Wolfgang Münchau, columnista de referencia del Financial Times, defendió este lunes las políticas de reestructuración de la deuda pública y privada que son promovidas desde la periferia europea por los partidos de la extrema izquierda. Lamenta Münchau que las únicas formaciones que actualmente están planteando este sensato y necesario debate sean opciones radicales como Podemos en España, Syriza en Grecia o el Movimiento 5 Estrellas en Italia, pero al menos celebra que por fin dirigentes con opciones reales de alcanzar el poder reivindiquen la inexorable renegociación de las condiciones de nuestra deuda.
Más desapercibidas pasaron, sin embargo, otras declaraciones pronunciadas también este mismo lunes por el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann. Según el alemán, la deuda pública española es perfectamente amortizable y, en consecuencia, no hay razón alguna para que sea reestructurada en estos momentos: semejante decisión nos expulsaría de los mercados financieros y nos obligaría a sufragar nuestros desequilibrios presupuestarios a tipos de interés mucho más elevados que los actuales, por lo que el impago sólo debería ser adoptado como política de último recurso.
En efecto, la deuda pública española se ubica ya en torno al 100 por ciento, lo que va complicando crecientemente se devolución. Pero los actuales niveles no son irreversibles por el alto volumen de pasivos que acumulamos: lo que de verdad nos aboca al borde de la insolvencia es el altísimo déficit público que seguimos exhibiendo y que nadie quiere recortar. A saber, el problema no es que debamos el 100 por ciento del PIB, sino que tras aplicar lo que muchos califican de “insufribles e insoportables” recortes, todavía seguimos teniendo uno de los déficits públicos más abultados del mundo.
Y justamente esta circunstancia -a saber, que nuestro problema está en el déficit anual y no en el stock de deuda- es la misma que vuelve inútil cualquier política de reestructuración de deuda. Aun cuando protagonizáramos el mayor default de la historia de la humanidad y optáramos por impagar el 50% de las obligaciones del Estado, el ahorro de intereses apenas ascendería a 17.000 millones de euros: o lo que es lo mismo, nuestro déficit público postdefault seguiría siendo de entre 45.000 y 50.000 millones de euros.
¿Cómo financiar semejantes cantidades en los mercados justo después de hacer un default? No sería posible salvo a intereses leoninos por parte de algún acreedor que tratara de sacar partido de nuestra desgracia. Eso es justo lo que le sucedió a Grecia tras la reestructuración de deuda de 2012: tan sólo dos años después, su deuda pública ya vuelve a superar las cotas alcanzadas antes del default.
Nuestro caso no sería muy distinto. Al día siguiente de la reestructuración de deuda seguiríamos teniendo exactamente las mismas opciones que tenemos en la actualidad: a saber, seguir endeudándonos de manera insostenible a tipos de interés mucho mayores a los presentes (opción insensata) o aplicar recortes profundos en el gasto para evitar endeudarnos (opción sensata). También cabría la opción intermedia de imponer un rescate a Alemania que combinara una financiación blanda con ajustes mucho más intensos de los actuales.
Tres opciones que, insisto, son exactamente las mismas que podríamos tomar en estos momentos sin necesidad de impagar la deuda, esto es, sin necesidad de incumplir nuestros compromisos adquiridos y de generar un Armagedón financiero global.
Reestructurar la deuda puede llegar a ser imprescindible de seguir por la senda de hiperendeudamiento actual, pero desde luego no es la solución para los problemas de España: España necesita reducir su gasto público, liberalizar su economía e incrementar sus niveles de ahorro interno. La reestructuración de la deuda sólo supone ahora mismo una proclama propagandística para continuar mareando la perdiz: para seguir generando la ilusión de una salida facilona e inmediata de la crisis que tan sólo requiera de pulsar un botón. Pero lo cierto es que no existen atajos pese a que llevemos años buscándolos en vano para evitar afrontar la dura realidad de nuestro empobrecimiento postburbujístico.
Podemos y su auditoría ciudadana de la deuda se presentan ahora como la ocurrencia definitiva para superar la persistente crisis: incluso el neoliberal Financial Times parece estar de acuerdo. ¿Qué podría salir mal? Pues exactamente lo mismo que ha salido mal en los últimos siete años: caer presa de un espejismo de retórica hueca y golpes de timón con el único propósito de regresar a los felices años de la burbuja. Y tal como también nos ha pasado hasta la fecha con la torpeza y vileza sistemática de PP y PSOE, pagaremos caras las consecuencias de seguir creyendo en la magia.