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Tipos bajos y deflación

Jesús Sánchez-Quiñones González, Director General de Renta 4 Banco
por Renta 4 Hace 10 años
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La rentabilidad de los bonos soberanos de la práctica totalidad de los países desarrollados se sitúa en niveles mínimos, pese al persistente aumento de los niveles de deuda pública. En el caso español, la rentabilidad ofrecida por el bono a 10 años apenas está en el 3,7%, o el bono a cinco años ofrece un retorno de apenas el 2,2%.

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Los tipos de bonos recogen, entre otras cosas, además de la capacidad de repago de la deuda, las expectativas de inflación de la economía. Tipos tan reducidos como los actuales reflejan una ausencia total de temores a un repunte significativo de la inflación en un horizonte considerable de tiempo.

La inflación, a través del IPC (Índice de Precios al Consumo), pretende medir la evolución del conjunto de precios de los bienes y servicios que consumen las familias españolas. La tasa de inflación no recoge la evolución de precios de activos como la vivienda o los mercados financieros. Puede coexistir una subida constante (inflación) del precio de los activos, con un IPC cercano a cero o negativo. Pese a sus limitaciones como reflejo de la evolución de precios del conjunto de una economía, mantener controlada la tasa de inflación en niveles cercanos, pero por debajo del 2%, es el objetivo primordial del Banco Central Europeo.

Evolución de la inflación española

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Desde el inicio de la crisis financiera, el gran temor de los bancos centrales ha sido la deflación, es decir, una caída generalizada y permanente de precios. La experiencia de la deflación japonesa, que ha durado cerca de dos décadas, ha estado asociada a un prolongado estancamiento económico. Se entiende que la existencia de un cierto nivel de inflación, cercano pero inferior al 2%, es adecuado y compatible con un sano crecimiento económico.

La caída de generalizada de precios no es necesariamente mala: depende de las causas que la provoquen. La reducción de precios se puede deber a una escasa demanda, a un exceso de oferta o un incremento de la productividad. Un ejemplo de deflación de precios "sana" lo encontramos en cualquier tipo de artilugio tecnológico. El precio de un ordenador o de una televisión de última generación es hoy sensiblemente inferior al de hace un par de años, incluso con un incremento considerable de las prestaciones del aparato en cuestión.

Tras la crisis de 1929, EE.UU. padeció un proceso de deflación debido a una caída generalizada de la demanda, como consecuencia de elevadas tasas de paro. Entonces la Reserva Federal tampoco ayudó a su superar dicha situación al subir los tipos de interés. En esta ocasión, primero la FED y luego el resto de grandes bancos centrales, han reducido al mínimo los tipos de interés y han inyectado cantidades ingentes de dinero para intentar reactivar la demanda.

La enorme cantidad de liquidez inyectada por los bancos centrales no se ha traducido en un fuerte crecimiento económico, ni en un mayor nivel de inflación. De momento, los principales beneficiados han sido los tenedores de activos financieros, que han visto aumentar el precio de sus activos.

Los actuales niveles de los tipos de interés de los bonos descuentan un largo periodo de bajo crecimiento y baja inflación. De momento los índices de precios en Europa se encuentran en niveles bajos, por debajo del 1%, pero todavía en positivo. Si los temores deflacionistas arreciaran, los tipos de los bonos seguirían cayendo. Por el contrario, si de verdad estamos ante siete años de crecimiento económico, como pronosticaba recientemente la directora gerente del FMI, las tensiones inflacionistas acabarán por aparecer y, como consecuencia, los tipos de los bonos subirán.

Por Jesús Sánchez-Quiñones González
Director General de Renta 4 Banco


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