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Ni monarquía ni república

por Laissez Faire Hace 10 años
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La abdicación del Rey Juan Carlos I ha reabierto con toda su intensidad el debate sobre la forma de Estado óptima para España. Las opciones en liza parecen limitarse a la continuidad monárquica y a la ruptura republicana. En realidad, sin embargo, este falso dilema sólo contribuye a secuestrar el auténtico debate sobre la forma de gobierno, que no es entre monarquía o república, sino entre gobierno limitado y gobierno ilimitado.

Fue Aristóteles quien en su libro Política dividió las posibles formas de gobierno en tres parejas: monarquía (donde gobernaba una persona buscando el bien común) y tiranía (donde gobernaba una persona buscando su bien particular); aristocracia (donde gobernaba un grupo de personas buscando el bien común) y oligarquía (donde gobernaba un grupo de personas buscando su bien particular); república (donde gobernaba la mayoría de personas buscando el bien común) y democracia (donde gobernaba la mayoría de personas buscando su bien particular).

Claramente, la diferencia de fondo que traza Aristóteles entre las buenas formas de gobierno -monarquía, aristocracia y república- y las formas degeneradas de gobierno -tiranía, oligarquía y democracia- es que en las primeras el poder está estrictamente limitado y subordinado a mantener las bases de la convivencia y de la cooperación social dentro de la comunidad política, mientras que en las segundas el poder es irrestricto y va dirigido a que una parte de la comunidad política explote y parasite al resto.

Atendiendo a la taxonomía aristotélica, es obvio que el régimen político actual de España no es la monarquía, sino la oligarquía. El Rey es sólo la cabeza visible de una casta política especializada en medrar abusando de su poder, esto es, sangrando las propiedades y recortando las libertades de los ciudadanos. Quienes desean conservar el régimen monárquico tal cual está organizado en la actualidad no aspiran, pues, a preservar lo que no deja de ser una mera fachada monárquica, sino a perpetuar la presente oligarquía extractiva camuflada bajo la piel de cordero de la monarquía constitucional.

Pero atendiendo a esa misma taxonomía aristotélica, es igualmente obvio que muchos de quienes ondean hoy la bandera de la república no están sino defendiendo lo que el Estagirita denominaba “democracia” y que hoy podríamos asimilar con una democracia popular o, mejor todavía, una democracia populista: a saber, un régimen político donde el poder estatal es conquistado por una determinada coalición electoral y utilizado para esclavizar al resto de ciudadanos.

El verdadero objetivo de estos nuevos republicanos que Aristóteles habría calificado de antirrepublicanos no es sustituir a un rey de paja por un presidente de paja, sino valerse del Caballo de Troya del republicanismo para socavar los muy escasos contrapesos constitucionales que contienen la omnipotencia estatal.

Por eso, de hecho, quieren abrir un nuevo proceso constituyente: no para erigir auténticas barreras institucionales que impidan que el Estado abuse de su poder tal como hoy lo está haciendo la casta oligárquica dominante, sino para terminar de derrumbarlas otorgándole un poder absoluto a la autocrática coalición electoral triunfante. En definitiva, España no se debate hoy entre una monarquía y una república, sino entre una oligarquía y una democracia populista.

Nuestro país no se balancea entre ser una monarquía como Liechtenstein o una república como Suiza, sino entre seguir siendo una versión atemperada de una oligarquía extractiva como Argentina o un alumno europeizado de una democracia populista como Venezuela. Seguir repitiendo que las alternativas son o monarquía o república sólo sirve para viciar la discusión y ocultarles a los españoles la verdadera lucha de poder soterrada que está teniendo lugar: no se enfrentan dos sistemas políticos respetuosos con sus libertades, sino dos que pugnan por conculcarlas.

Ni monarquía ni república: ahora mismo, u oligarquía o populismo. Y la obligación moral de todo ciudadano que no agache la cabeza y se conforme con seguir siendo un siervo debería ser la de combatirlas a ambas.


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