Este decisivo año 2015 va transcurriendo según lo previsto. Durante varios meses los medios de comunicación han vivido en una confusión favorecida por el Departamento de Energía de los EE.UU., que mostraba una sorprendente subida de la producción de hidrocarburos líquidos en ese país mientras que el número de pozos activos allí disminuía sin cesar. Sólo recientemente se ha podido comprobar que aquellas subidas eran sólo proyecciones hechas con un modelo de la EIA, y que cuando se han tomado datos reales (presentados con tres meses de retraso) en realidad la producción estadounidense estaba en ligero descenso, como era lógico porque el fracking, que nunca fue rentable, está llegando a su fin. Este desfase entre proyección y medición que tanto ha confundido a muchos avezados analistas, no es intencional, sino que responde a la política de recortes emprendida en ese departamento hace 4 años; pero en estos momentos de volatilidad del mercado esos datos mal actualizados dejan en evidencia el escaso fundamento de algunos analistas un tanto despistados (a los que, como siempre, remito a la guía que les hemos preparado para orientarse un poquillo; de nada, majetes). Y si la producción global de petróleo acaba cayendo, cabe esperar que el precio vuelva a subir y con fuerza.
Pero al mismo tiempo que los analistas comienzan a darse cuenta de que la burbuja del fracking está llegando a su fin, la Agencia Internacional de la Energía, a través de su Oil Market Report mensual, reconocía recientemente que la demanda de petróleo ha caído desde un promedio 93,7 millones de barriles diarios (Mb/d) en el último trimestre de 2014 a 92,99 Mb/d del primer trimestre de 2015, y proyectan aún una ligera caída durante el segundo trimestres (92,66 Mb/d), para luego prever una (poco verosímil) gran subida a finales de año y quedarse por encima de los 94 Mb/d. Por tanto, si la demanda baja el precio debería de bajar, al menos a corto plazo.
Éste es el tipo de señales mixtas que esperábamos, en que algunos indicadores indican que el precio debe mantenerse bajo (demanda débil) y otros que el precio debe subir (oferta en retroceso); de hecho, lo que esperamos es que en los próximos meses el precio se vuelva a disparar, para un tiempo después volver a bajar rápidamente. En realidad, lo que sucede es que estamos entrando en la peligrosa espiral de destrucción de oferta - destrucción de demanda que ya comentamos, y cuyas consecuencias últimas, si no se hace un esfuerzo por detenerla, serían ni más ni menos que el colapso de nuestro sistema económico. Pero obviamente los principales actores implicados en este drama tomarán y de hecho ya están tomando medidas para frenar los efectos más negativos.
A nivel de compañías, están comenzando ya los procesos de fusión. La compañía de bandera española Repsol adquirió Tasliman Energy, en un movimiento que desde España se saluda como un triunfo, mientras que fuera de España se valora como un fracaso de Talisman, acrecentado por la caída de precios del petróleo. Pero ese acuerdo de 8.300 millones de dólares se queda pequeño en comparación con la reciente adquisición de BG por parte de Shell por 70.000 millones de dólares. Y parece que éste último acuerdo sólo es el primero de una lista que promete ser larga, y que llevará a una progresiva concentración de los activos petroleros. Lo cual es lógico; recordemos que las mayores compañías petroleras privadas del mundo han incrementado enormemente sus gastos en exploración y desarrollo para producir cada vez menos, como explicaba Steve Kopits en una presentación a principios de 2014:
Por eso en este momento resulta más barato comprar otras compañías y aumentar de esa manera más contable que de otro tipo su producción. Es un proceso de autofagocitación que tampoco puede tener un recorrido demasiado largo. Espérense que en los próximos meses haya más movimientos de fusión y absorción (y yo en el caso de Repsol no me confiaría mucho).
Así como las compañías pueden tener interés en captar recursos de otras compañías para disimular su inevitable declive, algo parecido puede pasar con los países. La reciente declaración por parte del presidente Obama de que Venezuela es una amenaza a su seguridad nacional y el enturbiamiento de las relaciones entre Venezuela y España no hacen presagiar nada bueno para el país caribeño, muy afectado por la caída de sus ingresos de divisas que ha supuesto la súbita bajada del precio del petróleo. ¿Podría una eventual invasión americana servir para asegurar el suministro de petróleo a los estadounidenses en los próximos años, cuando se consume el estallido de la burbuja del fracking? Es mera especulación, pero así como los EE.UU. pueden dudar en acometer una medida tan turbia por la mala imagen internacional que le acarrearía, otros países en otras regiones del mundo podrían tener menos miramientos y compensar su propia bancarrota petrólifera apropiándose de la producción de otros países.
La inestabilidad en el mercado del petróleo se acaba transformando en inestabilidad económica, y ésta en inestabilidad internacional pero también en inestabilidad doméstica. Los ciudadanos de los países occidentales cuestionan cada vez a unos líderes que consideran inoperantes, al ser incapaces de sacar a la clase media de su inevitable e histórico hundimiento, y eso favorece la proliferación de nuevos movimientos de corte populista y escasa carga ideológica. La ideología, en todo caso, no ha supuesto en la mayoría de los países un problema para que partidos de todo el arco político, de izquierda a derecha, hayan al final implementado las mismas e idénticas medidas en materia de política económica, así que no resulta sorprendente que tantos ciudadanos den la espalda a una configuración ideológica tradicional y estén dispuestos a acercarse a opciones mucho menos teóricas y con un discurso más cercano al sentir de la calle, a los problemas que la gente de verdad tiene en su día a día: conservar el trabajo y la casa, vivir una vida digna, mantener un nivel de servicios públicos... Otra cosa diferente es si estas opciones tienen capacidad de cumplir las promesas que ahora realizan, pero lo que está claro es que las nuevas opciones están cogiendo momento, están tomando tracción. En un proceso de polarización creciente, el momento de la sociedad es esencialmente político: nunca en las décadas inmediatamente precedentes la política atrajo tanto la atención de los ciudadanos.
En España en particular este año es crucial. Las pasadas elecciones autonómicas en la Comunidad Autónoma de Andalucía se verán sucedidas el mes que viene por elecciones municipales y en muchas otras Autonomías, en Septiembre por elecciones en la Comunidad Autónoma de Cataluña y en Noviembre-Diciembre por elecciones generales. Después de la sorpresa que supuso la irrupción de Podemos en las elecciones europeas del año pasado los resultados en Andalucía han reflejado de manera clara cómo los medios de comunicación pueden fácilmente aupar o descabalgar opciones, pero en el proceso y con una gran descontento popular la tendencia es a una división. Ahora mismo, la tendencia que parece irse consolidando es un reparto del poder entre cuatro opciones que cada vez son más similares en cuanto a su peso relativo: los tradicionales PP (conservador) y PSOE (socialdemócrata), y las formaciones emergentes Podemos (populista de izquierdas) y Ciudadanos (populista de derechas). Este proceso de fragmentación del mapa político (fragmentación aún mayor en algunas autonomías como la catalana, donde la dimensión nacionalista del problema introduce otros cuantos partidos en la liza) lleva, en sistemas de democracia liberal basados en amplias mayorías, al desgobierno, como crónicamente ha pasado en Italia y como progresivamente se va instalando en España y se irá instalando en otros países europeos. Como en lo que al final es lo esencial, que es la política económica, nadie va a apostar por una ruptura con el modelo imperante, los problemas de raíz no se van a resolver y en realidad van a ir a peor. No olvidemos que esta crisis económica no acabará nunca, no al menos dentro de este modelo.
Es difícil de saber qué vendrá después. Quizá la población, desencantada, dé la espalda a todo el sistema político y se den movimientos cada vez más radicales, que vayan pasando cada vez a una acción directa cada vez más violenta. Indicios de que se podría acabar llegando a una deriva violenta los tenemos en los escraches que empezaron a menudear en España hace unos años y que aunque ahora son mucho menores podrían volver a coger fuerza en cuanto la situación económica se vuelve a deteriorar con fuerza. No sólo en España: ayer mismo una activista le lanzó confetti a la cara al mismísimo presidente del banco central europeo en medio de una rueda de prensa. La inoperancia de nuestros líderes puede motivar a movimientos cada vez más amplios, más violentos y en última instancia revoluciones que llevarán a cambios de gobierno muy radicales pero que no serán necesariamente mejores; es más, lo más probable es que se acaben en autoritarismos. Si por el contrario se sigue confiando en el sistema político con rápida alternancia entre nuevas opciones que vayan surgiendo, por desgracia acabar en un movimiento autoritario también es bastante probable; así llego Hitler al poder.
Sin duda éste es el momento de la política. De la política en sentido propio: política viene de polis, la ciudad en griego. Es el momento de interesarte por los asuntos que afectan a la vida de los ciudadanos. Pero la solución, o parte de ella, a los problemas que nos aquejan no es más de los mismo, sino abordar los problemas de una manera diferente. Si no lo hacemos, si no reaccionamos, lo más probable es que sobrevenga la miseria y en última instancia la barbarie. La ventana de oportunidad de la que hablábamos hace años se está cerrando, y será difícil que se vuelva a abrir en mucho tiempo. Aún no estamos perdidos, pero es necesario centrar los debates sobre lo verdaderamente importante, y no sobre las distracciones vacuas del momento.