El que fuera presidente de la Reserva Federal entre 2006 y 2014, Ben Bernanke, afirmó la semana pasada que no oteaba ninguna burbuja en el horizonte de la economía estadounidense pero que, en todo caso, recomendaba al auditorio no confiar demasiado en sus palabras. Conociendo los antecedentes de Bernanke, uno no puede más que suscribir su admonición: el banquero central negó tanto en 2005 como en 2006 que el mercado inmobiliario estadounidense se hallara inmerso en una burbuja de precios. Si no fue capaz de detectar una de las mayores inflaciones de activos de la historia cuando estaba a punto de estallar justo delante de sus narices, no esperen demasiado de él en estos momentos.
Eso sí, el propio Bernanke reconoció haber aprendido a gestionar una burbuja desde la práctica del banquero central. A su juicio, lo verdaderamente relevante no es conocer si existe o no una burbuja en un determinado activo, sino plantearse cuáles serían las consecuencias para el sistema financiero de que ésta existiera y estallara: si “eso” que parece una burbuja pincha, ¿sufriría graves e irreparables daños el sistema financiero? Si es así, la misión de la Fed sería actuar para minimizar el daño vinculado a ese posible reventón. Dicho de otro modo, lo verdaderamente distorsionador no es que existan burbujas en alguna parte de la economía (algo que sucede todos los días en algún tipo de activo real o financiero) sino que esas burbujas se sitúen en pleno corazón del sistema financiero.
Y, ciertamente, así es: si un inversor utiliza su ahorro para adquirir conscientemente un activo que corre el riesgo de estar inflado de precio y, a su vez, es capaz de absorber las pérdidas derivadas de tal mala inversión, nos hallaremos ante una mera redistribución de pérdidas y ganancias (un inversor habrá vendido comprado barato y vendido caro, mientras que otro comprará caro y venderá barato). Sin embargo, cuando tales activos burbujísticos se convierten en las reservas del sistema financiero y, por tanto, en los saldos de tesorería de todos aquellos agentes económicos que adquieren los pasivos de ese sistema financiero creyéndose estar conservando su liquidez —cuando, en realidad, sólo están invirtiendo indirectamente en esos activos burbujísticos—, entonces sí tenemos un serio problema.
A la postre, si revienta una burbuja con tales características, el hiperapalancado sistema financiero será incapaz de absorberla y ello se traducirá inexorablemente en pérdidas para sus acreedores, quienes contaban con la liquidez de los pasivos del sector financiero quebrado para hacer frente a las operaciones más cruciales de su actividad. El desastre, por consiguiente, no proviene sólo de una burbuja de activos, sino de que esa burbuja de activos se convierta en la impostada reserva de valor del sistema financiero. Así pues, parece que el ex presidente de la Fed está empezando a reconocer la auténtica magnitud del problema vinculado a las burbujas de activos.
Pero, por desgracia, su diagnóstico todavía se halla muy alejado de las auténticas causas profundas: si el sistema financiero se hiperpalanca a corto plazo para invertir en activos financieros a largo plazo (contribuyendo con ello a generar burbujas), es en esencia porque cuenta con una garantía de refinanciación de última instancia que se llama banco central. Son los bancos centrales quienes prometen al resto del sistema financiero que les proporcionarán la liquidez que les falte en el momento en el que la requieran, y eso es lo que precisamente habilita a ese sistema financiero a deteriorar enormemente su propia liquidez (dicho de otra forma: el sistema financiero deteriora su liquidez interna confiando sobrevivir merced a la liquidez externa que le promete el banco central). Sin esas promesas de refinanciación ilimitada, a los bancos y resto de entidades financieras les resultaría imposible endeudarse a corto plazo para invertir en activos ilíquidos y a largo plazo en torno a los cuales se gestan las burbujas.
En teoría, se cree que semejante esquizofrenia financiera puede funcionar por cuanto se confía en el papel supervisor del banco central: éste se encarga de controlar el proceso para evitar que se desmadre; el sistema financiero no se expondrá demasiado a activos burbujísticos confiando en las salvaguarda del banco central porque éste lo impedirá. Pero hete aquí que el propio Bernanke reconoce ser incapaz de saber qué activos se hallan en fase de burbuja y cuáles no. El controlador no controla porque es incapaz de hacerlo. La auténtica solución, por tanto, no es seguir privilegiando y controlando al sistema financiero: seguir recurriendo al palo y la zanahoria. La solución es quitar totalmente el palo y la zanahoria: los privilegios (bancos centrales) y los controles de supervisores autorreconocidamente ciegos.