Uno de los debates más interesantes que los economistas están manteniendo en la actualidad es el que se refiere al papel de los Bancos Centrales en la actual crisis económica. Los diferentes modos de actuación con que la Reserva Federal americana y el Banco Central Europeo se han enfrentado a los problemas de sus sistemas bancarios y a los efectos colaterales sobre la economía han supuesto un destino económico muy distinto para ambas regiones. Así pues, hay dos claras corrientes de opinión al respecto:
1. - Los partidarios de la actuación de la FED, abogan por un uso amplio y heterodoxo de herramientas monetarias con objeto de no sólo controlar los niveles de precios sino también de incidir en el crecimiento y otras variables económicas, como por ejemplo el desempleo. Gracias a este enfoque, la economía americana ha podido superar con creces sus niveles de PIB anteriores a 2008, creando más de ocho millones de puestos de trabajo y haciendo descender la tasa de desempleo desde sus máximos del 10% hasta el 6,7% actual.
2. - Los que respaldan la actuación del BCE, lo hacen argumentando que su intervención se enmarca en el ámbito de una unión monetaria, donde el mandato fundacional para el banco emisor centra su función en la vigilancia de la estabilidad de precios dentro del área común, sin tener en cuenta el resto de variables que afectan a las economías de los países que la integran.
En mi opinión, ambos grupos de opinión tienen razones suficientes para justificar sus posturas, y muchas de ellas razonables. No se puede negar que la FED ha conseguido un éxito incontestable con el manejo de su política monetaria cuantitativa, el ya famoso QE, al estabilizar su economía y ponerla de nuevo en la senda del crecimiento. Pero sus detractores critican que se trata de un sistema injusto de actuación que provoca grandes desequilibrios a largo plazo y oculta las debilidades estructurales de la economía.
En cierto modo, el QE persigue aliviar la carga a los agentes más endeudados (quizá aquellos que tuvieron una actuación irresponsable y fueron causantes de la crisis en sus orígenes), a costa de penalizar a los agentes menos endeudados. En este trayecto, implícitamente se fomenta un retorno a las prácticas arriesgadas que trajeron consigo los problemas de hoy. Es muy probable, que entre los desequilibrios futuros se encuentren nuevas burbujas de activos a consecuencia de las políticas de dinero fácil y movimientos extremos de capitales apoyados en estas "dosis artificiales" de moneda.
Por ejemplo, ya se han atribuido a estas políticas poco ortodoxas los últimos episodios de turbulencias en las zonas emergentes, algo que está causando una seria preocupación a muchos analistas.
Del mismo modo que los analgésicos calman el dolor y la fiebre pero no curan la enfermedad subyacente, los estímulos monetarios tienen efectos positivos sobre la economía financiera pero ocultan los desequilibrios estructurales de la economía real y retrasan sus inevitables reformas.
Las políticas convencionales emprendidas por el BCE, sin embargo, adolecen de una dolorosísima falta de pragmatismo. El control de precios no debería ser un fin en sí mismo, si éste no puede ser entendido en el contexto de una dinámica económica saludable. Europa lleva cinco años condenada a un pírrico crecimiento y una altísima tasa de paro que ronda el 12%, como consecuencia de una fatal combinación de inacción monetaria y políticas fiscales totalmente equivocadas.
El siguiente gráfico muestra una comparativa de la evolución del tamaño en base 100 de los balances de cada uno de los bancos centrales fruto de sus distintas políticas. (Fuente Gráfico: Amundi)
Es muy probable incluso, que el efecto de estas políticas restrictivas esté estrechamente relacionado con los incipientes síntomas de deflación que estamos apreciando en Europa. Esto podría llegar a provocar un giro hacia un QE a la europea por parte del BCE llegado el caso en un intento de evitar mayores caídas en los precios.
La deflación no sería un asunto menor, pues las caídas en los precios son radicalmente contrarias al crecimiento económico. No sólo conllevan cada vez menores ingresos para los productores, sino que también amplifican el peso de las deudas y generan expectativas negativas que invitan a contraer el gasto de los consumidores.
A mi juicio, el pernicioso efecto de las políticas llevadas a cabo en Europa en contraste con el resultado obtenido en Estados Unidos, justifica por sí solo una revisión profunda y crítica de dicha actuación. Una férrea disciplina fiscal centrada en la reducción del gasto de los gobiernos combinada con unas políticas monetarias mucho más expansivas hubiera resultado una receta mucho más efectiva, todo ello sin perjuicio de la ejecución de las reformas llevadas a cabo.
Veremos finalmente si las "recetas a la europea" terminan por dar fruto sin la necesidad de vernos abocados a un QE y sobre todo, comprobaremos quizá dentro de varios años si las actuales políticas de la FED han causado más problemas que los que ha solucionado. Para entonces, esperemos haber salido ya de esta crisis...