La intervención de Banco Madrid por parte del Banco de España desató el pánico entre sus clientes. Ante la sospecha de que la entidad podría haber participado en una trama de blanqueo de capitales dirigida desde su matriz, la Banca Privada d’Andorra, las autoridades españolas tomaron el control y sus depositantes acudieron en tropel a reembolsar sus cuentas. Pero ese reembolso masivo no fue posible, lo que ha llevado a la entidad a suspender pagos.
Ahora bien, ¿por qué Banco Madrid ha sido incapaz de hacer frente a todos estos reembolsos? ¿Acaso los bancos no cuentan con suficiente liquidez como para atender puntualmente los vencimientos de su deuda? Pues no. En un mundo donde los bancos centrales inundan los mercados financieros de liquidez artificial, la operativa normal de los bancos puede atenderse con continuas refinanciaciones externas. No necesitan contar con liquidez propia: les basta con poder acceder a la ajena.
En este sentido, basta fijarse en el último balance conocido de Banco Madrid: a noviembre de 2014, el 88% de sus pasivos eran depósitos a corto plazo y sólo el 8% eran fondos propios destinados a absorber pérdidas. Evidentemente, cualquier empresa que cargue con la obligación contingente de devolver casi el 90% de sus fuentes de financiación en el muy corto plazo deberá contar con un muy abundante activo realizable a muy corto plazo. Pero esto no sucede en ningún banco y, tampoco, en Banco Madrid: el 50% de su activo eran valores a medio y largo plazo que pretendían mantenerse en cartera hasta vencimiento y el 20% eran préstamos a la clientela e inmovilizado.
Es decir, Banco Madrid apenas contaba con un 30% de su activo potencialmente realizable para atender unos reembolsos tres veces superiores. Y digo “potencialmente realizable” porque, en realidad, 22 de esos 30 puntos de activo realizable estaban materializados en valores a medio y largo plazo que, por mucho que se hallaran disponibles para la venta en los mercados secundarios, no suelen poder venderse en grandes cantidades sin importantes descuentos en sus precios. O dicho de otro modo, la liquidez fetén del Banco Madrid para atender reembolsos de más de 1.200 millones de euros apenas llegaba a los 115 millones.
En circunstancias normales, esta extrema iliquidez de las entidades financieras -de todas las entidades financieras- pasa desapercibida entre manguerazos del Banco Central y prodigalidad prestamista del interbancario. Pero la intervención por parte de las autoridades españolas convirtieron las circunstancias normales en anormales: el pánico se desató y el estrangulamiento financiero se puso de manifiesto, abocando a Banco Madrid a suspender pagos. A saber: corralito, liquidación ordenada de sus activos no realizables y reparto de las consiguientes pérdidas entre sus acreedores.
Y he ahí dónde nos topamos con la segunda sorpresa del caso Banco Madrid: en esta ocasión, y a falta de que decida definitivamente el Frob, es muy probable que no haya rescate público. Los depósitos cubiertos por el Fondo de Garantía de Depósitos disfrutarán del amparo del Estado español (de todos los contribuyentes españoles), pero al resto de acreedores se les imputarán la totalidad de las pérdidas. ¿Por qué con Banco Madrid sí y, en cambio, con Bankia, Banco de Valencia o Catalunya Caixa no? Según se nos dice, porque Banco Madrid no es sistémico y? ¿Banco de Valencia sí lo era? El argumentario no se sostiene.
De hecho, la excusa oficial empleada en su momento para rescatar a medio sistema financiero patrio a costa de los muy inocentes contribuyentes fue la de que no podía tolerarse que los depositantes perdieran dinero, pues en tal caso toda la confianza en el sistema se volatilizaría. Pero con Banco Madrid los depositantes perderán y no pasará nada: el resto de la banca española seguirá en pie sin sobresaltos. Nos engañaron en su momento y ahora solo les queda intentar consolidar su mascarada en contra de toda evidencia: el rescate estatal fue una vía indigna e ilegítima de socializar pérdidas, no de salvar a la economía nacional.
En definitiva, el caso de Banco Madrid nos recuerda las dos vergüenzas más incontestables de la actual organización financiera: su extrema iliquidez derivada de la salvaguarda que le ofrece la banca central y el trato privilegiado que habitualmente reciben sus acreedores por parte del Estado. Si aspiramos a un sistema financiero más sano y más resistente, deberemos eliminar tales prebendas: mantenerlas solo conducirá a que los bancos sigan comportándose alocadamente con la expectativa de descargar su imprudencia sobre los hombros de todos los contribuyentes. El problema no es la falta de regulación: es el exceso de privilegios.