El tema del socialismo –a pesar de que lejos haya quedado la caída del Muro de Berlín, sigue siendo de la mayor actualidad. El “canto de sirenas” del populismo tanto de derechas como de izquierdas, siempre es capaz de seducir a aquellas personas que, inconformes con la situación económica de sus respectivos países, son engañadas con la vieja cantinela de que el Estado puede resolver todos sus problemas.
Sin embargo, nada está más alejado de la realidad. Preocupa pues que en nuestros tiempos, mientras que ya casi nadie cuestiona que el socialismo como lo conocíamos hasta hace casi tres décadas es inviable, sigan habiendo voces que con nuevos matices, presentan diversas formas de ese imposible sistema de organización económica. Bajo esa máscara, los incautos son atraídos sin saberlo a las garras del intervencionismo que, bajo banderas como la de búsqueda de “igualdad”, “justicia social”, etc. condenan a países enteros al atraso y la pobreza.
Por ello se vuelve fundamental que redefinamos el concepto de socialismo, pues de lo contrario, se corre el riesgo de caer en él. En este sentido, el Prof. Jesús Huerta de Soto, uno de los miembros más prominentes de la Escuela Austríaca de Economía, nos ofrece una definición acorde a nuestros tiempos. El socialismo es “todo sistema de agresión institucional al libre ejercicio de la función empresarial.” Esa coacción es toda violencia física o su amenaza, que se inicia y ejerce sobre el actor por otro ser humano o grupo de seres humanos.
El resultado no puede ser otro que el de forzar al individuo a comportarse de una manera distinta a la que actuaría en libertad, y termina sirviendo a otros intereses que no son los suyos, claro está, en su perjuicio y el de la sociedad. Esta negación de la naturaleza propia de las personas a actuar libremente no es inocua sino perniciosa. La agresión institucional impide que una persona persiga y desarrolle su capacidad de detectar –y actuar en consecuencia, para apropiarse de las oportunidades de ganancia que existen en su entorno. Esa función empresarial es el incentivo por antonomasia para la innovación, el desarrollo y el progreso económicos, que sólo pueden darse en un entorno de libre mercado.
Por supuesto, quedarse con la ganancia fruto de la acción empresarial significa, por fuerza, el tener que garantizarle su propiedad privada. De manera que no hay medias tintas: o hay libre mercado capitalista o no lo hay. Si esta segunda condición ocurre, entonces lo que existe es socialismo, como lo explica la definición de Huerta de Soto.
A lo largo de la historia se ha pretendido, tanto por errores intelectuales como por soberbia, demostrar que es posible que un órgano planificador central conozca toda la información necesaria para el funcionamiento económico socialista. No obstante, en el fondo lo que se ha ocultado es un ánimo de imposición, de coacción y sometimiento de las personas hacia lo que un grupo de “intelectuales” o notables consideran que es “lo mejor” para todos. Ese juicio de valor particular, busca sustituir la libre voluntad de millones de seres humanos que –en un ambiente al libre mercado, pueden tomar decisiones, hacer el necesario cálculo económico para la consecución de sus fines y ajustar su comportamiento a las necesidades de los demás (cooperación social) de manera natural y espontánea. Instituciones como el dinero, el lenguaje, etc. nacieron así, de un proceso evolutivo no dirigido o impuesto. De este mismo modo, el progreso de la humanidad se hace posible.
El conocimiento empresarial está disperso en la mente de las personas y lo van generando los seres humanos al actuar. Debido a ello, el estado de “equilibrio” al que aspiran y usan como marco teórico los socialistas, nunca puede ser alcanzado, pues la acción de las personas va siempre generando desequilibrios y nuevas oportunidades de ganancia. El avance nunca para.
Comprender lo anterior nos permite percatarnos de que, en nuestros tiempos, el socialismo se encuentra inmiscuido en muchas esferas de nuestra vida y más vivo que nunca. En el ámbito que sea –político, económico, monetario, bancario, etc., ese peligro es el camino que no debemos seguir. Si lo que buscamos es un mundo de abundancia y libertad debemos quitarle la piel de oveja al lobo socialista, que aunque disfrazado, aún se mueve entre nosotros.