Por Edgardo F. (Parroquiano)
“Hay dos maneras de llegar al desastre; una pedir lo imposible, la otra retrasar lo inevitable”
Francisco Cambó
Entonces, después de descartar todo lo risible, todo lo imposible y casi todo lo improbable, quedamos aun en descartar las dos causas que más nos han acercado, históricamente, a un posible Apocalipsis… la guerra y el hambre, entendidas actualmente, ambas, como una probable (o improbable) crisis financiera mundial y crisis o guerra nuclear. Pero, ¿las podemos descartar tan livianamente como hemos descartados todas las otras causas probables? Por de pronto, para la generación de cualquiera de ellas, no requieren de ninguna conjunción especial de elementos, son parte de la historia misma del hombre. Sí, lo que habría que definir es que otro elemento necesitan para convertirse en un Evento Apocaliptico y si ese o esos elementos están actualmente presentes. Para lo anterior observemos, primeramente, ¿porque las descartamos?, ¿en que nos basamos o en que nos apoyamos? Y nuevamente haciendo un análisis racional de los argumentos de descarte, he llegado a la conclusión (nuevamente pido el ejercicio de flexibilidad a los lectores) que los argumento son básicamente de dos o tres órdenes; a saber: un argumento histórico (“nunca antes ha sucedido”); un argumento material (“nuestra sociedad es demasiado compleja como para colapsar repentinamente”) y en ultimo termino moral (“nadie quiere la destrucción del mundo” o “nuestros gobernantes no están tan desquiciados como para llevarnos a un Apocalipsis”) veamos la fuerza y veracidad, al menos teórica, de cada uno de ellos, y comencemos por el lugar común para descartar un apocalipsis; esto es el Argumento Histórico
1) Argumento Histórico. El primer argumento que se nos viene a la cabeza y que nos da tranquilidad al plantearnos lo probable de un potencial evento apocalíptico es que aquel “nunca ha sucedido antes”; argumento tranquilizador, con la lógica irreductible de la concisión. En efecto, nunca antes se ha desencadenado un evento bélico, económico o sanitario, con características tales de expansión, velocidad y nivel destructivo que nos permitan tenerlo por temible y cierto. Guerras, hambrunas y plagas han existido desde siempre, acompañando por el borde del camino el desarrollo y evolución de la humanidad, acorralando pero dejando una salida, hiriendo pero nunca matando. La Peste Negra, la Primera y Segunda Guerra Mundial están ahí, como vivos recordatorios de que la naturaleza, y la mas de las veces el hombre, siempre pueden arrear a este corral cósmico a alguna de las cuatro jacas apocalípticas. Pero la pregunta es: ¿hay razones para temer que algunos de estos fenómenos, históricamente cotidianos, se convierta, hoy, en un evento apocalíptico? Porque, si bien es cierto que nunca ha sucedido antes no es menos cierto que nunca antes nos hemos encontrado en este punto de la historia. Luego, para responder la pregunta anterior, lo probable hoy de un evento apocalíptico es necesario preguntarnos primero: en relación a los dos fenómenos mencionados, hambruna mundial (colapso financiero mundial) y guerra mundial. (Crisis nuclear), ¿Dónde nos encontramos hoy?
a) Crisis financiera mundial: Cuando hablo de los efectos de un colapso financiero mundial, me refiero derechamente a la posibilidad que sectores importantes de la población que actualmente accede de manera relativamente fácil y simple a abrigo, techo y comida, pueda, de un momento a otro, no cubrir esas necesidades básicas. ¿Podemos tranquilamente suponer que la estructura de nuestra sociedad actual no es el caldo de cultivo de una crisis que implique un retroceso brutal, ya no en derechos de tercera o cuarta generación- el derecho a diversión, a un seguro médico, a unas vacaciones en el Caribe, o ver futbol por cable los domingos junto a un buen asado y unas cervezas- sino de derechos básicos de alimentos, vivienda y abrigo?… y sin embargo, no son estos últimos los que nos preocupan. Damos por descontado que esas necesidades simples, como son techo, comida y abrigo, son y serán cubiertos naturalmente por nuestra sociedad. Es tan simple la necesidad que obviamos lo complejo del mecanismo que las satisface y eso es un peligro de raciocinio que puede ser fatal; al respecto, ¿dónde nos encontramos hoy? Bien, para responder voy a tomar como punto de partida la realidad occidental, que entre país y país puede tener por cierto matices de variación, pero que, en esencia, es casi idéntica, en casi todos ellos Veamos.
Primer punto: Somos miles de millones (vaya que novedad) inmersos en estructuras sociales complejas… pero la verdad es que somos miles de millones y eso, extrañamente, no nos dice nada. Lo anterior, aunque una contrastación histórica nos dice que las situaciones de carencias, alimentarias en este caso, históricamente se han dado, primero: con cantidad menores de población, segundo: con menos nivel de necesidades por satisfacer y tercero: con un sistema de satisfacción de necesidades mucho más simple. Entonces, ¿de dónde se sostiene la lógica contraria?, esto es que sociedades más complejas, con mayor cantidad de individuos y variables, con más necesidades que satisfacer estén menos afectas o sean menos propensas a la posibilidad de una crisis estructural… La respuesta es falaz: en su propia complejidad. Lo anterior es como suponer que un equilibrista que hace malabarismo con una torre de 100 copas no colapsará porque es mucho más diestro y talentoso que uno que solo fue capaz de hacer malabarismo con 10 copas y que ya colapsó ¿Se sostiene la lógica del raciocinio? No sé, quizá el primer malabarista sea bueno de verdad, muy posiblemente mejor que segundo, pero lo único que eso nos indica es que se obligó a tomar en cada movimiento un riesgo mayor, y que las consecuencias de un traspié del primero serán infinitamente más brutales que si tropieza el segundo. Existe un error de proyección brutal en relación con las necesidades básicas; hacemos participe, por extensión, de la simpleza de la necesidad y su forma de satisfacción inmediata (tengo hambre, entonces como) con el mecanismo o proceso que conecta la necesidad (hambre) con el producto concreto que la satisface (comida).
Observemos con detenimiento el equilibrio de nuestra sociedad, de nuestra estructura económica, o si se quiere de nuestra estructura de satisfacción de necesidades. La misma es inversamente proporcional al orden de importancia de esas necesidades. Durante gran parte del desarrollo de la humanidad (y hasta recién un siglo) las necesidades, su importancia, y las personas y recursos destinadas a satisfacerlas eran coherentes. Esa coherencia se dio tanto desde la perspectiva de las fases de la actividad económica, en donde importantes grupos de población participaban de las fases, de producción y distribución, con muy pocos consumidores netos (me refiero al holgazán, no, no moral sino económico, aquel que recibe el producto sin participar de ningún modo en su producción). Coherencia también en las actividades desarrolladas; nuevamente, importantes núcleos de la población, o de la estructura social, giraban en torno a actividades primarias (extractivas) secundarias (productivas y fabriles) e incluso terciarias (distributivas, comercio). La cantidad de parásitos (económicos) era menor, nobleza, burgueses, corredores de bolsa, millonarios de la especulación fue siempre menor. Necesidades y población fueron dos pirámides que superpuestas históricamente coincidieron; muchas personas para satisfacer las necesidades importantes y pocas para aquellas menos importantes (visto claro desde la función de supervivencia) Ahora, no obstante, tenemos dos pirámides invertidas y enfrentadas, ambas, por uno de sus vórtices Pocos, muy pocos, de los habitantes son capaces de generar comida, muy pocos participan del proceso que debe alimentar a muchos, esto tiene dos perspectivas; una de ellas, claramente reconocible, de eficiencia, sin duda un orgullo de lo positivamente complejo de las metas del ser humano, pero la otra es diametralmente brutal y preocupante. Teóricamente, si se detuviera el actual sistema de distribución de alimentos, cantidades importantes de la población mundial moriría de hambres en días o semanas; lo anterior, no solo porque no tendrán los medios (tierra y semillas) sino porque no tendrán los conocimientos ni la forma de adquirirlos…aquí me pongo de ejemplo; yo llevo 7 años en el campo y no podría hacer crecer ni una hilera de choclos sin la ayuda de mis vecinos, campesinos de toda la vida. Luego, y aquí está el problema, esta estructura económica ha sido verdaderamente y aterradoramente prolífica a la hora de parir bufones, cortesanas y mercachifles; o sea todos aquellos que no producimos nada, sino que, desde una perspectiva de satisfacción de necesidades básicas, propias y del resto, solo vendemos humo. Visto desde lo esencial la realidad es evidentemente frágil, algunas estructuras y procesos literalmente penden de un hilo, y nuevamente, a modo de ejemplo, pondré a mi propio país, Chile:1) Chile está constituido por 3 zonas geográficas claramente diferenciadas; una de ellas, la zona Norte, es solo desierto. Sí, desierto en el cual, salvo productos específicos como limones y aceitunas, no se producen alimentos. Sin embargo, actualmente, en esa zona viven 1.500.000 personas, TODAS las cuales dependen de la cadena de distribución de alimentos que nacen del petróleo barato para derechamente vivir. Una escasez del mismo o una subida repentina, no incidiría solamente en la obtención de servicios esenciales, sino derechamente en la posibilidad de aprovisionarse de alimentos; empero, se construye, edifica y planifica como si las puertas de los supermercados fueran a estar siempre abiertas. Un millón y medio de personas viviendo en una zona geográfica donde no se producen alimentos ni para el 10% de ellos. Otro ejemplo: después del cobre, la gran actividad productiva es la agricultura a escala industrial, y la exportación particularmente de frutas y verduras y vinos, actividades concentradas mayoritariamente en la zona central de Chile, de clima mediterráneo. Es una actividad de ciclo anual, la cosecha de febrero, marzo y abril implica que la fruta debe despacharse en cuestión de días, se corta, se embala y a los puertos, de ahí al mundo; dos millones de personas dependen directa e indirectamente de esa actividad para su sustento anual. Conocedores de esa situación, los algo más de 3000 estibadores y cargadores de los puertos (privados) votaron el paro en marzo… 3000 colocando en jaque la economía doméstica de dos millones. Vuelvo al argumento material de la negación del Apocalipsis, cual es que vemos tal complejidad en las estructuras sociales y económicas, que simplemente estimamos que estructuras tan complejas (o una superestructura tan compleja) no pueden colapsar. Edificios se levantan día tras día, millones de vehículos salen de sus hogares al trabajo, se cierran miles de negocios, cientos de millones de actos y actividades, todas interrelacionadas se realizan con una precisión tal, que permite que otras tantas también se desarrollen… un organismo firme no puede sino morir de viejo, por desgaste, por la decadencia continua y natural de sus piezas y componente. Pero se nos olvidan un par de cosas, la primera es que a veces cuerpos jóvenes y lozanos mueren producto de un trombo, de la simple oclusión de una vena en el cerebro o el corazón. Nuestro sistema social y económico, cada día más, está cruzado de esas “venitas”, interconectadas, algunas a nivel comunal, otras a nivel provincial, nacional, continental y mundial. La segunda, nuestro cuerpo no es ni firme, ni joven, ni lozano… ni siquiera sano. Está actualmente sometido a presiones y enfermedades, anestesiado en sus dolores por la morfina del crédito y, a la vez, sobrestimulado en su rendimiento por la cocaína de los hidrocarburos; la descompensación será brusca y brutal, quizá no termine en la muerte es verdad, pero bien puede terminar en una apoplejía.
b) Guerra Nuclear: Observando con cuidado y con una perspectiva objetiva de la historia, para el caso de la negación de una guerra nuclear la falacia de los argumentos es también evidente: el hombre no sería capaz de destruir el mundo Nunca antes ha sucedido y no sucederá es el corolario del argumento histórico. Nuevamente nos encontramos con un axioma falaz cual es “como no ha sucedido antes es imposible que suceda ahora”; así conectamos, artificialmente, un hecho fijado en el pasado, para asegurar un hecho presente y más ingenuamente futuro. Amén de la poca lógica que de por si contiene la conexión anterior; el verdadero problema es que incluso ese pasado lo leemos mal. Un breve recorrido objetivo por la historia bélica del mundo, en forma y fondo, y descubriremos que si no hemos destruido el mundo antes, no ha sido por falta de empeño sino, simplemente -y digámoslo con todas sus letras- porque nunca antes tuvimos la capacidad técnica para hacerlo. Veamos. Históricamente, desde que los hiscos derrotaron a los egipcios, con la introducción del hierro y de los carros como material de combate -pasando por los míticos espejos ustorios con que Arquímedes rechazo el desembarco romano en Siracusa (213 a.c.), los germanos derrotando a los mismos romanos gracias a la introducción del estribo (batalla de Adrianapolis 378 d.c), la pólvora, el Sr. Colt, el gas mostaza, los aviones caza, el napalm, Álamo Gordo, y un largo etc. etc.- la técnica ha estado, igualmente, al servicio del desarrollo del hombre como a su destrucción y quizá muchas más veces al servicio de lo segundo que de lo primero. No nos equivoquemos en este punto, si a pesar de las guerras, el hombre y el mundo siguen aquí es porque, técnicamente, no ha existido la posibilidad de juntar la energía suficiente como destruir el mundo, así de sencillo. Dicho de otro modo hasta la Segunda Guerra Mundial al hombre le resultaba más oneroso, energéticamente hablando, reunir la energía suficiente para autodestruirse, que irse a casa y plantar un huerto. Incluso la destrucción requiere de ciertos grados de acumulación de energía, probablemente y generalmente menores que la construcción pero más que otras actividades (EJ: se requiere más personas para hacer una casa que para echarla abajo, cierto, pero se requiere menos energía en plantar un pequeño jardín que botar paredes de piedra)… eso nos ha salvado. Pero con las bombas nucleares ese paradigma desaparece; por primera vez en la historia el esfuerzo realizado y el daño posible contiene a favor de este ultimo una disparidad atroz ( Ej: en el caso de los misiles Minuteman, dos personas, dos vueltas de llave, un clic = desaparece una ciudad)…así, si antes, para destruir una ciudad a cañonazos, debías primero extraer , refinar y procesar el acero, fundir los cañones y balas, movilizar animales, hombres, comida, y luego darte el tiempo de necesario para disparar una y otra vez hasta que no quedara piedra sobre piedra (el puro esfuerzo proyectado seguro salvó a más de una ciudad) ahora, eso mismo, lo puede hacer un solo hombre en 15 minutos. De hecho en la antigüedad, reyes y emperadores se jugaban su reino y su vida en peak bélicos de confrontación energética, alineaban cincuenta mil hombres por un lado cincuenta mil por otro y al final del día la mitad vencida terminaba muerta, dos o tres batallas como esas y teníamos un campeón; la mas de las veces la población civil y las ciudades solo eran un botín que cambiaba de mano, y la suerte corrida no era la de los vencidos sino la de cualquier esclavo. Hoy sin embargo la disparidad entre esfuerzo realizado y daño provocado es monstruosa, literalmente con un “clic” se puede pulverizar una ciudad (el sueño mojado del poder). No obstante, insistimos en ver esa facilidad como una ventaja de no sé de qué tipo (Pregunta: si tuvieran que elegir entre vivir en una ciudad a la que le puede caer un pepino nuclear apretando una tecla y otra, en que para lo mismo, alguien debería cargar la bomba por cuatro mil kilómetros ¿cuál elegirían?…exacto, lo fácil hace las cosas más fáciles no más difíciles). Por último, que el hombre no se puede resistir a la tentación de utilizar lo que ha creado, incluyendo bombas nucleares, lo confirma la historia…las bombas nucleares ya han sido usadas en la guerra, no una sino dos veces (Hiroshima, Nagasaki)… Las historia dice que se iniciaran nuevas guerras y que en estas se utilizaran, llegado el momento, todo los medios disponibles, porque siempre ha sido así… luego, el argumento de los que creen que el hombre podría, hoy, ir a la guerra, y no usar las armas nucleares, no es en modo alguno histórico -de hecho de hacerle caso a la lógica belicista refrendada por la historia la utilización de armas nucleares debería estar asegurada- el argumento para negar esto último es moral y es el último reducto de los que aún creen en el hombre y su destino.
- Consideraciones sobre el apocalipsis (I)
- Consideraciones sobre el apocalipsis (II)