Al parecer, la victoria del NO en el referéndum griego sólo cabe entenderla como un triunfo de la democracia. El 62% de los griegos, en su irreprochable soberanía, ha decidido rechazar el acuerdo con la Troika que el 38% sí quería suscribir: la mayoría se impone sobre la minoría a la hora de decidir sobre su forzoso futuro conjunto. Mas, si de vindicar la soberanía se trata, acaso haya otras soberanías que quepa salvaguardar.
De entrada, el referéndum griego sólo ha habilitado al Gobierno de Syriza a que rechace la última propuesta de la Troika y a que remita otra sugerencia de plan de ajuste más laxo a las instituciones comunitarias. Pero que Grecia emita una oferta no significa que el resto de gobiernos europeos deba aceptarla. Siendo coherentes, todos aquellos que han calificado al referéndum griego y a su negativo resultado como el “triunfo de la democracia” deberían estar reclamando ese mismo triunfante proceso para cada uno de los países que componen la Eurozona: si el pueblo griego es soberano para rechazar las ofertas de la Troika, el resto de pueblos europeos también deberían ser soberanos para rechazar las ofertas del Gobierno griego. De esta manera, por ejemplo, el 70% de los alemanes que rechazan nuevas concesiones para Grecia podría expresar soberanamente su voz.
Pero la soberanía que verdaderamente deberíamos tratar de salvaguardar no es la soberanía de un colectivo para desvalijar a las personas que lo conforman con el propósito de transferirle la mordida a burocracias extranjeras necesitadas de combustible presupuestario que dilapidar. No, la soberanía que debería ser defendida es la de cada individuo para decidir en qué términos desea o no desea ayudar a gobiernos extranjeros. Actualmente ya existen canales para ello: el propio Banco Central de Grecia abrió hace años una cuenta corriente para recibir transferencias voluntarias del extranjero con el propósito de amortizar su deuda pública; y desde Londres también se ha iniciado recientemente una campaña de crowdfunding para rescatar al país.
Quien soberanamente considere que el Gobierno de Syriza es merecedor de ayuda debería ser tan libre de auxiliarlo como quien considere que no lo es. Lo que carece de toda lógica es que la soberanía del “pueblo griego” prime no ya sobre la soberanía del “pueblo alemán”, del “pueblo español” o del “pueblo letón”, sino sobre la soberanía de cada alemán, español o letón para gestionar sus propios ahorros de la manera que considere más adecuada.
Por supuesto, en un respeto escrupuloso de su soberanía, el Estado griego no puede ser forzado a pagar su deuda: todo acreedor sabe —o debería saber— que cualquier gobierno puede decidir unilateralmente no pagar sus pasivos en cualquier momento y, por tanto, es un riesgo que cualquier inversor en deuda pública debería interiorizar y debería estar dispuesto a asumir. Ahora bien, tampoco el resto de europeos, en un respeto escrupuloso de su soberanía individual, podemos ser forzados a seguir extendiéndoles crédito a las autoridades helenas. Ya basta del extend and pretend: ni un euro más para Grecia procedente del bolsillo de los contribuyentes europeos. Ellos ya son mayorcitos para tomar sus propias decisiones y nosotros también lo somos para tomar las nuestras: quienes quieran rescatar a Syriza que lo hagan rascándose el bolsillo por los cauces de ayuda voluntaria, no metiendo la mano en el bolsillo del vecino.
En definitiva, esperemos que la vergonzante Troika no siga dilapidando más decenas de miles de millones en el pozo sin fondo de las Administraciones Públicas griegas. Los griegos son soberanos para no pagar y nosotros deberíamos ser soberanos para no seguir prestando. A partir de ahí, que cada cual asuma las consecuencias de sus actos.