Entre los millonarios del mundo, entre los que forman parte de la historia y los actuales, es difícil encontrar a alguien tan perseverante como Ray Kroc, el hombre que conoció el éxito a los cincuenta años, justo la edad en la que muchos ya se saben derrotados o están pensando en la jubilación. Kroc, quien además era diabético, había perdido su vesícula biliar y sufría de una severa artritis desde mucho antes de cristalizar su proyecto, dijo algo que todo hombre de éxito debe recordar: “El trabajo no mata. El ocio si…ese suele ser mortal”. Además agregó lo siguiente: “La perseverancia es lo más importante. Incluso más importante que el talento o el genio”.
Kroc se había desempeñado como vendedor de una serie de productos. Era un excelente vendedor, pero no parecía coronar sus esfuerzos. Fue cuando visitaba el local de los hermanos McDonald, quienes eran sus clientes, que se dio cuenta del potencial del negocio. Y es que Kroc tenía el olfato de viejo vendedor: era rápido detectando oportunidades. Fue así como, después de varias negociaciones, convenció a los McDonald de darle la oportunidad de abrir un local por su cuenta con la condición de reportarles un porcentaje de las ganancias y mantener la identidad del negocio.
Fue una apuesta prometedora. Ante la rápida expansión del negocio, intuía cada vez con mayor intensidad que tenía entre manos un negocio soberbio…el único problema era que no lo tenía realmente en sus manos. Había un contrato que lo ligaba a los hermanos McDonald. Pronto le resultó evidente que, si deseaba hacerse rico y lograr que tres locales se conviertan en una cadena gigante, como la que soñaba, no tenía que tener trabas. Debía rescindir su contrato y eso es lo que decidió hacer.
Optó por la manera directa y telefoneó a Dick McDonald para pedirle el precio del negocio. Cuando, dos días más tarde, el hermano McDonald le dijo el precio que pedía, Ray Kroc, estupefacto, dejó caer el teléfono. Es que la cifra que le había dicho McDonald era para dejar sin aliento a cualquier administrador: $ 2´700, 000 para quedarse con todo el negocio.
En esa época, e incluso hoy, era toda una suma. Y, además, Ray Kroc estaba lejos de poseerla, sobre todo después del divorcio de su primera esposa, que había tenido lugar en ese lapso.
Mire usted, señor Kroc – explicó Dick- mi hermano y yo nos hemos ganado en buena ley ese dinero. Hace treinta años que trabajamos en este negocio. Quisiéramos que nos quedara un millón de dólares a cada uno, libre de impuestos, y así le concederíamos a usted todos los derechos, incluido el nombre y todo lo demás.
¿Cómo reunir semejante suma? A la mañana siguiente Kroc convocó a su estado mayor y, unos días después, logró que Jhon Bristol, entonces consejero financiero de la Universidad de Princeton, se hiciera su socio capitalista. Bristol logró conseguir, mediante diversos financistas, los fondos necesarios. El costo total de la transacción se elevó hasta los 14 millones de dólares, y las previsiones de Kroc indicaron que había que esperar a 1991 para reembolsar la totalidad del préstamo. Pero en 1972 ya lo había devuelto todo. Kroc había cometido un pequeño error de cálculo: había basado la proyección financiera en las ventas de 1961, sin prever, pese a su optimismo, un crecimiento tan rápido.
Acababa de dar el gran paso por el camino de la fortuna. Pero todavía faltaba mucho para ganar la partida. Debió afrontar numerosas batallas administrativas y legales, demostrar una gran calidad de gestor y financista. La expansión del Imperio McDonald fue fenomenal. En 1977, cuando Ray Kroc publicaba su edificante autobiografía, McDonald ya poseía 4,177 restaurantes en los Estados Unidos y otros 21 países. Y de allí hasta hoy no ha dejado de crecer. Las ventas totales superaban los 3 mil millones de dólares.
Este brillante hombre de negocios impuso a todos sus concesionarios una política extremadamente firme que explica en gran parte su éxito. Su preocupación por los detalles era proverbial. Y tampoco es extraña a su éxito. Se trata a menudo de una serie de pequeños detalles en apariencia sin importancia, pero que hacen la diferencia entre el fracaso y el éxito. Esta preocupación es el resultado de la experiencia, y sobre todo de una atención constante, siempre en procura de un mejoramiento, por ínfimo que sea.
Ray Kroc habría podido pasar por maniático. Tanto era su exigencia en cuanto a los detalles (sobre todo los concernientes a la limpieza), que alguna vez declaró lo siguiente: “Siempre me hacía feliz ver alguno de mis locales. A veces, sin embargo, lo que veía no me daba tanto placer. Ocurría que se olvidaban de encender el cartel no bien caída la noche, y eso me ponía furioso. O bien había basura en el piso y me decían que no habían tenido tiempo para recogerla”.
Trabajó hasta el final de su vida, siempre consagrando su tiempo a procurar personalmente los locales donde abrir nuevos restaurantes. La sociedad McDonald adquirió un avión que utilizaba para estudiar nuevos terrenos, buscando las ubicaciones próximas a escuelas e iglesias.
Pese al dolor que le provocaba una cadera deformada, Kroc seguía desplazándose, asistiendo a la oficina. Para un hombre como él, sin duda el sufrimiento era preferible a la inercia. Hacia el fin de su vida alguien le reprochó que para una persona adinerada ya era fácil hablar de éxitos y triunfos, toda vez que ya poseía varios millones de dólares. “Aun así – respondió Kroc- sepa usted que no puedo llevar más de un par de zapatos a la vez”. El hombre seguía siendo una persona sencilla, pese a sus millones.