Aunque se haya generalizado la idea de que las rentas del trabajando están perdiendo aceleradamente peso en todo Occidente, ya vimos que en el caso de España esto es radicalmente falso: una vez corregimos el PIB por la depreciación y por las rentas inmobiliarias imputadas, el peso de las rentas del trabajo en España se mantiene constante. Pero, ¿sucede lo mismo con EEUU?
Si tomamos los datos tal cual nos los ofrece el Bureau of Economic Analysis, la participación de los salarios en el PIB no sólo se halla en su nivel más bajo desde 1947 (momento en el que comienza la serie), sino que viene cayendo desde comienzos de los años 70.
Sin embargo, como ya explicamos para el caso de España, conviene efectuar algunas correcciones al cálculo del PIB: primero, eliminar la influencia de los impuestos (los cuales son rentas de las que se apropia el Estado, ni trabajadores, ni capitalistas); segundo, eliminar la depreciación del capital, pues como sabemos la depreciación del capital no es un auténtico retorno del capital, sino su mera amortización; y tercero, suprimir las rentas inmobiliarias imputadas, ya que no son auténticas rentas monetarias sino rentas en especie de quienes habitan una vivienda.
Con estas correcciones, la participación de las rentas del trabajo dentro del PIB pasa a adoptar la siguiente forma:
Aunque las dos series sean coincidentes en que la participación de los salarios en el PIB se halla en un momento anormalmente bajo en términos históricos (el más bajo desde 1952), no se aprecia ninguna clara tendencia a la baja desde los 70. La participación salarial estaba consolidada en torno al 80% del PIB hasta que se desató la actual crisis económica.
En este sentido, conviene remarcar que en 1947 (no disponemos de datos anteriores) la participación salarial se hallaba todavía más baja que en la actualidad: es decir, todo apunta a que durante la Gran Depresión (la anterior crisis comparable a la actual) la participación salarial también se redujo enormemente. ¿A que puede deberse semejante fenómeno?
Pues a lo mismo que explica el súbito aumento de la productividad del trabajo durante las depresiones: durante una depresión, las empresas que quiebran son las marginalmente menos rentables. Una empresa poco rentable es aquella que prácticamente no obtiene beneficios y, por tanto, cuyas (inexistentes) rentas de capital apenas figuran en el PIB; en cambio, esas empresas poco rentables sí abonan puntualmente salarios y esos salarios sí aparecen en el PIB. Por consiguiente, cuando quiebran las empresas marginalmente menos rentables apenas se destruyen rentas de capital (porque las empresas que desaparecen son las que apenas ganaban dinero), pero sí se destruyen rentas salariales: en consecuencia, las rentas salariales se reducen sobreproporcionalmente (o aumentan infraproporcionalmente).
No en vano, lo que ha sucedido en los últimos años no es que las rentas salariales hayan decrecido en términos absolutos, sino que los beneficios han aumentado a mayor ritmo: en 2012, las rentas salariales corregidas por inflación estaban en su nivel máximo histórico… pero los beneficios corporativos también.
En suma, el peso de los salarios en el PIB sí se ha reducido desde el comienzo de la crisis, no así su importe agregado, que en 2012 se ubicó en su máximo histórico. Buena parte de la caída del peso de los salarios sobre el PIB se explica por el boom inversor de los lustros anteriores (sobreinversión en empresas durante el pasado=altas depreciaciones de capital durante el presente; sobreinversión en vivienda durante el pasado=altas rentas inmobiliarias imputadas durante el presente), pero, a diferencia de lo que sucede en España, no toda la caída se explica por el boom inversor.
La otra parte de la caída parece estar relacionada con el ajuste empresarial propio de las crisis: quiebra del tejido productivo marginalmente menos rentable y moderación salarial mientras se consolidan los nuevos modelos de negocio (coincidente, además, con el tímido desfase que se observa entre productividad media y remuneraciones). En tal caso, su carácter debería ser meramente transitorio: de hecho, el peso de los salarios sobre el PIB sin corregir ya ha rebotado al 53,4% a comienzos de 2014 (su nivel más alto desde 2008) y sobre el PIB corregido —y a falta de algunos datos trimestrales definitivos— se habrá ubicado en torno al 79,5%-80%, en plena consonancia con el peso que ha exhibido en los últimos 40 años.
Y, sea como fuere, desterremos definitivamente el mito: lo que en ningún caso ha sucedido ha sido una imparable merma del peso de los salarios sobre el PIB desde los años 70.