Ayer, Simon Black (famoso inversionista liberal a quien también hemos entrevistado en este espacio) escribió en su blog Sovereign Man un interesante artículo. Recordó los problemas económicos que se vivieron en la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII. Dijo que en aquel entonces, ese país estaba quebrado y pedía prestado solo para poder pagar los intereses de su deuda. Es cierto.
Incluso después de derrocar al rey, los franceses descubrieron que sus tribulaciones no solo no se habían resuelto, sino que empeoraron a causa de la masiva impresión de dinero inconvertible que ordenó el gobierno. La primera emisión fue en abril de 1790 por 400 millones de assignats –cantidad enorme para aquellos días-, que eran billetes asegurados por una garantía en bienes raíces productivos y que generaban intereses al propietario. “Nada podía salir mal”, pensaron en la ingenua Asamblea Nacional.
Todo parecía ir de maravilla, pero cinco meses después de la primera emisión, el gobierno ya había gastado todo. Así que siguieron creando más y más hasta que, dice Black, “los trabajadores de las imprentas se declararon en huelga por el exceso de trabajo”.
Hacia finales de 1795 se habían impreso cerca de 40 mil millones de assignats, casi 100 veces más que la emisión original en poco más de cinco años. El resultado fue la eventual aniquilación del poder de compra de ese “dinero”, que llegó a su verdadero valor: cero.
Black cita el gran libro de Andrew Dickson White “La inflación del dinero fíat en Francia” –traducido al español por el empresario Hugo Salinas Price y disponible para ser descargado aquí sin costo- y subraya que fue escrito en su momento (1876) con la esperanza de convencer a los políticos estadounidenses de evitar los mismos errores. No se logró.
Casi un siglo después, en 1971, Estados Unidos incumplió sus obligaciones en oro y el mundo entró en una especie de “patrón dólar”. De nuevo, un dinero inconvertible. Como ya lo advirtió en exclusiva para este espacio el presidente del Gold Standard Institute, Keith Weiner, todas las demás divisas actuales son derivados del billete verde. Con una campaña global de creación monetaria simultánea sin precedentes –al estilo de la Francia revolucionaria- para “estimular” la economía, sus desastrosos efectos también serán históricos, para desgracia de la mayoría.
En dicho contexto, la reciente fortaleza del dólar tampoco es algo nuevo. De hecho, como el propio Dickson White lo relató en su obra, en Francia la “caída en el valor del papel estatal estuvo oculta hasta cierto punto, debido a las fluctuaciones, ya que durante diversos periodos el valor del dinero se elevó”. Sin embargo, “a pesar de estas fluctuaciones, la tendencia a la baja pronto se aceleró más que nunca”. De nada sirvieron las multas, encarcelamientos y hasta la pena de muerte para mantener la circulación de los assignats y luego los mandats a valores fijos, hubo una firme depreciación de su valor hasta que alcanzó el punto cero.
Black dice que es gracias a este tipo de alzas temporales en su valor que los políticos aprovechan para decir “¡Vean! El dinero de papel es una gran idea.” Nada ha cambiado. Mal hace quien cree en los políticos.
Cuenta Dickson White que los franceses sólo lograron salir del agujero hasta que, con la llegada de Napoleón al poder, se le preguntó qué haría para resolver la crisis financiera, a lo que respondió: “pagaré oro o no pagaré nada.” Aún con las presiones de otros países en su contra, Napoleón no cedió a las tentaciones del dinero fíat: “Mientras viva, nunca recurriré al papel inconvertible”, contestó a uno de sus ministros. Gracias a ello, incluso cuando llegó Waterloo, el país “no experimentó ningún sufrimiento financiero severo”, explica el autor.
La historia nunca se repite igual, pero por desgracia, una tasa de fracaso del 100 por ciento en los experimentos con dinero fíat en el pasado, no ha sido suficiente para que entendamos que el final siempre es el mismo: pobreza y destrucción de la economía. Sólo el dinero honesto, sólido, y mercados libres de intervenciones estatales –típicas de gobiernos y banqueros centrales- podrán regresarnos a una senda de crecimiento sostenido. La batalla por la libertad de las personas y el progreso, no se debe detener.