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Piketty: picante, acertado, utópico

por García Alejo de ANDBANK Hace 10 años
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El libro Capital in the Twenty-First Century de Thomas Piketty ha entrado en la arena económica como un elefante en una cacharrería. Ha sido una provocación. Un soplo de aire fresco. Su tesis: que la riqueza crece más rápido que el PIB, lo que unido al hecho de que aquélla esté distribuida de forma desigual, hace que crezca la distancia entre los que más y los que menos tienen. Estos son los hechos; el corolario que añade el francés es que esta situación socava los principios de la democracia y la justicia social.

Desigualdad, ¿buena o mala? La desigualdad entre las personas existe. No es discutible. No pasa nada porque seamos distintos. Sobre todo cuando esas diferencias parten de la expresión del potencial del individuo: su libre albedrío. Dentro de las elecciones y situaciones personales, las circunstancias económicas forman parte del dibujo de una sociedad. Cuando la diferencia hace referencia a la desigualdad entre el que más tiene y el que menos tiene debe haber límites. La desigualdad extrema es inadecuada. Cuando la desigualdad crece hacia cotas extremas es momento para arquear una ceja estilo Ancelotti. El 0,1% de los americanos más ricos hoy poseen el 22% de la riqueza del país. En 2003 no llegaban a poseer el 15%. Entre los años 1950 y 1990 poseían alrededor del 10%. Los ricos cada vez más ricos. Cuando la tasa de retorno de los activos crece más que el PIB, la acumulación de riqueza se produce como consecuencia inevitable de la dinámica económica de nuestro sistema. La desigualdad está creciendo (los índices de Gini o los índices de Theil lo confirman) y lo hace de forma continua desde hace algo más de 25 años. Esto es un hecho.

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Una idea que no es nueva, pero en la que insiste Piketty, es la de que vivimos una falsa “meritocracia”. El capitalismo que nos hemos dado es una tierra de oportunidades sólo a medias. Hoy salir de un determinado estatus social es más difícil que nunca. Parafraseando a Stiglitz: “si naces pobre en EEUU, la posibilidad de que lo sigas siendo es muy elevada”. Techos de cristal: sólo el 8% de los alumnos de las universidades de élite de EE UU pertenecen al 50% de la población con menos renta. Cada sujeto que nace viene “predestinado” por un status quo que él no ha elegido. Incluso en la tierra de los libres (land of the free).

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El 0,1% de los que poseen más riqueza es un pequeño universo. Antaño dominado casi en exclusiva por los “rentistas” cuyo patrimonio era parte del legado familiar (por ejemplo, los Rockefeller), hoy incluye a los super-CEO (¡muchos financieros!) y a los mark-zuckerberg. Bien diferentes todos ellos. En unos casos el mérito es indiscutible (Zuckerberg), en otros casos es afortunado (herencias), circunstancial e incluso injustificado (alguno de los super-CEO).

Corregir alguna de las situaciones que se crean es necesario. Lejos de la visión más apocalíptica de Marx acerca del fin del capitalismo, la capacidad de adaptación y flexibilidad de éste ha pospuesto/evitado su implosión. Pero no su degradación como sugiere Piketty. La acción correctora no va a venir de un sistema que tiene vocación autodestructiva. A los logros individuales de ese 0,1% que es socialmente encumbrado (óptimos individuales), le suceden colaterales indeseables como el mencionado aumento de la desigualdad (subóptimo del sistema). La acción correctora puede venir de la mano del estado a través de los impuestos y la redistribución de recursos. Ese 22% de riqueza que posee el 0,1% es un buen objetivo. O el 1% más rico. Hasta ahora en EE UU el camino de los políticos ha sido el contrario, por eso voces como las de Piketty deben ser escuchadas.

Una de las soluciones que propone el economista francés es la de la creación de un impuesto global al capital, progresivo. También selectivo. ¿Otro impuesto? Sí, pero no se enfaden no iría al esquilmado caladero recaudatorio al que pertenecemos usted y yo.

La propuesta tiene un punto de utópica (¡muy francés!) porque se trata de una acción que de forma individual, un país, no tiene probabilidades de tener éxito. Al contrario que el factor trabajo, el factor capital “subasta” su presencia geográfica siguiendo principalmente el factor de rentabilidad comparada donde los impuestos juegan un papel notable. Un impuesto elevado fijado por un país provocaría un efecto Depardieu (abrazando al Oso Ruso) o un efecto Liga de Fútbol Profesional (una llamada a los mejores deportistas porque aquí se tributa menos). O peor aún la ocultación fraudulenta de recursos. ¿Se van a poner de acuerdo todos los países para fijar este impuesto? Personalmente, creo que no. Además, ¿quién va a gestionar la redistribución? Los actuales políticos,….buf, qué pereza.

Todo esto hace que la propuesta de Piketty sea utópica desde un punto de vista práctico. Pero, no por ello debemos de abandonar la senda de investigar en cómo subsanar las desigualdades crecientes cuando éstas superan ciertos umbrales. Y quizá los impuestos no sean más que la primera palanca de una acción más profunda que revise determinados pilares de la sociedad.

Frente a los depardieus prefiero fijarme en los Bill Gates que a pesar de los más de 28.000 millones de $ de su actividad fundacional, éstos han sido compensados por un aumento de su riqueza de más de 16.000 millones de $ en dos años. ¿Filantropía? Me gusta. Mi inquietud deviene por el hecho de que la actividad fundacional de Gates la elige él. ¿Es la mejor? Mala no es. Pero a lo mejor deberíamos de poner recursos en tener universidades o colegios públicos superlativos, de élite (externalidades positivas a mansalva, pero de largo plazo). U otra cosa.

Piketty puede estar equivocado, pero pone el dedo en la llaga que debería de dolernos a (casi) todos. No deberíamos despreciar su discurso porque no coincida con nuestras ideas. Y sí deberíamos de investigar en alguno de los hechos que expone y proponer soluciones. Al menos mientras existan más de 1.200 millones de personas que viven en situación de pobreza extrema, al lado de los cero-coma-uno y la distancia entre ambos siga creciendo.

 


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