróleo, gas, etc. Regular para evitar que los accionistas y directivos de estas compañías se forren a costa de los ciudadanos de a pie, puede tener todo el sentido del mundo. Pero en el sector bancario no se están produciendo beneficios extraordinarios, y cuando, con la crisis financiera, subió la morosidad y las cuentas de resultados de las entidades financieras quedaron bastante dañadas, nadie les hizo a los bancos una transferencia de rentas desde las cuentas públicas.
La verdad es que a la izquierda radical le cuesta mucho convivir con la economía de mercado. Para ellos, tal y como me dijo una vez en una tertulia un dirigente de Izquierda Unida, todo tenía que ser público, y no tenía que haber empresas privadas. Evidentemente, en esta situación, los que detentaran el poder (ellos) podrían decidir quién ocupaba los puestos, a qué precio se ponían los productos, dónde deberíamos vivir y si podríamos o no tomar vacaciones. Pero, por desgracia para ellos (y bien para nosotros), vivimos en una economía libre dentro de una Unión Europea libre, por lo que lo de que todo el mundo debería ganar mil y pico euros y el resto dárselo a una ONG no pasa de ser populismo barato de personas con bastante poco criterio y visión.
En fin, nos queda otro año de sufrimiento, pero después se podrán hacer bien los deberes y tratar de recuperar los restos del naufragio. Podremos tener un ministro de Hacienda que sea economista, podremos firmar un nuevo acuerdo de cooperación y amistad con Argelia, podremos dejar de derrochar dinero en gasto “social” financiándolo con emisión de deuda pública, podremos eliminar el déficit público, podremos reducir el tamaño de las administraciones públicas, podremos modificar el modelo de la Seguridad Social en vez de estar parcheándolo sin aportar soluciones y, a lo mejor, hasta podremos eliminar de una vez ese desempleo estructural de dos dígitos que está masacrando la autoestima de nuestros jóvenes.
Mucho que hacer, Sr. Feijoo. Tiene un solo cartucho en la recámara. Aprovéchelo porque no habrá segundas oportunidades. Los “hombres de negro” están al acecho, y si se les abre la puerta, luego es muy difícil cerrarla. ¡Suerte!
Miguel Córdoba
Economista