China sacudió ayer los mercados con una devaluación del yuan o renminbi (RMB) que, debemos decir, sorprendió a pesar de no ser inesperada. El Banco Popular (central) del país asiático anunció la decisión de devaluar su divisa en 1.9 por ciento, su mayor caída desde 1994.
Durante décadas el modelo chino se ha basado en crecer hacia el exterior, usando a las exportaciones como palanca. Pero los crecimientos del pasado de dos dígitos, son historia. De hecho, la tasa de crecimiento del PIB chino que se supone fue de siete por ciento en el segundo trimestre de este año, nadie la cree.
China llegó hasta aquí luego de que, con el estallido de la crisis global de 2008-2009, inició una campaña de expansión crediticia –o sea de estimulación de deuda- que humilló los esfuerzos occidentales de todos los mayores bancos centrales juntos (ver “Cómo China humilló a la Fed”). El resultado de esta intervención fue el usual: se inflaron enormes burbujas en activos como los bienes raíces y la bolsa que ya empezaron a explotar.
Los problemas chinos se ven reflejados en las estimaciones de JP Morgan, que calcula en 520 mil millones de dólares la fuga acumulada de capitales durante los pasados cinco trimestres. Esa cantidad elimina todas las entradas de capital que había tenido desde 2011, y para dimensionarla mejor, equivale a haber perdido más de 2.7 veces el total de reservas internacionales del Banco de México en solo quince meses. China tiene una sangría que busca detener.
Por eso es que el nivel de tipo de cambio que mantenía hasta antes del anuncio de la devaluación, se volvía cada vez más insostenible no por lo bajo, sino por lo alto.
Reuters reportó que un funcionario del Tesoro estadounidense dijo que era “demasiado pronto” para juzgar las implicaciones de la devaluación del RMB, pero advirtió que cualquier reversión de las reformas necesarias para alcanzar un tipo de cambio determinado por el mercado sería “preocupante”.
Pero Beijing intenta cubrirse las espaldas y dijo que el cambio anunciado es un paso en el sentido de las reformas aludidas, mensaje que fue suscrito por el Fondo Monetario Internacional (FMI), quien en un comunicado dijo que el movimiento del Banco Popular de China deberá permitir que las fuerzas de oferta y demanda tengan “un rol más importante” en la determinación del tipo de cambio.
De paso, el FMI dejó entrever que ese movimiento no sería obstáculo para la posible inclusión del RMB este año en la canasta de divisas de los Derechos Especiales de Giro (DEG), pero sugirió implementar un régimen flotante en los próximos dos a tres años para, en su caso, facilitar las operaciones de DEGs.
Sí, es cierto que ante los recientes problemas de fuga de capitales de China, la devaluación del yuan va esta vez en el sentido del mercado, pero esa es una verdad a medias. Como bien ha señalado el experto analista Patrick Chovanek, Beijing antes manipuló durante años el mercado cambiario y acumuló cerca de cuatro billones (millones de millones) de dólares en divisas para infravalorar al RMB. De manera que ahora para compensar dicha intervención, tendría que seguir perdiendo reservas y mantenerlo ahora sobrevaluado, algo que por supuesto, ya no sucederá porque implicaría abandonar su modelo exportador para pasar a uno basado más en el consumo.
Debido a que la economía china se desacelera, a que acumulan nueve meses consecutivos de caída en importaciones, la quinta baja en exportaciones en los últimos siete meses y reservas internacionales en un mínimo de dos años –que se suman al desplome bursátil-, el miedo a un descontento social mayúsculo venció al gobierno. Esto los empujó a hacer intentos desesperados como la devaluación del yuan para intentar mantener en pie el castillo de naipes que se les derrumba.
El punto es que más allá de posibles beneficios de corto plazo, en el largo, el daño que están causando a su economía es enorme. Los capitales han perdido confianza en China porque –entre otros factores-, la intervención oficial no ofrece garantías de respeto a sus inversiones y propiedad privada, una pésima señal que hace reaparecer el fantasma de la vieja y destructiva planificación central. Un gran salto hacia atrás.
La devaluación, además, podría empeorar la fuga de capitales y meter más presión para seguir devaluando. El tema es que de continuar haciéndolo, en Washington no tardarán en dar el manotazo en la mesa. Es entonces cuando China podría recurrir al “Plan B” que aquí expusimos el lunes, de devaluar al yuan por la puerta de atrás usando al oro: una estaca en el corazón del dólar que dispararía las tensiones entre ambos países a niveles de pronóstico reservado.
Por si fuera poco, la apreciación del dólar mete presión a la Fed que, con esto, reduce de nuevo sus probabilidades de subir este año las tasas de interés. Estados Unidos no quiere tampoco un súper dólar porque la de por sí débil recuperación económica que tiene se pone en peligro, y afecta los ingresos en dólares de sus empresas en el extranjero.
De manera que China ha desatado a escala global la nueva fase de la “guerra de divisas” devaluatoria que podría ser de duración prolongada. Una competencia por ver quién devalúa más y más rápido para ganar competitividad, sin darse cuenta de que quien gane, tendrá una victoria pírrica. Lo peor, aún está por venir.