Cuando nos hablan de energías limpias, de ayudar a mantener el ecosistema, de reducir las emisiones de Co2, o de apoyar con incentivos y subvenciones a todas las empresas que invierten en ello, a todos se nos llena la boca diciendo que sí, que las debemos apoyar porque el futuro de nuestros hijos y nietos depende de lo limpio que sea el mundo que ellos hereden. El problema se produce cuando nadie quiere entender cuánto nos van a costar todas estas ayudas y subvenciones.
España se convirtió en país abanderado de las energías limpias, subvencionando la energía eólica, la energía solar, la termo solar y todo lo que sonase a verde era motivo de orgullo para nuestros dirigentes para apoyar con un nuevo proyecto , nos convertimos en una referencia para todos aquellos que enarbolaban el discurso verde, e incluso el presidente de la nación americana nos puso de ejemplo cuando hablaba del esfuerzo de un país por apoyar las energías limpias. Mientras, los dirigentes de nuestra nación sacaban pecho y seguían asumiendo compromisos para seguir incrementando los apoyos y subvenciones a todo lo que pudiera sonar verde.
No hay que olvidar que mientras tanto seguíamos dando también subvenciones al carbón, pese a ser la energía que más emisiones de CO2 genera y a que nuestro carbón era el más contaminante y costoso de conseguir.
Un triple problema surgió, cuando nuestros dirigentes pensaron que el consumo energético seguiría creciendo de manera indefinida a unas tasas constantes en el tiempo , entonces para evitar que se produjesen nuevos cortes energéticos se aprobaron infinidad de proyectos de ciclo combinado de gas para garantizar la seguridad en el suministro energético.
Así se comenzó la espiral de subvenciones y ayudas que han convertido a nuestro país en el país de las subvenciones al sector energético, generando un incremento en la tarifa energética de todos los españoles de un 75% desde 2005.
Las ayudas para garantizar la seguridad de suministro mediante ciclos combinados ascendieron a 600 millones entre 2002 y 2012, los subsidios a las energías verdes otorgados por las Comunidades Autónomas alcanzaron más de 7.000 millones de euros, las subvenciones al carbón sumaban otros 450 millones de euros anuales, por si volvíamos a sufrir apagones dimos subvenciones a aquellos clientes que decidiesen interrumpir el suministro eléctrico por más de 500 millones anuales, dimos subvenciones a la cogeneración de las industrias por casi 2000 millones y desarrollamos las redes necesarias para garantizar el supuesto crecimiento indefinido (que no se produjo) de nuestra energía por otros 1400 millones.
Al dejar de crecer la demanda energética desde 2008 y empezar a descender comenzamos a tener un coste de la energía mayor a la de cualquier país de nuestro entorno, alcanzando un déficit tarifario que crecía una media anual de 4.000 millones de euros y que tras los recortes regulatorios a las eléctricas aún se mantiene en los 3.000 millones de euros en 2014.
Nuestra realidad a día de hoy es complicada, pero si algo hemos podido comprobar es que el intervencionismo estatal y el exceso de endeudamiento son los que nos han conducido a esta situación. Las soluciones mágicas no existen y únicamente analizando la eficiencia y rentabilidad de los proyectos energéticos podremos construir un sistema que se sostenga por si mismo y no con ayudas y subvenciones estatales que finalmente tenemos que pagar entre todos durante el resto de nuestras vidas.
No podemos ir de Quijotes por el mundo apoyando y subvencionando todo, analicemos los costes de los proyectos y entendamos que los periodos de bonanza no son perpetuos y que es precisamente en esos momentos cuando hay que ser más austero, porque los periodos de vacas flacas siempre terminan llegando y como dijo Warren Buffett “sólo cuando baje la marea se sabrá quién era el que nadaba desnudo” o quien era la cigarra y quien era la hormiga.