Que la frase de la figura de hoy la haya escrito Keynes, lo dice todo. Empiezo con el final: una cosa es Keynes y otra abismalmente diferente son los keynesianos.
Hay ciertos autores que a uno le marcan la forma de pensar en economía y así como disfruté leer a Nash, Samuelson, Schumpeter, Hayek, Friedman, Lucas, Fogel, Black, Smith, Ricardo, Marshall, Prescott, por citar algunos, ciertamente tuve tardes gloriosas disfrutando la “General Theory” de Keynes libro que he leído varias veces y que volví a leer cuando el mundo estuvo al borde del colapso en el 2008, un precursor entre otras cosas, de “Behavioral Finance”.
Keynes claramente se daría cuenta de que no se puede mantener una estancia de política fiscal expansiva para siempre. Vivimos en un mundo de excesos fiscales y monetarios. Tanto la política fiscal expansiva de “Keynes” como la política monetaria expansiva de “Friedman” fueron concebidas como shocks temporarios que den oxígeno al sistema y permitan mientras tanto hacer las reformas estructurales que el problema amerita. Lamentablemente, esta crisis ha demostrado con elocuencia que nadie quiere estar delatante de la tortuga.
Parecería que una parte considerable del mundo occidental está embarcada en una preocupante dinámica de gasto en exceso, de endeudamiento por encima del 100% del PBI como si esto fuese la norma de una parte del G10. Siempre que estos pibes se meten en problemas, tratan de enchufarle la carga a emergentes, la crisis del 2008 es un ejemplo elocuente de esto y los emergentes cruelmente se están dando cuenta de que lo mejor de la crisis para ellos ya fue. Ahora con presión cambiaria y recesiva se viene la cara acida de la crisis comenzada en USA en 2007.
La crisis que explotó en 2008 con la quiebra de Lehman fue el resultado de años enteros de excesos atribuidos con razón en gran parte a un mercado financiero privado que se apalancó hasta la coronilla al punto de amenazar la estabilidad del sistema económico mundial como concepto, prácticas que en 2015 se están tornando nuevamente como peligrosamente habituales. La existencia de incentivos erróneos que tiene como centro la asimetría en los payoffs de quienes apuestan le quitó a estos agentes la posibilidad de auto-regulación automática: el miedo a quebrar a uno lo motiva a tomar menos riesgos, el miedo a quebrar a uno lo motiva a apalancarse menos. Ese miedo no existió en la fiesta pre-crisis con Greenspan como Fed Chairman y seguramente tampoco existe hoy con un VIX colapsado y con la clara percepción del mercado de que habrá Puts Gratis en dólares, yenes y euros, por mucho tiempo más.
Pero también es cierto que Estados Unidos, Japón y varios países europeos rondando ya la deflación están envueltos en una voluptuosa dinámica de gasto público creciente, deuda en ascenso y déficits fiscales estrepitosos: ser keynesiano in-eternum tiene costos (y esto no es culpa de Keynes) y los mismos son altísimos. Al sector público también le falta auto-regulación. Me preocupa que cada vez que a estos pibes les falta un mango suban impuestos como única respuesta a una ineficiencia en el manejo de lo público que asusta.
La ortodoxia fiscal con justicia social es clave en la obtención del fin último de un gobierno: optimización del bienestar social, es mentira que gastar mucho genere bienestar, lo que hay que hacer es gastar bien y la diferencia entre ambos patrones es enorme. Tengo la sensación de que vivimos en un mundo de tantas urgencias políticas de cortísimo plazo que lo verdaderamente importante siempre se deja de lado. La educación, la seguridad, la justicia son responsabilidades ineludibles de un Estado pero que de una u otra forma están claudicando ante la realidad de Estados inmensos, ineficientes y ultra-gastadores que parecería siempre tienen una sola respuesta: ante un nuevo problema un nuevo gasto.
Achicar el gasto público, tornarlo eficiente, cuidar lo público como si fuese privado, no es siempre una mala noticia. Tampoco necesariamente resulta en una medida anti-popular por una sencilla razón: gastar bien sin dudas puede beneficiar a todo el mundo. Pero obviamente, aquí se plantea un conocidísimo argumento en “political economy”, una rama de la economía que me interesó mucho durante mis años de Doctorado en UCLA: ¿los Gobiernos actuales están para maximizar el bienestar de la sociedad o por el contrario, sólo quieren maximizar el caudal de votos que les toca administrar en el corto plazo?
Las economías de Estados Unidos, Japón y Europa a gritos están pidiendo reformas de orden fiscal y previsional. Sin embargo, estos gobiernos en general están más interesados en seguir haciendo QEs cuyos efectos sólo impactan el corto plazo que en encarar reformas verdaderamente sustanciales. La razón es muy sencilla: encarar el largo plazo en presencia de gobiernos maximizadores de votos en el corto tiene un costo político tan alto que termina siendo no óptimo en un equilibrio político “a lo Nash”.
Llegará el momento en el que las generaciones que nos procedan cuestionen la laxedad con la que se emitió moneda en estos tiempos, la ligereza con la que se gasta lo público y la falta de creatividad para una clase política que cuando no le cierran los números lo único que sabe hacer es aumentar impuestos. Conclusión: una cosa es Keynes y otra abismalmente diferente son los keynesianos.