Los políticos gustan de hacer obras faraónicas. De algún modo necesitan justificar los elevadísimos impuestos que día a día les extraen a los ciudadanos y la megalomanía constructora se antoja un buen candidato para ello. Al cabo, las infraestructuras, como las pirámides o las catedrales, resultan fácilmente visibles para cualquier persona: son trabajos de ingeniería lo suficientemente complejos y vastos como para despertar el asombro del ciudadano medio, lo que a facilita vindicar la tarea del político que los promueve y los completa.
Sucede que antes de iniciar la construcción de cualquier infraestructura deberíamos responder justo la pregunta que todo empresario se formula al iniciar un proyecto y que los políticos jamás suelen hacerse: “¿es este proyecto rentable?”. Es decir, “¿la riqueza social que va a contribuir a generar este proyecto supera su coste de oportunidad social?”. En el caso del AVE, todo parecía apuntar a que no y, en efecto, un reciente trabajo de Fedea ha terminado por confirmar el masivo despilfarro con el que nuestros políticos han castigado a los españoles.
En concreto, nuestros políticos han destinado hasta la fecha 40.000 millones de euros a construir las líneas de alta velocidad y en los próximos años ya han programado la inversión de otros 12.000 millones adicionales. Dicho de otro modo, cada español ha tenido que pagar, como media, más de 1.100 euros para financiar la construcción de los corredores de AVE. O con otra métrica: una familia española con dos hijos habrá tenido que pagar una media de 4.500 euros en impuestos para costear el lanzamiento de las líneas de alta velocidad.
Pero junto a los incuestionables problemas éticos asociados arrebatarle a cada español —incluso a aquellos que jamás utilizarán el AVE— una media de 1.100 euros, el otro grave problema es que, para más inri, esa inversión forzosa ni siquiera es socialmente rentable. El informe de Fedea estima, con unos supuestos bastante generosos, que la línea más rentable de todas —el AVE Madrid-Barcelona— ni siquiera terminará recuperando a lo largo de los próximos 50 años el 50% de la inversión monetaria acometida. Otros corredores, como Madrid-Levante o Madrid-Andalucía, apenas llegarán a resarcir el 10% del capital inmovilizado. Y, todavía peor, el corredor Madrid-Norte no es que no llegue a recuperar los costes fijos a lo largo del próximo medio siglo, es que ni siquiera cubre sus actuales costes operativos: o dicho de otro modo, esta última línea sería preferible cerrarla y dar por perdida toda la inversión acometida, ya que sigue siendo cada año un agujero negro para los contribuyentes.
Otra forma de comprender los anteriores resultados es la siguiente: los distintos corredores de AVE sólo deberían haberse construido en caso de que sus actuales usuarios estuvieran dispuestos a pagar precios por los billetes muy superiores a los presentes. ¿Cuán superiores? En el caso del AVE Madrid-Barcelona, los billetes deberían encarecerse más de un 50%, en el Madrid-Andalucía más de un 120%, en el Madrid-Levante más de un 180% y en el Madrid-Norte más de un 325%. Todo ello suponiendo, claro está, que esos muy considerables encarecimientos del billete no redujeran el número de usuarios (cosa que a buen seguro sucedería, ya que la demanda de líneas de alta velocidad es muy dudoso que sea inelástica ante la presencia de tantos medios de transporte alternativos).
Dado que los pasajeros de AVE no parece que lo valoren lo suficiente como para abonar hasta cuatro veces el precio actual de un billete, sólo cabe concluir que nos hallamos ante una inversión socialmente ruinosa donde, eso sí, hay claros ganadores y perdedores. Entre los ganadores se encuentran los usuarios del AVE y las grandes constructoras: ambos se han beneficiado de una muy notable redistribución de la renta a su favor (los usuarios obtienen un transporte de calidad muy subvencionado y las constructoras milmillonarios contratos estatales). Entre los perdedores, claro está, se encuentran los contribuyentes que a su vez no sean ni usuarios ni accionistas de una constructora. Los contribuyentes, siempre los siervos-contribuyentes.