A buen seguro todos hayáis visto en alguna ocasión por internet este gráfico. Su impacto visual es innegable: desde los años 70, se ha producido un desacoplamiento entre salarios y productividad: mientras que la productividad del trabajo se ha multiplicado por 2,3 veces, los salarios han permanecido planos.
Fuente: BLS
El gráfico proporciona un potente respaldo a cualesquiera interpretaciones anticapitalistas que queramos defender: la pérdida de poder de negociación de los sindicatos, el imparable avance de la mecanización y del paro tecnológico, el triunfo del neoliberalismo de Thatcher y Reagan o el empobrecimiento occidental a raíz de la globalización. Por eso el gráfico ha tenido tanto éxito: no por lo que muestra sino por lo que se quiere que muestre.
A la postre, la inmensa mayoría de aquellos que han blandido el gráfico para respaldar sus tesis anticapitalistas no se han parado un segundo a verificar si el gráfico estaba bien construido o, por el contrario, era pura propaganda visual. Lo importante, insisto, no es el gráfico, sino el mensaje ideologizado que permite instrumentar el gráfico.
Y es que, ya de entrada, debería haber algo que nos chirríe con este gráfico. Si la productividad del trabajo se más duplica y los costes laborales permanecen constantes, ¿qué debería suceder con los beneficios empresariales? ¡Deberían crecer astronómicamente! Por ejemplo, si un trabajador produce 100 um y cobra 60 um y, tras varios años, su producción aumenta a 230 um y su salario se queda atado a 60, los beneficios del empresario que lo contrata deberían haber aumentado de 40 a 170. O dicho de otro modo, la participación de los salarios en la producción habría caído del 60% al 26%. ¿Eso lo que ha sucedido desde los años 70 en la economía estadounidense? No: es verdad que la participación de los salarios ha caído del 70% al 62%, pero desde se trata de una reducción exigua comparada con aquella que deberíamos estar presenciando.
Fuente: BEA
Únicamente con este simple análisis, cualquiera con unos mínimos conocimientos de Economía debería ser consciente de que el gráfico es tramposo y no debería haber seguido utilizándolo hasta investigar y clarificar cuál era la trampa del gráfico. Así que ya saben: cualquiera que les haya intentado colar el gráfico o no está muy versado en la Economía o no tiene la honestidad intelectual entre sus mayores virtudes.
Por nuestra parte, vamos a intentar explicar las trampas que esconde el gráfico y para ello recurriremos a su formato original y más conocido:
Las dos líneas del gráfico son “major sector productivity” y “real wages of goods-producing workers”. La primera se refiere a la productividad real de los trabajadores del sector privado: se calcula dividiendo el PIB real del sector privado entre el número de horas trabajadas en el sector privado. La segunda son los salarios reales de los trabajadores del sector de producción de bienes (agricultura, minería, construcción y manufactura). Los más palmarios errores, pues, son los siguientes:
Comparar los salarios de un sector de la economía con la productividad del conjunto de la economía: La primera chapuza es comparar los salarios de una parte de la economía (los de la producción de bienes) con la productividad de todo el sector privado. Es como comparar los salarios de la construcción con la productividad de Silicon Valley (o viceversa). Es evidente que la correlación debe estar entre salarios y productividad de la misma industria, no de industrias distintas.
Equiparar salarios con remuneración laboral: El segundo problema del gráfico es equiparar salarios con remuneración. El salario no es la única remuneración que percibe el trabajador: también es necesario incluir otros pagos en especie (por ejemplo, el seguro sanitario).
Usar distintos índices para deflactar los salarios reales y la productividad real: Los datos presentados por el gráfico son reales, es decir, están corregidos por la inflación. Ahora bien, ¿qué medida de inflación utilizamos para descontarla? El problema es que los salarios se han descontado usando el IPC mientras que la productividad se ha descontado usando el deflactor del PIB. Y los dos indicadores no coinciden. Acaso la diferencia más relevante en este caso sea que el IPC mide los precios de los bienes importados, y el deflactor del PIB no. ¿Por qué digo que esto es relevante? Porque si el precio de un bien importado se encarece mucho, el IPC subirá más que el deflactor del PIB: y esto simplemente indicará que el valor de nuestra producción interna se habrá deteriorado frente a nuestro consumo exterior. Dicho de otro modo: imaginemos que EEUU produce 100 coches e intercambia 25 por 1.000 toneladas de petróleo; acto seguido, el precio de sus coches se duplica y el del petróleo se cuadruplica. El IPC se habrá multiplicado por cuatro y el deflactor del PIB por dos: si EEUU quiere seguir accediendo a las mismas 1.000 toneladas de petróleo de antes deberá entregar 50 automóviles en lugar de 25, esto es, se habrá empobrecido. Fijémonos, por tanto, que no es incompatible que EEUU sea igual de productivo que antes (produce los mismos 100 automóviles) con que se haya empobrecido (su consumo total se reduce). De ahí que, aunque los trabajadores estadounidenses se hubiesen quedado a lo largo del s. XX con el 100% del PIB estadounidense, si el valor del PIB se deprecia en términos de mercancías extranjeras, el consumo de los trabajadores estadounidenses se deteriorará. No es un problema de desajuste salarios-productividad: es un problema de que la producción vale menos.
Pues bien, corrigiendo por estos tres errores (incorporando las remuneraciones totales del conjunto de trabajadores privados y corrigiendo la inflación por el deflactor del PIB), llegamos al siguiente gráfico:
Fuente: BLS y BEA
Lejos de haberse quedado estancadas, las remuneraciones reales de los trabajadores han crecido más de un 80% desde los años 70. Es decir, la mayor parte de la diferencia entre salarios y productividad desaparece ajustando por estos tres sesgos, quedando reducida a una diferencia acumulada del 14,2% frente al 131% inicial (por ponerlo en perspectiva: las remuneraciones han crecido un 1,6% al año desde 1970 y la productividad un 1,9%). En otras palabras, a mediados de 2014 la productividad había crecido un 14% más que los salarios: más o menos el mismo porcentaje en que se han reducido las rentas del trabajo dentro del PIB.
Sin embargo, ni siquiera esta comparación es del todo acertada. Como hemos explicado, la productividad del trabajo se mide como el PIB del sector privado por hora trabajada en el sector privado. Sucede que el PIB incluye las depreciaciones del capital previamente invertido, las cuales no pueden imputarse como productividad del trabajo, sino como simple recuperación del capital anteriormente inmovilizado. Si eliminamos la depreciación del capital privado del PIB privado y usamos como base 100 el año 1914, obtenemos el mucho más ilustrativo gráfico:
Fuente: BLS y BEA
En tal caso, la productividad acumulada desde 1947 sólo supera en un 8% las remuneraciones del trabajo. O dicho de otro modo, la productividad ha crecido a un ritmo medio del 2,1% anual y las remuneraciones de los trabajadores al 2%.
A idénticas conclusiones llegaremos si, en lugar de deflactar las series, las presentamos en sus valores nominales:
Fuente: BLS y BEA
En conclusión, no ha habido desacople alguno entre salarios y productividad en los EEUU (de hecho, recordemos la muy notable evolución que han seguido las rentas familiares en las últimas décadas). Una vez corregidas las series históricas por los deflactores utilizados, por la remuneración total de los asalariados y por la depreciación del capital, las remuneraciones de los trabajadores han avanzado pari passu con la productividad. El famoso gráfico con el que hemos comenzado este artículo es, por tanto, una tergiversación absoluta de la realidad.
Nota bene: Otros artículos que desarrollan esta misma tesis son los de Guillermo Sánchez, Martin Feldstein y Paulo Pessoa.
Note técnica: El BLS mide la productividad del trabajo a partir del GDP nonfarm business, es decir, no de la totalidad del PIB, sino descontando el consumo público y el sector primario. El deflactor del PIB que ofrece el BEA, sin embargo, es el de la totalidad del PIB, por lo que se incluyen también el consumo público y el sector privado. Para obtener el deflactor del PIB nonfarm business (al cual hay que descontar las remuneraciones nominales de los trabajadores para volver la serie coherente con la de la productividad real) hay que calcularlo indirectamente, como la ratio PIB nominal y PIB real.