Desde que comenzó a vislumbrarse la posibilidad de que Syriza forzara la convocatoria de elecciones anticipadas en Grecia y de que saliera victoriosa en las mismas, la bolsa de Atenas se ha derrumbado a la mitad y la prima de riesgo de su deuda pública se ha doblado. Al parecer, los inversores no terminan de fiarse del nuevo gobierno heleno y han ido replegando posiciones a lo largo de los últimos meses. Al entender de muchos, este tipo de decisiones constituyen un inaceptable ataque especulativo de los mercados contra Grecia, por cuanto éstos no toleran el resultado de la elección democrática del soberano pueblo griego.
En realidad, que los mercados financieros se desmoronen ante la elección de unos nuevos gobernantes no tiene nada de antidemocrático, a menos que equiparemos la democracia con una cárcel. Del mismo modo que un ciudadano es libre de marcharse de un país si juzga que, por ejemplo, el nuevo Ejecutivo al cargo instaurará un tipo de sociedad en la que él no desea vivir, un ahorrador es libre de sacar su capital del país si juzga que, por ejemplo, el nuevo Ejecutivo al cargo terminará provocando un desastre económico. No sólo eso: del mismo modo que los ciudadanos extranjeros no tienen ninguna obligación de instalarse en países cuyos regímenes políticos consideran disfuncionales y liberticidas, los ahorradores extranjeros tampoco están obligados a invertir en países cuyos regímenes económicos consideran pauperizadores.
Para que los mercados financieros helenos se desplomen, basta con que los inversores actuales en activos griegos opten por venderlos y que los inversores potenciales en activos griegos opten por no comprarlos. ¿Qué tipo de ataque coordinado contra la democracia observamos ahí? Ninguno: unos desean salir de Grecia y los otros prefieren no entrar. El pueblo heleno es soberano para escoger una administración que aplique políticas económicas nefastas y los inversores nacionales y extranjeros siguen siendo, por fortuna, soberanos para gestionar su patrimonio y escapar de lo que prevén que se convierta en un páramo económico.
Claro que, ciertamente, los inversores apenas están manejando previsiones, no hechos totalmente consumados. El inversor actúa sobre la base de sus expectativas: no toma decisiones según cómo fue el pasado, sino según cómo espera que sea el futuro. En este sentido, bien puede decirse que el inversor está especulando, es decir, está tomando decisiones hoy basándose en emociones, intuiciones, estimaciones o previsiones… en juicios especulativos. No hay otra forma de invertir que tratando de auscultar el porvenir.
Mas sería absurdo tomar todo esto como un ataque. En esencia porque si, a entender del lector, la mayoría de inversores están actuando como borregos sin criterio (es decir, si están siendo irracionalmente catastrofistas con el futuro de Grecia bajo el mando de Syriza), usted únicamente tiene que materializar sus propios juicios especulativos alcistas comprando aquello que otros venden en desbandada o invirtiendo allí donde nadie más se atreve a entrar. Si es su juicio especulativo alcista el que está en lo cierto, será usted quien terminará llevándose el gato al agua; si el juicio especulativo bajista yerra, serán ellos quienes terminarán soportando el coste de sus errores.
Ahora mismo, el nuevo Gobierno griego es, como dijera Churchill a propósito de la URSS, un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Syriza ha jugado deliberadamente al despiste y al postureo, incluso al postureo del despiste y al despiste del postureo. Por consiguiente, es normal que muchísimos inversores desconfíen sobre el futuro de la economía griega y opten por mantenerse alejados de la misma. Pero tampoco es nada disparatado suponer que se está sobrerreaccionando y que la sangre no llegará finalmente al río, lo que hará que las actuales cotizaciones terminen siendo vistas como absolutas gangas. Esa es la postura, de hecho, del Premio Nobel de Economía, Robert Shiller, o del banco de inversión Morgan Stanley, quienes han recomendado enfáticamente aprovechar la oportunidad de inversión en Grecia de las últimas semanas, hasta el punto de prever revalorizaciones del 100% en su mercado de valores.
A falta de que Syriza mueva finalmente ficha, a falta de que se revele como un conductor suicida o como un habilidoso jugador de póquer, todas las opciones están abiertas. Unos especulan desastre y se marchan. Otros especulan éxitos y deberían estar entrando. Si usted confía en Syriza, debería estar dirigiendo sus ahorros a la bolsa o a la deuda pública griega. Si no lo hace, usted no estará atacando menos a Grecia de lo que la atacan quienes desconfían de ella y venden. Acaso la estará atacando más: si, confiando fehacientemente en el futuro del país, opta por mantenerse alejado de unas inversiones a precios de ganga, entonces está perjudicando directamente a los griegos siendo consciente de que los está perjudicando. Si quiere ayudarles, especule alcistamente en sus mercados. Eso será mucho más útil que criticar estérilmente unos ataques especulativos que acaso sean especulativos, pero no ataques.