En la entrega anterior (La economía va hacia el colapso) explicamos qué es y la importancia de la tasa de interés, uno de los precios más importantes en economía. De manera que es normal que existan esos tipos de interés, pero también que su rendimiento sea positivo en el tiempo. Esto manifiesta entre otros aspectos la mayor o menor confianza que existe en que el deudor habrá de cumplir sus compromisos futuros. Entre más alto sea el riesgo de que no cumpla, el acreedor exigirá tasas mayores. Si el deudor quiere el recurso tendrá que ofrecer lo que el mercado le demanda. Entre menor sea ese riesgo, la tasa será más baja.
Sin embargo, ya comienzan a cundir los tipos de interés negativos, algo que por supuesto constituye una anomalía. Ésta, no es causa sino efecto, de las débiles condiciones económicas que existen en la mayor parte del mundo. Ante el escenario económico global adverso, los osados se lanzan a invertir de manera productiva, mientras el resto elige la especulación en diversos mercados. Los tipos negativos son entonces un síntoma de dicha especulación desatada por la intervención de los bancos centrales en el mercado.
Y es que si bien ellos pueden crear toda la liquidez que quieran y deprimir las tasas, lo que no pueden es obligar a los receptores del dinero a que salgan a gastarlo como las autoridades monetarias quieren. El multimillonario inversionista Stan Druckenmiller lo sintetizó así –al referirse a las consecuencias de la intervención de la Reserva Federal (Fed) en el mercado: “eres forzado a entrar a otros activos y activos de riesgo, y a comportarte de una manera que no quieres.” No hay duda. A causa de esa manipulación de los bancos centrales, los inversores participan en proyectos, mercados y especulaciones en los que, en condiciones normales, les parecería estúpido hacerlo.
Así, unos se aventuran erróneamente en proyectos que sólo debían realizarse si los bajos tipos de interés fueran causados por un ahorro abundante que permitiera soportarlos. Otros en cambio dirigen sus capitales a mercados como los bursátiles y de bonos, donde se inflan burbujas que alcanzan siempre niveles inimaginables. Cuando eso ocurre, se observan repetidos nuevos máximos históricos, y en los segundos, precios de bonos tan elevados que comienzan a dar rendimientos negativos.
Es el caso reciente de la deuda pública de algunos países europeos. Uno de los más representativos hasta ahora es Suiza, que hace un par de semanas se convirtió en el primer país en vender un bono a 10 años con un “rendimiento” de -0.055%. O sea, que quien preste al gobierno suizo por ese plazo al final recibirá 0.055% menos. Visto de otra forma, los acreedores pagarán por el “privilegio” de prestarle a este deudor. El mundo al revés, una alerta roja.
De este lado del globo, la irracionalidad se ha expresado en la constante emisión de deuda a plazos más largos de lo habitual y a tasas que, si bien no son aún negativas, sí son bajas en extremo. Recordemos por ejemplo, cómo México contrató este mes deuda a 100 años en euros, del mismo modo que lo ha hecho antes en otras divisas.
Los inversores con los bolsillos llenos de liquidez no están encontrando muchas alternativas, o como dice Druckenmiller, se ven obligados a acudir a las pocas opciones que hay disponibles. Guardar billetes debajo del colchón o en una bóveda tiene límites, sus propios riesgos y costos que quizá los pequeños inversores pueden soportar, pero no los grandes capitales.
Si la tendencia continúa –y lo hará, los tipos de interés se seguirán contrayendo, los bonos encareciéndose y cada vez se observará este fenómeno en deudores con menor calidad crediticia.
Como explicamos en la entrega previa, en la Fed, Banco Central Europeo, etc. no lo ven o no lo quieren reconocer, pero su intención de combatir la “deflación” (caída de precios al consumidor) con liquidez y bajas tasas, es equivalente a querer combatir un incendio con gasolina. El resultado será más deflación real (contracción del crédito) cuando el castillo de naipes de la deuda exponencial se venga abajo.
El profesor Antal Fékete, fundador de la Nueva Escuela Austríaca de Economía, ha explicado en este espacio que las operaciones de mercado abierto de la Fed ocasionan que se genere una especulación “libre de riesgo” en el mercado de bonos. Los hechos están confirmando la teoría. Cada vez que los precios de los bonos caigan/suban sus rendimientos, los especuladores aprovecharán para tomar posiciones comprando más con su liquidez, pues saben que para que la fiesta siga, la Fed no tiene más opción que volver a entrar a recomprarles después esos bonos más caros/con menor rendimiento. No hay escapatoria para la Fed, pero sí un círculo vicioso deflacionario.
Mientras tanto, los gobiernos –incluido el de México– seguirán disfrutando de esta borrachera de especulación y crédito endeudándose cada vez más en divisa extranjera. Continuarán diciendo que las condiciones favorables se deben a la “fortaleza de la economía”, “la confianza que hay en el país”, etc., pero ahora ya sabe que en realidad es cortesía de las desastrosas políticas de los principales banqueros centrales del orbe que se pagarán caro. Esta bacanal de crédito no puede prolongarse para siempre. El mercado al final pondrá las cosas en su lugar, por la fuerza.
La peor parte de esta trama es que, en su afán por alentar el consumo a cualquier costo, la dupla gobiernos derrochadores-bancos centrales está aniquilando el ahorro, que como explicamos en la primera entrega, al ser la base para la formación de capital constituye la piedra angular del crecimiento y desarrollo económicos. Así, sin suficiente acumulación de ahorro auténtico, el capital desgastado no solo no podrá ser repuesto, sino que se irá consumiendo. La nueva Gran Depresión llama a la puerta.