Cuando era estudiante a finales de los años setenta, los profesores de Economía nos hacían hincapié en un estudio para valorar la Riqueza Nacional de España, que se había elaborado con un grupo de eminentes economistas españoles. Evidentemente, los profesores que nos lo contaban habían formado parte de ese grupo. Desde entonces, no he vuelto a oír hablar de aquel concepto, que suponía una agregación de las infraestructuras, inmuebles, pinturas, esculturas, etc., que componían todo lo que pudiera significar riqueza en un país.
Han pasado muchos años, y en estos momentos de profunda recesión, cuando uno ve cómo se trata a los ciudadanos de a pie en los diferentes países europeos, y la situación de las finanzas de los países del arco mediterráneo se encuentran tan maltrechas, nos surge la duda de si la forma en la que se mide el déficit, la deuda y demás, tiene demasiado sentido.
Está claro que los Presupuestos Generales del Estado constituyen un presupuesto de resultados, y más que de resultados, de tesorería: lo que se cobra y lo que se paga, y eso efectivamente tiene un déficit que es poco justificable, sobre todo por el lado del gasto público.
Pero, el otro gran parámetro, la Deuda Pública emitida, formaría parte de un presupuesto de balance, aunque sólo se estaría considerando el Pasivo de la entidad, en este caso el Estado español. Nos faltaría por tanto, incorporar el Activo, es decir, la Riqueza Nacional, para ver si el Estado está o no en quiebra como muchos afirman. Si tenemos un billón de euros de deuda, deberíamos tener al menos un billón de euros de activos en los que se ha invertido dicha deuda a lo largo del tiempo por parte de todos los españoles a través de sus aportaciones vía impuestos, tasas y demás exacciones fiscales.
Realmente, si valoramos la Riqueza Nacional llegaríamos a la conclusión de que el Activo de España es mucho más que su deuda, entre otras cosas, porque es la acumulación de riqueza durante tres mil años, y esa riqueza permite a los españoles disfrutar de las mejores pinacotecas del mundo, unas infraestructuras viarias y ferroviarias que ya querrían para sí en Estados Unidos, y no digamos en los países emergentes que tan de moda están con su crecimiento. La misma China, paradigma del crecimiento actual, es un país en el que la mayoría de la población rural vive en la Edad Media, y si nos vamos a Latinoamérica, podríamos también comprobar que la calidad de vida dista mucho de la española. Y si miramos en Europa, podemos afirmar que España es uno de los países donde mejor se vive, y donde se ha producido en tremendo esfuerzo de modernización en los últimos treinta años, que no tiene parangón en otros países de nuestro entorno.
Por tanto, no debemos pensar que todo el endeudamiento en el que ha caído España en las últimas cuatro legislaturas es dinero que se ha tirado a la basura, ni mucho menos. Sí se ha despilfarrado en aeropuertos que no tienen aviones, en líneas de AVE con doce pasajeros, en ciudades de la ciencia y parques temáticos, o en autovías radiales que no cubren sus costes, y no deberían haberse construido. Pero la mayor parte del dinero gastado ha servido para que tengamos la red de alta velocidad más importante de Europa, unos anillos de circunvalación de ciudades que permiten la circulación fluida de vehículos, y por tanto, una menor contaminación en atascos, unos aeropuertos (los de verdad) al más alto nivel internacional, unas infraestructuras de turismo que son la envidia de la mayor parte de los países; y lo que es más importante, un nivel cultural de los ciudadanos españoles, sobre todo de nuestros jóvenes, que nada tiene que ver con la España de hace cincuenta años.
España por fin se ha hecho rica, tanto en lo material como en lo inmaterial, aunque eso no se reconozca en las estadísticas de Eurostat, y eso debería hacernos recapacitar sobre lo que nos está ocurriendo. Tenemos una tremenda crisis de confianza en nosotros mismos; de tanto decirnos la Señora Merkel que somos unos despilfarradores, que sólo sabemos endeudarnos y que no generamos más que déficit, al final hemos acabado por creérnoslo, y sencillamente no es verdad. Ha habido un grupo de individuos que han utilizado su poder como cargos públicos para enriquecerse y han arrastrado a la quiebra a cajas de ahorros, empresas públicas y demás, pero eso no es España; eso es un grupo de facinerosos que siempre han existido en todos los países y en todas las épocas.
Tenemos que levantarnos, tenemos que recuperar nuestra autoestima, y sobre todo, tenemos que tener derecho a elegir cómo va a ser nuestro futuro. Y si para ello hay que cambiar la Constitución de arriba abajo, hágase, con el consenso necesario de hombres de Estado que sustituyan a la penosa clase política actual, y que seguro que los hay. Y si se llega a la conclusión de que no es bueno continuar en el euro, salgamos de la Unión Monetaria, en vez de empecinarnos en seguir estando mientras sacrificamos a una generación completa de españoles. No es concebible que en una situación como la que vivimos, no se pueda conseguir un gobierno de concentración en el que todas las fuerzas políticas aunaran esfuerzos para sacarnos de esta crisis, en vez de tirarse los trastos a la cabeza sin solución de continuidad.
Así que, aunque tengamos más que motivos para estar indignados, dejemos de compadecernos a nosotros mismos. No tenemos que envidiar en nada a un francés, a un alemán o a un inglés, y no digamos, a un italiano. Pongámonos en pie y empecemos a caminar en la dirección correcta, recuperemos nuestros valores, incluidos los mediterráneos, y meditemos el sentido de nuestro voto en las próximas elecciones. No nos quedan muchos grados de libertad en materia de toma de decisiones.