La economía mundial no está en una buena situación. Las noticias en América y Gran Bretaña han sido razonablemente buenas, pero Japón lo está pasando mal y el crecimiento en China pasa por su peor momento desde 2009. Los peligros impredecibles abundan, sobre todo a partir de la epidemia del Ébola, que ha matado a miles de personas en África y amenaza con extenderse a los países occidentales. Pero el mayor peligro para el mundo, por el momento, viene de Europa.
Ahora que el crecimiento alemán se ha estancado, la zona del euro está en el filo de su tercera recesión en seis años, dice The Economist en un gran artículo. “Sus dirigentes han dilapidado dos años de respiro, otorgados por la promesa de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, de hacer "lo que fuera necesario" para salvar la moneda única. Los franceses y los italianos han esquivado las reformas estructurales, mientras que los alemanes han insistido en demasiada austeridad. Los precios están bajando en ocho países europeos. La tasa de inflación general de la zona ha caído al 0,3% y también puede entrar en franco descenso el próximo año. Una región que representa casi un quinto de la producción mundial está marchando hacia el estancamiento y la deflación.
Los optimistas, tanto dentro como fuera de Europa, a menudo citan el ejemplo de Japón. Cayó en la deflación a finales de la década de 1990, con consecuencias apocalípticas, pero no influyó en demasía en la economía mundial. Pero la zona euro plantea riesgos mucho mayores. A diferencia de Japón, la zona euro no es un caso aislado: desde China a los Estados Unidos la inflación es preocupantemente baja, y en descenso. Y, a diferencia de Japón, que tiene una sociedad homogénea, estoica, la zona del euro no puede mantenerse unida en medio de años de esclerosis económica y caída de los precios. A medida que la carga de la deuda se dispare en los países con problemas, desde Italia a Grecia, los inversores tendrán miedo, los políticos populistas ganarán terreno, y más temprano que tarde el euro se derrumbará.
Aunque muchos europeos, especialmente los alemanes, hemos sido educados para temer la inflación, la deflación puede ser aún más salvaje. Si las personas y las empresas esperan que los precios caigan, dejarán de gastar, y ante el desplome de la demanda, la morosidad se elevará. Eso fue lo que sucedió en la Gran Depresión, con consecuencias especialmente graves en Alemania a principios de 1930.
Por lo tanto, es preocupante que, de los 46 países cuyos bancos centrales tienen un objetivo de inflación, 30 están por debajo de su objetivo. Es cierto que el descenso en los precios de algunos artículos es positivo. El derrumbe del precio del petróleo, en particular, ha generado un impulso en los ingresos de los consumidores. Pero la desaceleración de los precios y los salarios estancados se deben a la débil demanda en la economía. Hay aproximadamente 45 millones de trabajadores desempleados en los países ricos de la OCDE. Los inversores están empezando a descontar una inflación más baja, incluso en las economías, como Estados Unidos, que están creciendo a tasas razonables. Y peor aún, los tipos de interés a corto plazo están cerca de cero en muchas economías, por lo que los bancos centrales no pueden reducirlos para impulsar el gasto. La única munición proviene de la flexibilización cuantitativa y otras formas de imprimir dinero.
La amenaza de una inflación mundial baja permanente (lowflation) es una buena razón para que la mayoría de los bancos centrales mantengan laxa la política monetaria. Es también, a más largo plazo, un indicador de que deben revisarse al alza los objetivos de inflación. Pero el problema inmediato es la zona euro.
La economía europea tiene muchas debilidades subyacentes, desde la pobre demografía a los mercados de trabajo escleróticos, pasando por los problemas de deuda. Pero también ha cometido enormes errores políticos. Francia, Italia y Alemania han evitado reformas estructurales que fomenten el crecimiento. La zona euro es especialmente vulnerable a la deflación debido a la insistencia de Alemania en demasiada austeridad fiscal y la timidez del BCE. Incluso ahora, con economías en contracción, Alemania sigue obsesionada con la reducción del déficit en todos los gobiernos, mientras que su oposición a la flexibilización monetaria ha significado que el BCE, ante la desesperación evidente de Mario Draghi, progrese mucho menos que otros grandes bancos centrales en términos de flexibilización cuantitativa.
Si alguna vez hubo una lógica a este comportamiento, se ha agotado. A medida que los presupuestos se reducen y el BCE lucha para convencer a la gente de que puede detener la caída de los precios, es bastante probable una caída a la deflación. Están empezando a aparecer signos de estrés tanto en los mercados como en la política. Los rendimientos de los bonos en Grecia han aumentado considerablemente, mientras se ha disparado el apoyo electora al partido de ala izquierda Syriza. Francia y Alemania están intercambiándose golpes retóricos sobre una nueva propuesta de presupuesto del Gobierno francés.
Si Europa quiere detener el deterioro de su economía, tendrá que detener su comportamiento autodestructivo. El BCE debe empezar a comprar bonos soberanos. La canciller alemana, Angela Merkel, debe permitir que Francia e Italia frenen el ritmo de sus recortes fiscales; a cambio, los países deben acelerar las reformas estructurales. Alemania, que puede pedir dinero prestado a tasas de interés reales negativas, podría incrementar el gasto en la construcción de infraestructuras.
Eso ayudaría, pero no seria suficiente. Se necesita algo radical. El problema es que la legislación europea prohíbe muchas soluciones obvias, tales como las compras del BCE de bonos del gobierno de nueva emisión. La mejor opción legal es unir un dramático aumento en el gasto en infraestructuras con la compra de bonos por parte del BCE. Así, el Banco Europeo de Inversiones podría aprobar grandes inversiones en infraestructuras (dicen que 300 mil millones de euros) tales como más rápidas conexiones ferroviarias transfronterizas o redes de electricidad más integradas, y recauden el dinero con la emisión de bonos, que el BCE podría comprar en el mercado secundario. Otra posibilidad sería la de redefinir las reglas de déficit de la UE para excluir el gasto de inversión, lo que permitiría a los gobiernos tener déficits más grandes, de nuevo con el respaldo del BCE.
Detrás de todo esto se encuentra un problema de voluntad política. La señora Merkel y los alemanes parecen dispuestos a tomar medidas sólo cuando la moneda única está al borde del abismo. En toda Europa, los ciudadanos están sufriendo. En Italia y en España el desempleo juvenil es superior al 40%. Los votantes vertieron toda su furia con el orden establecido en las elecciones parlamentarias de la UE a principios de este verano, y no obtuvieron ningún resultado. Otro descenso al abismo pondría a prueba su paciencia. Y una vez que la deflación entre en una economía, es muy difícil de quitársela de encima. Los líderes europeos se están quedando sin tiempo.”
Fuentes: The Economist