Grecia entró en bancarrota no porque pagara intereses usurarios por su deuda, sino porque se hiperendeudó para que sus políticos pudieran gastar a manos llenas: mientras que Alemania mantuvo constante en términos reales su gasto público por habitante entre 1996 y 2008, Grecia lo aumentó en un 80%. La hipertrofia del Estado griego durante los años de la burbuja tiene escaso parangón en Europa, especialmente si atendemos a cómo se financió: Grecia no sólo fue uno de los países que más incrementó su gasto público, sino el que más recurrió con mayor obsesión a la deuda pública para financiarlo (España también fue de los que más aumentaron su gasto público pero lo financió con cargo a los ingresos tributarios insostenibles fruto de la burbuja de endeudamiento privado).
A la luz de esta hipertrofia estatal, era obvio que al gobierno griego no le quedaba otro remedio que recortar muy intensamente el gasto público para acaso aspirar a sobrevivir financieramente. Pero hete aquí que, ante la evidencia de que Grecia está quebrada por demasiado gasto financiado con demasiada deuda, son muchos quienes se siguen enrocando en el negacionismo mutando astutamente de discurso: “sí, es posible que Grecia gastara y se endeudara demasiado, pero lo hizo esencialmente en compra de armamento militar alemán para mayor lucro de Merkel y de los suyos, no del pueblo griego”.
Pese a que nadie ha explicado por qué Alemania puede lucrarse más vendiendo fragatas al Ministerio de Defensa griego que vendiendo medicamentos de Bayer al Ministerio de Sanidad griego o software de SAP al Ministerio de Educación griego, conviene en cualquier caso echarle un vistazo a los datos. Si lo hacemos, descubriremos que, en 2012, el gasto en Defensa del Gobierno griego representaba el 2,4% del PIB, un porcentaje prácticamente calcado al de 1996. En cambio, el gasto en educación, sanidad y política social se había disparado desde el 24,6% del PIB al 31,1%: así pues, no sólo el grueso del gasto público griego se concentraba en gasto “social” (éste es ahora mismo trece veces superior al gasto militar), sino que esa partida también es la que más rápidamente ha aumentado en términos relativos desde 1996. Remarco lo de “en términos relativos”: desde 2009, que el gasto social suba en términos de PIB no significa que lo haga en términos absolutos, ya que el PIB griego se ha hundido desde entonces; lo que sí significa es que la partida que menos se ha reducido proporcionalmente ha sido la que más había crecido hasta 2009: el gasto social.
Conste que no tengo el más mínimo interés en aplaudir la legitimidad y conveniencia de ninguna de estas partidas de gasto y que ni siquiera pretendo ocultar que, por supuesto, casi siempre son formas de ocultar estrategias de saqueo ciudadano en beneficio de una oligarquía gobernante, ya sea en Atenas, en Bruselas o en Berlín. Lo que sí me interesa es poner de manifiesto la importancia relativa de cada una de ellas.
Y, en este sentido, por mucho que atentemos contra los tabúes del auténtico pensamiento monolítico, la conclusión es flagrante: sí, un país puede quebrar por gastar demasiado en “políticas sociales” y, en consecuencia, puede ser imprescindible que recorte de manera muy intensa el gasto que destina a esas políticas sociales. Es muy sencillo: aquello que no se puede pagar sostenidamente no se puede comprar sostenidamente. Ni en Grecia ni en España.