Durante la semana pasada, la comunidad financiera pareció estar viviendo un nuevo déjà vu. Los temores sobre el colapso de un banco portugués asustaron al mercado. Las bolsas europeas cayeron, las primas de riesgo de los países periféricos de la zona euro se ampliaron, un banco doméstico español tuvo que dar marcha atrás a una subasta de bonos y el gobierno griego recaudó bastante menos de lo esperado en una venta de bonos.
Los fantasmas que los inversores habían comenzado a enterrar rondaban los mercados una vez más: la fragilidad del sistema bancario de la zona euro y los riesgos de contagio.
Algunos podrían argumentar que estos movimientos fueron exagerados. El dinero que se ha inyectado en el sur de Europa este año ha sido extraordinario. Los mercados han acogido muy bien todas las emisiones de deuda pública. Incluso Chipre ha emitido bonos y su mayor banco está en la senda de ampliar capital. El mercado de bonos de alto rendimiento de Europa goza de su mejor año en volumen.
Pero los reguladores han advertido que los inversores podrían estar subestimando los riesgos de la zona euro, ya que las políticas de los bancos centrales se han diseñado explícitamente para alentar a los inversores a asumir esos riesgos.
Las tribulaciones del Banco Espírito Santo (BES) pueden haber sido una buena excusa para recoger beneficios. El banco portugués es controlado a través de una cascada de sociedades de cartera de propiedad familiar y estuvo bajo presión cuando las irregularidades financieras se descubrieron en su casa matriz, Espírito Santo International, un conglomerado con diversos intereses en todo el mundo. El mercado teme un agujero.
Pero hay buenas razones para creer que el BES no es una seria amenaza para la estabilidad financiera de Portugal, por no hablar de la zona euro. Existen otros riesgos que debería preocupar más a los inversores y que podrían haber sido el factor subyacente tras la ola de ventas de la semana pasada, señala Simon Nixon en el Wall Street Journal.
Una debacle del BES sería muy dolorosa para los accionistas del banco, muchos de los cuales acaban de suscribir una ampliación de capital de 1.000 millones de euros. Hasta ahora, las acciones han perdido más de la mitad de su valor desde principios de junio.
Ahora se enfrentan a la perspectiva de que no sólo habría que rellenar el agujero causado por las pérdidas de exposición de los accionistas que controlan el banco, sino también a la posibilidad de que salga al mercado una participación del 25% que posee la familia. Si se niegan a poner dinero, el gobierno todavía tendría a su disposición 6.000 millones de euros destinado a recapitalizaciones bancarias para cubrir cualquier déficit, algo que podría diluir mucho más la participación de los accionistas actuales.
Pero por ahora no hay ninguna razón por la qué los problemas del BES causen problemas a largo plazo para Portugal, más allá de un impacto en la confianza de corto plazo. El país ya está viendo los beneficios de un programa de reformas de largo alcance. Se espera que el crecimiento este año sea superior a la media de la zona euro en el 1,2%, llegando al 1,5% el próximo año. El desempleo ha caído durante siete trimestres consecutivos hasta el 14,3% desde un máximo del 17,5%, lo que ha ayudado a impulsar una recuperación de la demanda interna.
A pesar de los problemas del BES, el crecimiento debe ser apoyado por un sistema bancario saludable. El segundo mayor prestamista cotizado de Portugal, Millennium BCP, está recaudando 2.250 millones de euros de nuevas acciones a través de una ampliación de capital con plena garantía. El sistema bancario portugués también debe beneficiarse de un nuevo programa de financiación de largo plazo del Banco Central Europeo.
Lo que debería preocupar a los inversores no es tanto Portugal, sino el hecho de que el crecimiento parece estar estancándose en algunas de las mayores economías de la zona euro.
Las últimas encuestas apuntan a que el sector manufacturero se habría contraído en junio en Alemania, Francia e Italia. Algo de esto se puede explicar por factores excepcionales, incluyendo alteraciones del clima y el calendario de días festivos. La crisis en Ucrania también parece haber afectado a las exportaciones alemanas.
La verdadera decepción ha sido la debilidad de la recuperación en algunos grandes países: Francia e Italia, los cuales están implementando sus reformas muy lentamente. Mientras que JP Morgan elevó la semana pasada su previsión de crecimiento 2014 para España hasta el 1,5%, algo que refleja el éxito de las reformas estructurales, rebajó su pronóstico para Italia hasta el 0%.
Dado el tamaño de la economía italiana y la magnitud de su deuda pública respecto al PIB en el 133%, su falta de crecimiento sigue siendo la mayor amenaza a la estabilidad de la zona euro. Sin embargo, ante esta preocupación, el primer ministro Matteo Renzi está más preocupado buscando cambios en las reglas fiscales de la zona euro para permitir a Italia endeudarse más, en lugar de impulsar reformas que podrían mejorar las perspectivas de crecimiento del país.
Cuando el señor Renzi asumió el poder en febrero, anunció un ambicioso programa de 100 días para cambiar Italia. Tras haber fracasado y no habiendo cumplido ninguno de sus objetivos, se ha dado un nuevo plazo de 1.000 días. Sin embargo, la única reforma sustancial que parece probable que se logre este año será una revisión de las reglas electorales y del Senado, pero de consecuencias económicas cero.
Se han prometido reformas de gran alcance en la administración pública, el sistema judicial, el gasto público y el mercado laboral, pero los detalles siguen siendo escasos y el momento de implementación no está claro.
Hasta que el señor Renzi demuestre que puede cumplir con su propia retórica de reforma interna, los inversores deben prepararse para episodios como los de la semana pasada.
Fuentes: Wall Street Journal