Una de las frases más conocidas de El Quijote es la que titula este artículo. El pobre Sancho representaba como nadie al pueblo llano español, montado en burro y sufriendo los avatares del destino a los que le llevaba un Alonso Quijano montado en su caballo y pensando que el mundo en el que él creía vivir era muy diferente de aquel en el que realmente vivía.
Por eso, me ha sorprendido que en el debate del Estado de la Nación, nuestro excelso Presidente no haya comenzado su discurso con un “Cosas veredes, amigos del pueblo español”, porque la España que ve Don Mariano dista mucho de ser la que realmente ve el pueblo llano. Al parecer, todo va bien, ya se han acabado nuestros problemas y nos espera un futuro más que prometedor. Luego, uno apaga el televisor, se sirve un café (todavía no hemos tenido que recurrir a la achicoria de la postguerra), y se pone a mirar al techo, y se atreve a decir: “¡Dios mío, que he hecho yo para merecer esto!”.
El hecho es que España sigue gastando más de lo que ingresa, y ello a pesar del latrocinio que supone el modelo fiscal español actual. Una unidad familiar en la que los dos trabajando generen 45.000 € brutos anuales le da al erario público el 40% de lo que gana, entre IRPF, IVA y Seguridad Social. Esa es la pura realidad del macabro machaque que está haciendo el Sr. Rajoy a las clases medias españolas. Luego están el IBI, la tasa de basuras, el impuesto sobre alcohol y tabaco, y un largo etcétera de tasas, multas y demás exacciones, amén de pagar la hipoteca y de dar de comer a los hijos, que hacen que los ciudadanos se ahoguen y que se vean como esos pobres inmigrantes a los que se les lanzaban bolas de goma.
El ciudadano medio empieza a tener miedo de las Administraciones Públicas, y eso hace que ennegrezca su actividad, que se meta en su cueva y que no quiera salir, ni siquiera para consumir, uno de los grandes males de la Economía española. No se consume y si se hace, se procura hacer “en negro”, para no darle ideas al Sr. Montoro, que va a acabar sometiendo a impuestos hasta el aire limpio (“en China lo tienen sucio y no protestan, por lo que si aquí se lo doy limpio, que paguen por ello…” ¿nos entendemos?).
Y entre medias, vuelve a aparecer el fantasma de la deflación, y por segunda vez en cinco meses, se pone el IPC negativo, a pesar de las declaraciones del Sr. De Guindos de que lo ocurrido en el mes de octubre cuando bajó una décima interanual el IPC, había sido algo atípico y que no había que darle importancia. ¡Pues hay que darle mucha importancia!, entre otras cosas, porque llevamos el mismo camino que Grecia, que en el año anterior tuvo una deflación del 2,7%.
Y si vamos a pedirle un préstamo a un banco, van a seguir diciéndonos que no, y si vamos a buscar trabajo a una empresa nos van a decir que nos demos nosotros de alta en autónomos y que luego prestemos el servicio, y así se ahorran las cotizaciones de la Seguridad Social, y además nos van a contratar por horas y con un contrato precario y si pueden pagarnos 600 € mejor que si son 700 €, y lo más triste de todo ¡que son lentejas!, porque en España ya no se negocia, ya no tienen razón de ser los sindicatos “de clase”. Si quieres trabajar, tienes que tragar por lo que te digan, y encima agradecer que se hayan dignado a fijarse en ti.
Así que entre todos los españoles deberíamos hacer una suscripción pública y regalarle al Sr. Rajoy un rocín de buena planta, e incluso le podríamos llamar Rocinante, a ver si el ínclito se da por aludido, porque nos está llevando por esos caminos del Reino de Jauja, que sólo él y sus acólitos creen ver, y cuando llegue un día en el que se nos ponga enfrente el Caballero de los Espejos, versión Frau Merkel, y se caiga de su Rocinante y muerda el suelo, todos lo morderemos con él, y después tendremos que recordar la letra de aquella vieja canción de Serrat, “….hazme un sitio en tu montura, caballero derrotado…”, porque ya no podremos huir de nuestra derrota.
Sí, ya sé que luego la Historia nos juzgará a todos, y en particular a los que han tenido visibilidad pública, pero los políticos tienen su ego y su autoestima de cartón piedra; no se alteran por nada, y si no, que se lo digan al Sr. Rodríguez Zapatero, que va por ahí con cara de no haber roto nunca un plato a las escasas entrevistas que algunos medios le conceden.