Comienzo con el final, cerrando ya el 2014 me pregunto: ¿Implementar un plan de cambio global y simultáneo en los primeros 100 días de gobierno, o simplemente dejar que la coyuntura macroeconómica licúe su capital político inicial?
Dos alternativas, sólo dos y nada más que dos, se abrirán al próximo gobierno. Una, desactivar en cámara lenta las distintas restricciones económicas que enfrenta el país representadas por inflación, recesión y un costoso acceso a mercados financieros internacionales, por citar sólo tres. La otra, es olvidarse del modelo actual, barajar de nuevo y shockear a la economía con una serie de medidas simultáneas que nos saquen del estado actual y nos lleven a un sendero totalmente distinto. Poco se dice, poco conocemos entonces del plan eventual que el próximo gobierno decida ejecutar, queda claro que la estrategia de todos es no decir nada ante la eventual pérdida de votos que un sincericidio pudiese ocasionar, más aún frente a una sociedad que no pregunta nada. Es bastante fácil ser político en este país: simplemente miras a la cámara, le sonríes y listo, si total nadie te pregunta nada.
Si se optase por gradualismo, tendríamos una Argentina que a partir del 2016 comenzaría a desarmar en cámara lenta las distintas distorsiones que enfrentamos a nivel económico. Sin embargo, los argentinos no reaccionan en cámara lenta ante los diversos desafíos que nos presenta la situación actual: hay mucha expectativa por lo que viene aún cuando casi por definición no sepamos qué viene. El gradualismo dejaría al próximo gobierno atrapado en la coyuntura actual con carencia de empleo e inflación, aspectos que lentamente irían erosionando el romance que tenga la ciudadanía en los primeros seis meses de gestión. No pegar nunca un golpe de knock-out y salir bien en todas las fotos, probablemente le ahorraría los costos políticos iniciales pero a la larga lo terminarían haciendo claudicar ante una realidad que, sin cambios estructurales, queda condenada a la carencia de empleo e inflación, dos grandes erosionadores de capital político.
Parecería que los cambios significativos quedarían al próximo gobierno, con un dilema: ¿cirugía general de entrada para cicatrizar después? Si el próximo gobierno optase por un cambio global y simultáneo probablemente tendría que digerir un costo político inicial alto pero si le sale bien tendría cuatro años para recolectar las bondades de un sistema económico que quede liberado del esquema de restricciones actuales. Argentina necesita reducir su déficit fiscal, implementar una política anti-inflacionaria contundente, interrelacionarse nuevamente con el mundo y mercados financieros o sea, cambios que no implican reinventar la rueda pero con amplios impactos económicos. Cambiar rápido y recolectar después, probablemente sea uno de los planes de acción a considerar por el próximo gobierno, aun cuando nadie lo diga.
UN ALIADO, LA DEUDA: Bien usada esta vez, la deuda puede ser un amortiguador de los ajustes que probablemente deban implementarse en la economía argentina si lo que queremos es llegar a un equilibrio con estabilidad de precios y empleo sostenible minimizando costos sociales. Fácilmente Argentina podría una vez resuelto el conflicto con los holdouts acceder a los mercados de deuda. Con una Argentina libre del default definitivamente, se dará una rápida y contundente compresión de spreads que abaratará el costo de financiamiento externo. Entonces, en medio de una reducción del déficit fiscal el endeudamiento temporario bien puede ser el amortiguador al resto de los ajustes (y que quede bien claro, digo TEMPORARIO, no estoy insinuando endeudar por siempre y sin capacidad de repago, porque esa ya la vimos).
Cerrando ya el 2014 me pregunto entonces: ¿Implementar un plan de cambio global y simultáneo en los primeros 100 días de gobierno, o simplemente dejar que la coyuntura macroeconómica licúe su capital político inicial?