Esta es una historia muy vieja. Se supone que tiene unos cientos de años y es una historia planteada alrededor de una situación en China.
En la antigua China había una vez un hombre, un joven, que le encantaba la arquería y quería llegar a ser un gran arquero. Por tanto empezó a buscar cuál sería el maestro que le iba a enseñar a fondo lo que le faltaba saber. Y pensó que el más viejo de los arqueros era justamente el indicado, el que podía ayudarlos con sus intenciones.
Así que fue a visitarlo a unas montañas muy lejanas, las Mount Hua, en el noroeste del país. El hombre era realmente un hombre muy mayor, lo miró y le dijo:
-¿Qué necesitas?
- Quiero que me enseñes a disparar mejor que nadie, contestó el joven aprendiz.
- Bueno… si quieres ser un buen arquero primero debes aprender a tener mirada de arquero, contestó el maestro con serenidad y firmeza.
- Estoy de acuerdo y entonces…
- Mira, atrapa un piojo y traémelo, ordenó el sabio maestro ante la cara de incomprensión, de incredulidad, de aquel joven aspirante a gran arquero.
El joven puso cara rara, pensaba en su interior qué tenía que ver un piojo con la arquería pero como no quiso discutir con el Maestro asi que trajo ése bicho minúsculo.
- La primera cosa que debes hacer, le dijo el maestro una vez que vino con el piojo, es que ates a este piojo con un hilo de seda.
Nuevamente el joven se sintió muy sorprendido por la rara tarea. Le llevó mucho tiempo pasar un hilo de seda alrededor del piojo, con todos los cuidados para no lastimarlo ni lastimarse. Pero bueno, finalmente lo consiguió, tardó como dos meses para atar al piojo al hilo de seda y cuando se lo dio el maestro dijo “ahora hay que asegurarse que el piojo esté en buen estado de salud y para ello hay que saber, mi querido alumno, si su corazón late y sobre todo a qué frecuencia”.
Ya francamente anonadado y cansado por estos raros pedidos pensó que el maestro se estaba mofando de él, haciéndole perder su tiempo y las esperanzas en convertirse prontamente en ése gran arquero que soñaba ser noche tras noche. Pero no hizo más que mirar al piojo todos los días, lo miraba cómo se achicaba y agrandaba; y al cabo de las semanas logró capturar con su mirada la frecuencia de los latidos y los anotaba en una libreta que su maestro le prestó para la ocasión.
Una vez recolectados los datos fue corriendo, contento, a su maestro para mostrarle los resultados. El maestro tomó la libreta, la guardó en su camisolín y tomó al piojo y caminó unos cincuenta pasos hasta un árbol. Lo ató en una rama y lo dejó colgando. Volvió junto a su discípulo, le dio un arco y una flecha y le dijo “toma, atraviesa el piojo con tu arco y tu flecha sin cortar el hilo”.
Le pareció una locura, cómo iba a acertar a un objetivo minúsculo a cincuenta pasos de distancia. Pero no estaba dispuesto a abandonar su sueño ni tirar por la borda el tiempo que pasó con el maestro, se dijo para a si mismo que si tendría que usar cien flechas para cumplir su objetivo lo haría.
Fijó la mirada en el piojo que colgaba de un hilo y disparó. Con una claridad, con una agudeza, vio al objetivo tanto como si el piojo fuese tan grande como un elefante. La flecha atravesó al insecto y el joven tiró su arco y se arrodilló frente a su maestro con la felicidad de aquellos que logran después de tanto esfuerzo el objetivo deseado y dijo:
- Maestro estoy tan contento de haberlo encontrado.
- Pues tenemos que agradecer doblemente porque asi como tu sueñas con encontrar un maestro como yo, yo sueño todas las noches con tener un discípulo como tu.
Por un lado, enseñar tiene que ver con poner las cosas un poco más difíciles. Que le permitan a uno superarse al mismo tiempo que mantengan vivas ciertas partes del cerebro y la curiosidad.
Por otro lado, la manera de enseñar no tiene que estar hecha a la medida del deseo alumno sino alrededor de sus necesidades. Y esto es lo que los grandes maestros saben.
Los grandes maestros saben que si bien el maestro es la aguja, el alumno es el hilo. Quien verdaderamente hace la costura. Y que el proceso de aprendizaje depende, no de ser agradable, sino de las ganas de mejorar y superarse que cada uno tiene.
Decía uno de mis maestros, Sergio Sinay, “la educación no es democrática”. Con el tiempo veo que es real, la educación aparece para aquellos que realmente quieren esforzarse, aprender, y superarse con desafíos intelectuales y emocionales.
Por Javier Frachi
Master en finanzas – UTDT