Hasta hace unas semanas, Grecia se llevaba los titulares de periódicos. Ahora es turno de la tragedia china. En este espacio ya criticamos severamente al gobierno de Beijing por su artera intervención en el mercado bursátil para tratar de impedir el colapso de esa burbuja –que esta semana ha vuelto a presentarse, cuyo estallido llegó en junio. Advertimos además que sería inútil y muy contraproducente.
Es de llamar la atención que hasta estos últimos días analistas y medios del “mainstream” hayan volteado a ver al “dragón” asiático como una posible amenaza más a los turbulentos mercados y economía globales. En realidad, esa burbuja que ha reventado no es ni será causa de una crisis, sino que es parte de sus efectos.
El problema central de China es el mismo que en Estados Unidos, Japón, Eurozona, etc., esto es, la emisión desenfrenada de dinero y la expansión crediticia para “estimular” sus respectivas economías. Los chinos, que tanto se quieren apartar de los errores de Occidente, están cometiendo los mismos.
Desde luego, cuando se inyectan cañonazos de billones de dólares ocurre un rebote en el crecimiento y sobre todo, se inflan burbujas en activos –es decir se alcanzan precios elevados en exceso-, que mientras se siguen hinchando la fiesta sigue y todos están muy felices. No obstante, cuando el “aire” se empieza a acabar o de plano se pincha la burbuja, la masa de inversionistas clama y exige la acción del gobierno y los bancos centrales para que aumenten la dosis de la misma dañina medicina. Estos, ni tardos ni perezosos acuden al “rescate”. Grave error.
El final es el mismo que se ha repetido decenas de veces a lo largo de la historia: las distorsiones que generó la emisión desenfrenada de dinero arrasa con gran parte de la estructura productiva, se destruye capital, el valor del papel dinero colapsa y se lleva con él al poder adquisitivo de la mayoría de las personas. El intervencionismo estatal en la economía siempre tiene un alto costo.
China, ante la crisis de 2008-2009, respondió con una inyección de liquidez incluso superior a la de todos los bancos centrales occidentales juntos. Como resultado, su crecimiento se mantuvo pero de manera artificial, y en el camino las burbujas en mercados como el de bienes raíces y más recientemente en el bursátil, se hicieron sentir. Hoy, ya nadie cree en sus estadísticas del PIB donde afirman que crecen conforme a su meta del 7 por ciento.
Por sus dimensiones y el alto número de nuevos “inversionistas” –de los cuales la mayoría son campesinos, jóvenes que invirtieron por recomendación de amigos y hasta personas analfabetas, el reventón de la burbuja bursátil empujó a Beijing a meter la mano con todo para tratar de detener lo inevitable. Paró la negociación de acciones de gran parte de las empresas enlistadas y hasta amenazó con encarcelar a vendedores “en corto” maliciosos. Las medidas tuvieron un efecto temporal, pero de nuevo esta semana se han visto desplomes históricos.
Así que todo acierto chino, como el de acumular oro en masa, quedó borrado del mapa por ahora a causa de su grave error de querer manipular los mercados. El mensaje que se ha enviado a los inversionistas de que el fantasma de la planificación central todavía ronda, se pagará con años de retrasos en sus planes de ascender como máxima potencia mundial y de que el yuan sea divisa de reserva.
Aquí vaticinamos que las medidas del gobierno chino en las bolsas serían contraproducentes y que serían derrotadas por las fuerzas del mercado y el miedo. Los números recientes así lo confirman. La tragedia china abona a otras más, como la de las divisas de países emergentes o la de las materias primas y sus países productores, que seguirán sufriendo por el colapso de sus precios.
La moraleja es: en economía al quebrado se le debe permitir quebrar, al ahorro ser la base del crecimiento sostenido y no a la deuda y la emisión de dinero, pues de lo contrario, crisis recurrentes y cada día más graves son el seguro destino. No es el capitalismo, ¡es el intervencionismo, estúpido!