El ministro de Hacienda Cristóbal Montoro está feliz. Ha vuelto a incumplir por segundo año consecutivo el objetivo de déficit. Dos de dos. Lo ha hecho, además, saqueando tributariamente a los españoles y escondiendo debajo de la alfombra de 2014 buena parte de los escombros de 2013.
Salvo pinchar la burbuja estatal -esto es, salvo reajustar el tamaño del Estado a las proporciones que exhibía antes de la burbuja inmobiliaria-, Montoro ya lo ha probado casi todo; el año pasado incluso aceptó estoicamente la reprimenda de Eurostat por retener contablemente ingresos fiscales que no le correspondían.
¿Por qué Montoro prefiere enfangarse en la contabilidad creativa y repartir rejonazos fiscales a diestro y siniestro antes que remediar el problema subyacente? ¿Por qué recurre a la chapuza liberticida y margina las soluciones respetuosas con nuestras libertades? Aplicando la navaja de Occam, acaso debiéramos concluir lo evidente: que Montoro tiene mucho más de liberticida que de liberal. Sin embargo, el de Hacienda prefirió darnos una interpretación ingeniosamente esquizofrénica durante la presentación del saldo de las cuentas públicas de 2013.
Al ser interpelado por la pasividad del Gobierno a la hora de reducir el déficit en 2013, Montoro se defendió afirmando que recortar el gasto durante el pasado ejercicio habría socavado la incipiente recuperación en la que, a su juicio, ya se halla irremediablemente inmersa la economía española. Fue precisamente porque el Ejecutivo no escuchó los cantos de sirena de aquellos economistas que defendían una mayor austeridad por lo que los brotes verdes han terminado arraigando y el futuro se contempla ya esplendoroso.
La austeridad impostada
La justificación no pasaría de un mal refrito entre keynesianismo populista y populismo keynesiano de no ser porque, minutos antes, Montoro acababa de elogiar la responsabilidad de su Gobierno a la hora de embridar el déficit mediante valientes políticas de austeridad. Según había relatado el titular de Hacienda, fue la austeridad la que permitió recuperar la credibilidad internacional del Tesoro, reabrir los flujos de crédito hacia la economía española y restablecer la financiación a tipos de interés razonables.
Claridad de confusión: la austeridad nos ha salvado, pero a la vez nos habría condenado de haberla aplicado con decisión. Acaso piense Montoro que su Ministerio nos la ha suministrado en la dosis justa; entre quienes proclamaban una emisión ilimitada de nueva deuda pública y entre quienes defendían su contención, el Partido Popular habría encontrado el virtuoso punto medio. El centro no ya político, sino también económico. Nada de austeridad mata, pero algo de austeridad también mata, de ahí que el óptimo económico sea el de ubicarse en la cuasi nulidad de los recortes mientras se aparenta estar ejecutando algunos de cara a la galería.
Esa austeridad impostada ha sido lo que ha caracterizado estos dos años de gobierno del PP. El saldo de recortes implementados ha sido simplemente deplorable en comparación con la gigantesca magnitud del déficit que había (y que sigue habiendo) que atajar. Por un lado, los desembolsos en empleos corrientes apenas se han reducido en 2.000 millones de euros desde 2011: el gasto en personal ha caído en 7.500 millones, el gasto en consumos intermedios lo ha hecho en 6.000 millones y las subvenciones y transferencias a empresas privadas se han reducido en casi 4.000 millones; en contrapartida, empero, las prestaciones sociales y el gasto en intereses han aumentado en más de 15.000 millones. Por otro, ha sido la inversión pública la que se ha llevado el verdadero tajo: una reducción de más de 17.000 millones de euros desde 2011.
En total, pues, el PP ha recortado el gasto público en algo menos de 20.000 millones de euros para hacer frente a un déficit que, cuando llegó al poder, ascendía a 95.000 millones. Eso, y el indiscriminado expolio fiscal que le ha permitido aumentar la recaudación en casi 8.000 millones de euros, ha sido todo. Montoro se ha negado a redimensionar el sector público pinchando la burbuja estatal: rehén de sus demonios keynesianos, ha preferido presentar un exiguo y dopado crecimiento del PIB que insufle esperanza en lugar de un saldo presupuestario equilibrado que refuerce nuestra solvencia.
Esa ha sido la política económica del PP en estos dos años: seguir acumulando déficit de 70.000 millones de euros al grito de austeridad. Un esquizofrénico keynesianismo a medio fuelle cuyo colapso sólo ha sido prevenido hasta la fecha por obra y desgracia de Mario Draghi.