Japón entra en recesión y todos aquellos que habían aplaudido el Abenomics como la receta definitiva para los problemas de Europa permanecen mudos. El sota-caballo-y-rey de las recuperaciones económicas, ésa mágica combinación del expansionismo monetario de los bancos centrales con el hiperendeudamiento de los Estados, se ha dado de bruces con la realidad: una economía extremadamente apalancada y con pobres fundamentos reales no puede crecer de manera sana y sostenible alimentando una nueva ronda de laxitud crediticia.
Así las cosas, la economía japonesa se contrajo en el tercer trimestre de 2014 un 0,4% frente a la caída del 1,9% experimentada entre abril y junio. En términos anualizados, las cifras producen pavor: el PIB japonés retrocedió el equivalente a un 1,6% anual en el tercer trimestre tras hundirse un 7,6% en el segundo. Peor todavía: excluyendo del PIB la parte correspondiente al gasto público, la caída se acrecienta hasta el 3% anualizado, esto es, prácticamente el doble de lo anunciado oficialmente.
El PIB del sector privado, de hecho, se halla apenas un 0,67% por encima del nivel alcanzado en el cuarto trimestre de 2012: fecha en la que se anunció el Abenomics y en la que tantos nos dijeron que Japón iba camino de superar finalmente su persistente estancamiento.
Sí, ha leído bien: a lo largo de los casi dos últimos años, la economía japonesa real -la no adulterada por los planes discrecionales de gasto público- apenas se ha expandido un 0,67% … a pesar de que el balance de su banco central se ha incrementado en un 40%. Chorros de crédito que apenas afluyen a un esclerotizado sector privado y que, en cambio, hacen las delicias de un manirroto sector público.
Así, mientras que la inversión privada apenas ha logrado aumentar un 1,1% desde que se anunciara el Abenomics, la inversión pública se ha disparado en un 21%. Una delicia keynesiana que, sin embargo, no ha servido para afianzar un crecimiento sano y sostenible de su economía, sino sólo para seguir acrecentando su dependencia de la sopa boba del gasto público deficitario: el sueño húmedo de Keynes transformado en la árida pesadilla de los japoneses.
El flagrante fiasco keynesiano suele, empero, justificarse escurriendo el bulto y endosándoselo a la reciente subida del impuesto sobre ventas que tuvo que aprobar el Gobierno de Shinzo Abe. Tal como es sabido, las subidas de impuestos son políticas contractivas de la demanda y, por tanto, contrarias a las recomendaciones que habría lanzado Keynes para promover la recuperación, de modo que el secular estancamiento de Japón no tendría por qué serle atribuible al economista inglés, sino al empecinamiento gubernamental por subir los impuestos cuando no tocaba.
Sucede que, tras haber disparado la deuda pública desde el 70% del PIB en 1990 hasta el 240% en 2013 siguiendo las directrices de Lord Keynes, eventualmente los tributos tienen que aumentar y nunca es un buen momento para hacerlo. No sólo eso, sino que en este caso la contracción de las rentas familiares comenzó varios trimestres antes de que se subieran los impuestos como consecuencia de la depreciación del yen y del muy considerable encarecimiento de las importaciones. El fracaso del expansionismo monetario japonés es, pues, propio, no ajeno.
Llegados a este punto, acaso muchos se consuelen pensando que la tasa de paro de Japón gira en torno al 5% a pesar de su renovada recesión, mientras que en España continuamos estancados en el 24% a pesar de que de momento estemos creciendo. Y sí, el contraste podría resultar llamativo, pero no deberíamos soslayar que los salarios reales de Japón son en la actualidad un 10% inferiores a los de 1990: en España, un ajuste del coste salarial de magnitud similar implicaría un recorte adicional de los sueldos medios actuales de un 30%; con tal mejora de nuestra competitividad, incluso nosotros podríamos disfrutar de una tasa de paro sustancialmente menor a la actual.
En todo caso, la renqueante evolución de la economía japonesa debería servirnos para extraer unas mínimas máximas de sensatez para el futuro de la Eurozona: si queremos evitar una depresión secular a la japonesa debemos evitar adoptar las políticas que ha adoptado Japón.
La solución a los problemas de Europa no pasa por que el Banco Central Europeo facilite una megaexpansión del endeudamiento público para dilapidar el ahorro continental en proyectos con nulo retorno: al contrario, la solución pasa por incrementar la flexibilidad interna de nuestra economía y por reducir el déficit público por el lado de los gastos para evitar que el insano apalancamiento público termine devorando al saludable desapalancamiento privado. En suma: todo lo contrario de lo que ha hecho Japón.