Todo es plácido en los mercados de acciones. La renta variable de los grandes índices mundiales han estado en una ligera tendencia alcista desde principios de año, los bonos también. En general, los datos muestran un crecimiento estable en los Estados Unidos y patrones similares en la mayoría de las economías de todo el mundo. Nada está fuera de lo esperado. Así que ¿por qué un número no despreciable de economistas y analistas están firmemente convencidos de que estamos al borde de un colapso?
Como ejemplo, dos libros publicados en las últimas semanas. Uno, por Peter Schiff, se llama The Real Crash: la bancarrota se aproxima a América. El otro, La muerte del dinero: El Colapso del sistema monetario internacional, de James Rickards. Este último ha estado en el top 200 en el ranking de Amazon, y Schiff ha advertido de un crash inminente durante años. Sus libros, programas de radio y frecuentes apariciones en televisión sugieren que el apetito por su mensaje sigue siendo elevado.
Estos son apenas dos ejemplos. La semana pasada en la Conferencia Milken en Los Angeles, una serie de economistas, liderados por el gurú Nouriel Roubini, advertía que la crisis de Ucrania podría desencadenar una recesión en Europa que a su vez causaría un declive económico global, comenta Zachary Karabell en slate.com.
“Jim Rogers y Marc Faber son citados regularmente por su opinión de que estamos al borde de una gran corrección en el mercado de valores, así como una crisis financiera mundial provocada por las políticas equivocadas de la Reserva Federal y otros bancos centrales. Una nota de esta semana de Andrew Ross Sorkin se preguntaba: "¿Estamos al borde de otra crisis financiera?"
Es cierto que la historia nos dice que siempre existe la posibilidad de que nos estamos perdiendo colectivamente alguna vulnerabilidad clave. Y sin embargo, hay una diferencia abismal entre mantenerse atento y predecir un crash.
El culto de la fatalidad ha prosperado desde la crisis de 2008. La crisis tomó por sorpresa a la mayoría de inversores y una mentalidad de no cometer los mismos errores se arraigó en la cultura financiera, especialmente en los Estados Unidos.
Las razones para la cautela de hoy, al borde de la paranoia, son comprensibles, pero los efectos no son menos destructivos. Miles de millones de euros están aparcados en las cuentas de las empresas, ya que las corporaciones y sus directores ejecutivos se preguntan si ahora es un buen momento para gastar. Los bancos, que tratan de preservar el capital que se les proporciona en gran parte por los distintos gobiernos, han sido reacios a conceder créditos, aunque están ahora mucho más activos que en el período inmediatamente posterior a 2008-2009.
Convencidos de que el sistema financiero está en peligro, todavía hay una casta política que aboga por la austeridad, forzando cada vez más la contracción del ya poco gasto público.
Mientras tanto, millones de ciudadanos que tienen algunos ahorros tratan de preservar su dinero en efectivo. Se les ha advertido con tanta frecuencia de un posible colapso que quieren asegurar lo que tienen y no corren grandes riesgos a la hora de invertir. Incluso los administradores profesionales han mantenido inusualmente altos niveles de efectivo en fondos de inversión, un signo de precaución.
Los medios de comunicación, por su parte, se sienten inevitablemente atraídos por el drama de la fatalidad, en gran parte porque los seres humanos no pueden resistir el deseo de verlo. Siempre y cuando esas opiniones sean marginales, no hacen ningún daño.
Pero cuando esas opiniones se convierten en la corriente principal, hacen un daño considerable, como lo demuestra todo ese dinero no utilizado, la obsesión por la deuda, y el clima general de miedo y pesimismo que se opone a la acción. Si usted cree que nos dirigimos a una caída, la única respuesta racional es agacharse, proteger lo que tiene, y rezar para que su estrategia para preservar el capital resista la crisis venidera. No hay ninguna razón para invertir bajo ese punto de vista, para iniciar un nuevo negocio o incluso para gastar o pedir prestado.
Por supuesto, puede haber una crisis. Mantenerse totalmente confiado en la fortaleza de la economía o los mercados de acciones es una tontería, porque la historia demuestra que las crisis vienen por sorpresa. Eso no significa, sin embargo, que debamos escuchar cada Casandra (la sacerdotisa de Apolo que poseía el don de la profecía) y dejarnos llevar por el culto a la fatalidad.”
Fuentes: Zachary Karabell