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El ahorro sí es necesario para financiar la inversión

por Laissez Faire Hace 10 años
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El sexto fraude mortalmente inocente que denuncia Warren Mosler es la idea de que toda inversión necesita financiarse con ahorro. A juicio del economista de la MMT, es más bien al revés, a saber, que con la inversión se genera el ahorro necesario: “el ahorro es el registro contable de la inversión”. El mito podría resultar inocuo, según Mosler, si no fuera por dos perversísimos efectos derivados de promover el ahorro.

El primero de estos dos nocivos efectos es lo que en la literatura económica se conoce como “paradoja del ahorro”: si un agente económico intenta ahorrar una parte de su renta reduciendo el gasto, entonces parte de las mercancías que han sido producidas por los empresarios quedarán invendidas, lo que les ocasionará pérdidas y les llevará a recortar el empleo. La paradoja del ahorro establece, por consiguiente, que en agregado es imposible que una economía ahorre restringiendo su gasto: la renta no gastada (ahorrada) coincidirá con la renta destruida (producción invendida). Sólo cuando otros agentes gasten por encima de su renta (se endeuden) la paradoja del ahorro será contrarrestada: más gasto será más producción y más producción permitirá un mayor nivel de ahorro.

El segundo perjuicio de este sexto fraude mortalmente inocente es que todas esas ingentes cantidades de ahorro que los ciudadanos se afanan por acumular son colocadas en manos de gestores financieros que perciben cuantiosas comisiones. Gracias a ello, una parte creciente de los factores productivos de la economía se han ido concentrando en la estéril tarea de “administrar el ahorro”: es lo que se conoce como financiarización de la economía. Mosler estima que actualmente el 20% del PIB estadounidense está siendo dilapidado en administración financiera y que, por consiguiente, los factores productivos inmovilizados en esa industria inútil podrían estar produciendo bienes y servicios valiosos en otras partes de la economía.

Como de costumbre, Mosler yerra tanto en su descripción del fenómeno —“la inversión crea el ahorro”— como en los supuestos perjuicios derivados de ese fenómeno.

La inversión no crea el ahorro

Mosler describe ahorro como “el registro contable de la inversión” y justamente ahí reside su primer error. Por definición contable, el activo siempre es igual al pasivo (incluyendo en la definición de pasivo al patrimonio neto). Si el activo aumenta (si la inversión aumenta), el pasivo también lo hará (el ahorro propio o ajeno también lo hará). Es por este motivo por lo que Mosler afirma que la inversión crea el ahorro: porque sobre el balance contable (incluida la contabilidad nacional), todo aumento del activo conlleva un incremento del pasivo. Desafortunadamente, esta visión del ahorro y de la inversión resulta extremadamente reduccionista y engañosa.

Primero porque confunde las revalorizaciones de activos con aumentos del ahorro. Recordemos que ahorrar equivale a reducir del consumo y no toda revalorización de un activo —por mucho que vaya de la mano de un incremento del pasivo— supone una restricción del consumo. Por ejemplo, imaginemos que, debido a una burbuja inmobiliaria, el precio de los locales comerciales se triplica y que esa revalorización se refleja en la contabilidad merced a una actualización de balances: a saber, una compañía con un inmueble valorado en un millón de euros se anotaría un aumento del patrimonio neto de dos millones de euros. ¿Significa ello que la empresa ha restringido su consumo potencial en el equivalente a dos millones de euros? No: el precio de los activos es sólo una estimación presente del valor de los bienes y servicios que generará en el futuro. Esos bienes y servicios, por tanto, todavía no existen y uno no puede restringir su consumo sobre aquello que no existe: y si, para más inri, el precio de los activos se halla en fase de burbuja, ni siquiera llegarán a existir en el futuro. En suma, no todo aumento del ahorro contable constituye un aumento del ahorro real.

Y segundo porque, aun cuando sobre el balance un aumento de la inversión (del activo) conlleve un aumento del ahorro (del pasivo), la contabilidad refleja de manera muy incompleta el perfil temporal del ahorro y de la inversión. Por ejemplo, sobre el balance, una deuda de un millón de euros a un año sirve perfectamente para financiar un préstamo de un millón de euros a 200 años. Ahora bien, en términos económicos no puede sentenciarse que todo el período de inversión esté cubierto por todo el período de ahorro: el período de tiempo durante el cual se van a producir los bienes futuros que amorticen la inversión (vencimiento del activo a 200 años) no coincide con el período de tiempo durante el que se ha renunciado a consumir (vencimiento del pasivo a un año).

Por consiguiente, que contablemente la inversión pueda crear el ahorro no significa ni mucho menos que económicamente lo hago: para ello, el periodo de tiempo que van a tardar en producirse los bienes futuros (inversión) debería coincidir con el período de tiempo durante el que se renuncia a esos bienes futuros (ahorro). Justamente, lo que suelen hacer los bancos cuando prestan es lo contrario a eso: extienden préstamos a largo plazo (hipotecas o préstamos empresariales) creando depósitos a corto plazo. Pero eso no significa que los bancos creen ahorro al invertir, sino que descoordinan ahorro e inversión al no cuadrar los plazos de ambas magnitudes financieras.

Mosler da, de hecho, un magnífico ejemplo de esta descoordinación sin darse realmente cuenta de ello: “Supongamos que todo el mundo quiere comprarle a nuestra industria automovilística nuevos coches híbridos. Dado que la industria no puede producir ahora mismo tantos coches nuevos, se endeudaría para contratar a trabajadores estadounidenses con la finalidad de construir nuevas fábricas que permitan atender la demanda. Por consiguiente, todos nosotros nos pondríamos a trabajar en la construcción de nuevas plantas y bienes de equipo —bienes de capital— mientras se nos paga. Sin embargo, por el momento no habría nada que comprar, de manera que necesariamente tendríamos que “ahorrar” nuestro dinero para el día en que los automóviles abandonaran las cadenas de montaje. La decisión de gastar en más coches se traduce en menos gasto y más ahorro. Y los fondos dirigidos a producir bienes de capital —fondos que constituyen la inversión real— crean una cantidad equivalente de ahorro”.

Repasemos el paradigmático caso que nos ofrece Mosler. Si la empresa automovilística pide un crédito al banco para aumentar su inversión, el banco tiene dos opciones: o concederle ese crédito emitiendo deuda a largo plazo o concedérselo creando nuevos depósitos a la vista. En el primer caso, el banco está coordinando ahorro e inversión: los consumidores adquieren esos bonos a largo plazo (ahorran), por lo que renuncian a consumir hasta que la inversión de la automovilística haya madurado en forma de coches híbridos (esto es, el ahorro financia la inversión). En el segundo caso, el banco descoordina ahorro e inversión: la empresa obtiene financiación sin que nadie haya ahorrado y, con esa financiación, puja por contratar a trabajadores. Pongámonos en el caso más favorable para Mosler: que esos trabajadores contratados están desempleados (si no lo estuvieran, la empresa sobrepujaría por ellos y elevaría los costes de otras compañías ya en funcionamiento); en tal caso, los trabajadores antiguamente parados dispondrán de rentas salariales que podrán emplear en adquirir bienes de consumo, llevando así la rentabilidad de las industrias cercanas al consumo muy por encima de la rentabilidad de la industria automovilística. Es decir, como el aumento de la inversión en coches híbridos futuros (préstamo bancario) no va de la mano de una reducción del consumo (creación de depósitos a la vista en lugar de adquisición de bonos bancarios a largo plazo), la inversión financiada con sobreexpansión del crédito bancario termina sembrando las semillas de su propia destrucción.

Por sentido común, la inversión a largo plazo no puede engendrar endógenamente un diferimiento a largo plazo de las nuevas rentas que esa inversión genera: y si no puede hacerlo, será necesario un aumento exógeno del ahorro a largo plazo para que esa inversión pueda llegar a buen puerto. En caso de que ese aumento del ahorro no aparezca, la inversión carecerá de base financiera y deberá suspenderse anticipadamente.

No hay ninguna paradoja del ahorro

Mosler también denuncia erróneamente la llamada paradoja del ahorro: a saber, que si una persona gasta menos del 100% de su renta, la producción agregada se hundirá, destruyéndose rentas equivalentes a aquellas que pretendía ser ahorradas. Mosler articula esta crítica para rechazar la idea de que el ahorro preceda a la inversión cuando, a su juicio, es la inversión la que precede al ahorro.

Sin embargo, no queda muy claro a qué se está refiriendo Mosler. Si una empresa emite bonos o acciones y un individuo los adquiere reduciendo el porcentaje que gasta de su renta, es obvio que ese individuo está incrementando su ahorro como paso previo al aumento de la inversión empresarial. En tal caso, no habría paradoja del ahorro alguna. Por eso, a lo que Mosler realmente se está refiriendo no es a que un agente económico incremente su ahorro, sino a que incremente su atesoramiento: esto es, a que reduzca su gasto para incrementar su tenencia de dinero (conviene remarcar, pues, que Mosler cae en el error de asumir que el único vehículo de ahorro son los saldos de tesorería, olvidándose del resto de activos reales o financieros).

Ahora bien, ¿cuál es la razón por la que un agente opta por aumentar sus saldos de tesorería (con todos los costes que ello le acarrea) en lugar de ahorrar en forma de otros activos financieros que le proporcionan rentabilidad? El único motivo es que el ahorrador desconfíe absolutamente de la solvencia, incluso a corto plazo, de todos los inversores. Dicho de otra manera, el ahorrador que atesora dinero no busca ahorrar sino forzar un cambio en los planes productivos y financieros de los inversores que los termine volviendo más solventes y confiables (más dignos de recibir su ahorro): una vez completado el reajuste, el ahorro podrá volver a fluir hacia la inversión productiva.

Este sano proceso de purga de malas inversiones mediante el atesoramiento sólo funciona adecuadamente, empero, cuando el dinero es un bien económico real y no una deuda. Cuando, por el contrario, la base monetaria del sistema es un pasivo inconvertible del banco central o del Estado (la moneda fiat que defiende Mosler), esa purga se ve cortocircuitada. A la postre, el efecto que acarrearía el atesoramiento de moneda fiat podría verse frustrado por un concomitante aumento del crédito del banco central a todos esos inversores a los que los ahorradores se niegan a financiar. ¿Cómo lograr, con un banco central obsesionado por esterilizar el atesoramiento de dinero, que los ahorradores logren hacer prevalecer sus preferencias de rentabilidad-riesgo sobre los inversores? Imposible.

Por tanto, cuando los ahorradores no atesoran, no hay contracción alguna de la producción; cuando aumentan su atesoramiento a costa de su inversión, sólo hay contracción de aquellas inversiones que los ahorradores juzgan demasiado arriesgadas o tardías en relación con la rentabilidad que prometen. No hay razón para obsesionarse al respecto.

La financiarización puede ser útil

El último de los errores de Mosler con respecto a la relación entre ahorro e inversión se refiere a la improcedente crítica que realiza contra la financiarización de la economía: es decir, contra el proceso de que la industria financiera acapare cada vez más recursos del resto de la economía con el pretexto de gestionar el ahorro de los ciudadanos. Mosler parece considerar este proceso de intermediación financiera como innecesario: ¿cuál es la razón de que bancos y fondos de inversión deban captar ahorro para reciclarlo en inversiones cuando, según explica la MMT, la inversión genera su propio ahorro?

Nótese que, de entrada, la crítica a la excesiva financiarización de la economía es incompatible con la presunta paradoja del ahorro: aquellos individuos que ahorren su renta mediante la adquisición de pasivos financieros de la industria financiera no están dejando de invertir productivamente esos fondos (esto es, no están atesorando). Al cabo, si la industria financiera emitiera pasivos financieros para atesorar el capital captado, estaría pagando intereses a los ahorradores a cambio de no rentabilizar sus saldos de tesorería: por tanto, progresivamente se iría arruinando. En definitiva, la crítica de la paradoja del ahorro es incompatible con la crítica a la financiarización: si la economía se especializa en una industria encargada de invertir el ahorro que recibe, parece obvio que todo el ahorro ahí concentrado será invertido.

Sentado lo anterior: ¿tiene sentido que un sector de la economía se especialice en administrar el ahorro transformándolo en inversiones? Todo el del mundo: conforme el capital va representando porciones crecientes de la economía, es lógico que surjan gestores profesionales especializados en seleccionar qué proyectos empresariales son capaces de generar un mayor valor dentro del mercado; si la rentabilidad extraordinaria que es capaz de lograr el gestor supera su coste, resultará provechosa. Mosler no entiende este punto por cuanto piensa en términos agregados: lo único relevante es maximizar el empleo de los factores sin atender al valor que generen esos factores (huelga decir que la financiarización puede ser inconveniente cuando resulte de la manipulación política del crédito y, por tanto, de la disponibilidad del capital, pero ese sistema financiero manejado por políticos y no por el mercado es justamente el que defiende Mosler).

En definitiva, la inversión siempre debe ser financiada por el ahorro. Mosler cae presa de malinterpretaciones contables, de confusiones económicas y de prejuicios financieros.


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