Sabido es que la interpretación dominante de la crisis de España, y de la Eurozona en general, sigue las directrices canónicas del keynesianismo: dado que el sector privado no gasta lo suficiente, la producción y el empleo se hallan bajo mínimos, lo que queda plasmado en una baja inflación. Quienes más padecen esta carestía de demanda son los países periféricos, cuyas empresas deberían ganar competitividad vía precios frente a las del Norte de Europa para así conseguir que la demanda exterior los saque del atolladero y estimule su aparato productivo.
Lo repetía hace unos días Martin Wolf: la demanda real de la Eurozona en el cuarto trimestre de 2013 aún era un 5% inferior a la de 2008 y la de países como España lo era en un 16%. Normal, piensa Wolf, que la Eurozona esté sumida en una incipiente deflación que elBanco Central Europeo debería estar combatiendo con decisión, aunque sólo fuera para que los precios de los países ricos del Norte de Europa aumentaran más rápido que los de los países pobres del Sur, logrando así que éstos últimos recuperaran su competitividad.
La narrativa es de sobras conocida y ya hemos tenido ocasión de criticarla en otras ocasiones. En particular: España —y el mundo en general— no adolece de un problema de demanda, sino de oferta. No se trata de que no gastemos lo suficiente, sino de que durante años hemos malgastado difiriendo el momento del pago (endeudándonos) y ahora toca pagar no sólo los malgastos pasados sino los más racionales gastos presentes, para lo cual no nos queda otro remedio que reconvertir una estructura productiva que esos malgastos pasados descompusieron y que no está, en consecuencia, capacitada para generar la riqueza con la que pagar sus deudas (malas inversiones). La tesis tampoco es novedosa, ya que constituye la esencia de la Teoría Austriaca del Ciclo Económico.
Acaso lo novedoso sí esté en quién suscriba la esencia de esta tesis y les explique a Wolf, y a tantos otros keynesianos, por qué yerran: nada menos que el gobernador del banco central de la India, Raghuram Rajan. El artículo de Rajan, publicado hace poco más de un año, resume perfectamente el problema de fondo de los planes de estímulo fiscales y monetarios: la demanda inducida por los planes gubernamentales de estímulo no es la misma demanda que se indujo por el sobreendeudamiento privado años atrás, no sólo porque los nuevos demandantes no son los mismos que los antiguos demandantes, sino porque los antiguos demandantes no tienen ningún interés en seguir gastando en los mismos burbujísticos bienes que gastaban otrora: “Es fácil darse cuenta de por qué un estímulo a la demanda, como puede ser el de recortar el impuesto sobre la renta, no tiene por qué resultar eficaz para lograr el pleno empleo. El estímulo general va a parar a todo el mundo, no sólo a los antiguos prestatarios. Y los patrones de gasto de cada persona son distintos —la familia rica y anciana compra joyas en Tiffany y no un coche en General Motors–. E incluso los antiguos prestatarios es dudoso que usen el dinero obtenido del plan de estímulo para seguir comprando más casas”.
Pero si los planes de estímulo no consiguen restablecer los antiguos patrones de demanda, es evidente que no lograrán relanzar un aparato productivo moribundo especializado en atender esos antiguos patrones de demanda. Tenemos una economía mal adaptada a las necesidades de trabajadores, capitalistas y acreedores y sólo reconstruyéndola podremos volver a generar riqueza de manera sostenible: aquellos sectores hipertrofiados con respecto a la demanda deben ser cercenados y aquellos sectores atrofiados con respecto a la demanda deben florecer. Es decir, la armonía y el equilibrio deben restablecerse.
En este sentido, la solución de Rajan tampoco sorprenderá, pues es la misma que vienen repitiendo los economistas austriacos desde hace años: libertad de mercado para favorecer la recolocación de factores productivos entre industrias y ahorro para financiar la inversión en esas nuevas industrias y el repago de la deuda. Lo que en ningún caso deberíamos estar haciendo es permitir que el Estado, con la excusa de suavizar la transición, esté en realidad obstaculizándola y manteniendo a flote empresas zombie: “La única solución sostenible es permitir que la oferta se ajuste a las fuentes de demanda normales y sostenibles —facilitar que los trabajadores de la construcción y de la industria automovilística se recoloquen en las industrias que muestren un perfil de crecimiento más acelerado—. Lo peor que pueden hacer los gobiernos es entorpecer y apoyar empresas inviables o sustentar la demanda de industrias inviables mediante el crédito barato”. Es de celebrar que, por fin, un banquero central haya comprendido en toda su profundidad La Ley de Say.
Claro que, para nuestra desgracia, sólo ha sido uno el que la ha comprendido: los gobiernos y el resto de bancos centrales han estado desde el comienzo de la crisis siguiendo un camino opuesto al aconsejado por Rajan. El no querer afrontar que las reestructuraciones de la oferta son costosas y lentas (como suelo decir: una cementera no puede reconvertirse ipso facto en un resortturístico o en un laboratorio de I+D) les ha llevado a dopar al enfermo, una irresponsabilidad cuyas consecuencias se dejarán sentir durante muchos años: “El mal diagnóstico tendrá efectos duraderos. Los países desarrollados tardarán décadas en amortizar sus excesos de deuda pública mientras sus bancos centrales tendrán que vaciar sus sobredimensionados balances y dar marcha atrás en su promesa de apoyar a unos mercados que se han vuelto dependientes de esas promesas”.
La obsesión de buscar, por el lado de la hinchazón de la demanda, una inexistente alternativa a la sana y flexible reestructuración de la oferta no nos conducirá a una más pronta recuperación, sino a japonizarnos. Fue la demanda desproporcionada, financiada por el endeudamiento insostenible, lo que nos condujo desde un comienzo al caos actual: no será esa misma demanda desproporcionada y financiada por la deuda lo que nos saque de él, sino el reajuste de la oferta hacia nuevos sectores que no necesiten vivir del endeudamiento insostenible. O dicho de otra forma más llana: la forma de restablecer el crecimiento de la economía española no es logrando que la gama alta de coches alemanes se encarezca este año un 2% para así abaratar relativamente los pisos de Seseña ante el comprador internacional con la esperanza de que, tras venderlos todos, podamos volver a relanzar la industria de la construcción recolocando en ella varios millones de parados. No, la forma de salir de la crisis no es regresar a la burbuja, sino reparando los ingentes daños que ésta causó: ahorro y libre mercado. Oferta equilibrada y no demanda desequilibrada: riqueza y no despilfarro.