El próximo año se cumplirán cuatrocientos años desde que se publicó la segunda parte de El Quijote de Miguel de Cervantes, y uno se lamenta de lo poco que ha cambiado España desde entonces. Era la época en la que en el Imperio Español no se ponía el sol, y en la que tristemente toda la plata y el oro de las Indias, según llegaba a Sevilla en los galeones, se enviaba a los banqueros alemanes e italianos para financiar las Guerras de Religión, sin que se quedara un solo ducado en los pobres pueblos castellanos.
El genial escritor ponía a su personaje luchando contra unos monstruos que resultaban ser molinos de viento, y hacía que tanto él como su escudero sufrieran la humillación de ser los bufones de los nobles para que Sancho fuera acreedor a la ínsula Barataria. La verdad es que no sabemos si Cervantes tenía facultades de vidente, pero lo cierto es que si nos imagináramos un molino en el que las aspas fueran la ausencia de crédito, el déficit público, el volumen de Deuda Pública, la tasa de morosidad bancaria, el nivel de desempleo y la corrupción política, no me extrañaría que el caballero de la triste figura los identificara con monstruos que asolan el terruño patrio y se lanzara con su lanza y su adarga contra ellos.
El problema es que la adarga no le protegería, la lanza se le partiría y acabaría en el suelo como le ocurrió al caballero. Y es que a veces, los políticos españoles son como Alonso Quijano. Sólo ven lo que quieren ver, y lo que quieren ver lo desdibujan para creer que ven lo que les gustaría ver. Parece que las alharacas de diciembre empiezan a contenerse y que ya en febrero no se tiene tan claro que vayamos a derrotar a las aspas del molino en buena lid.
Nuestra Barataria se demostró que era una utopía, y que los “alemanes del sur” no eran otra cosa que bosquimanos que al final iban a acabar recogiendo raíces en el desierto. Se nos pusieron vendas en los ojos, y se nos hizo cabalgar sobre caballos de madera, mientras los países nobles del norte sonreían al vernos sacar pecho y decir “soy español”. Y sólo una cosa nos salvó, el que los banqueros alemanes y franceses estuvieran hasta arriba de deuda pública española. Eso mismo que salvó a Grecia, pero esos mismos banqueros que prometieron a Frau Merkel que mantendrían la deuda griega en cartera, han incumplido sus promesas y ya se han liberado, y Grecia va ahora a por el tercer rescate, hasta que se le diga que ya no hay más tu tía.
Y lo que no sabemos es lo que están haciendo los banqueros alemanes y franceses con la deuda española, desde que se produjo el rescate…., digo, la “ligera” aportación de crédito para salvar a las entidades financieras en dificultades. Sería interesante que los próceres económicos del Gobierno vigilasen la posición en deuda española de los banqueros extranjeros, porque una vez que se liberen del problema, los “nobles” que nos concedieron la “ínsula”, pueden olvidarse de nosotros, y al final acabaríamos en el arroyo como los personajes de Cervantes.
Esto de desfacer entuertos es lo que tiene. Cervantes se inspiró en el Amadís de Gaula para escribir su inmortal novela, y desde entonces, se ha convertido en una nota conceptual característica de nuestra existencia. Los españoles somos así, ¡nobleza obliga!; siempre vamos a pecho descubierto a luchar en plan caballeresco contra todo, y al final nos dan hasta en el carnet de identidad. Y esta no va a ser una aventura diferente de las vividas en los últimos quinientos años. Vamos a acabar como siempre. Tuvimos una oportunidad de hacerlo bien hace treinta años, cuando teníamos la ilusión de ser un país distinto de aquél al que nos había abocado la Historia, y la desaprovechamos. Los hombres de Estado de la Transición se tornaron en “políticos de carrera” de currículum vacío, y de donde no hay, no se puede sacar.
Hace poco decía Leguina que “Zapatero había sido el peor presidente del país y que está por ver si además no se había cargado al PSOE”. Dejemos tiempo a Rajoy para que acabe su obra y podamos valorar su legado. Puede que después de un largo camino en vez de una UCD tengamos tres. Los españoles nos tenemos que quitar la venda de los ojos con la que nos han tenido durante dos décadas como a Don Quijote y Sancho en el capítulo de la ínsula Barataria. ¡Qué dejen de mofarse de nosotros! No lo merecemos.
Mientras no consigamos que los partidos políticos actúen de crisol de las ideologías, que se doten de estatutos con democracia interna, que se exija a sus candidatos un mínimo de formación, de experiencia profesional y de conocimiento de idiomas, no podremos mirar a la cara a los políticos de otros países, donde esa cualificación se da por supuesta. Dirigir un país no puede ser una labor a realizar por tuercebotas en busca de visibilidad, sino por una élite pluridisciplinar de personas con la cabeza bien amueblada y que tengan claro que prestar el servicio a su país es como si hicieran otra vez el Servicio Militar, cuatro años, ocho a lo sumo, y después a lo suyo, con la satisfacción del deber cumplido. Los demás, sobran.