Licenciado de los Tercios, el Capitán Barbatriste decidió probar suerte en política y contactó con un viejo camarada con el que había compartido sudores y desdichas en la toma de Breda, y que de regreso a España se había “colocado” con uno de los validos del Rey. Quedaron en una oscura venta pues su amigo no quería que le descubrieran, y porque además el ventero no le cobraba por el puesto que ocupaba. En la mesa de al lado estaba sentado Francisco de Quevedo, que escribía uno de sus famosos sonetos. “Érase un hombre a un escaño pegado….” (no, creo que no era así).
“Mira, Barbatriste –le decía su amigo-, la política es el arte que permite que un grupo reducido de personas pueda vivir de un grupo muy grande, porque al revés no funcionaría. Si les pides dinero, se van a enfadar mucho, ya que se les ha pedido antes mucho más; así que lo que hay que hacer es que no se den cuenta de que se les quitan las monedas de la faltriquera, o al menos de que se den cuenta pero lo vean como imposible de evitar. La respuesta se llama impuestos. Tú les subes los impuestos para pagar las guerras del Rey y no pueden negarse, pero luego lo usas en lo que le venga bien a tus intereses. Te pongo por ejemplo al señor al que sirvo; ha perdido una gran cantidad de dinero y necesita vender su palacio. No está en buena zona y todos los demás nobles tienen ya su propio palacio. Está claro que se lo tiene que comprar el Estado, y para ello se contratan más empleados públicos y se dice que no se tiene ubicación para ellos, y como se ha quedado ese palacio libre, se le compra a buen precio. Como hace falta dinero, se les suben los impuestos a los villanos (hoy en día, clases medias venidas a menos). Lo importante, Barbatriste, es mantener el nivel de gasto, y que los impuestos se ajusten al gasto”.
No sé si el poso de la filosofía política del siglo XVII se quedó en España para siempre, pero lo cierto es que en los últimos veinte años las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos han multiplicado por tres sus funcionarios, y durante ese período han comprado prácticamente todos los grandes edificios que los bancos tenían en la capital de España, y que difícilmente podrían tener otra utilidad que llenarlos con funcionarios, habida cuenta de su antigüedad y de su difícil distribución en planta. De hecho, los altos cargos de la Administración tienen unos despachos que para sí los querrían Bill Gates o Warren Buffett, y efectivamente, los impuestos no han parado de subir para “acoger” el creciente gasto.
El hecho es que los bancos se dieron cuenta de que sus históricos edificios en el centro de la capital no tenían utilidad para ellos, y buscar ciudades financieras en el extrarradio les suponía un ahorro importante de costes. Pero había que vender los viejos y poco funcionales edificios diseminados por el centro, y a priori no había ningún comprador para ellos. Pero la persuasión moral y las potenciales compensaciones económicas son capaces de mover montañas (si no, que se lo digan a los “lobbies” americanos), y sin prisa pero sin pausa, a lo largo de veinte años los bancos han liquidado sus posiciones inmobiliarias antes de que llegase la crisis y han endosado sus viejos edificios a la Comunidad y al Ayuntamiento de Madrid (o sea, a todos nosotros), que se han endeudado para adquirirlos, o lo que es lo mismo, que nos han endeudado para un par de generaciones.
El gran damnificado de esta historia será El Corte Inglés, porque cuando ya no pueda volver a refinanciar su enorme deuda, y llame a las puertas adecuadas para que el Estado se quede con algunos de sus grandes edificios, esta vez no va a poder conseguir que se engrasen los entresijos del poder.
Y es que Barbatriste tiene un grave problema. Ha llegado a la venta con las ubres de las vacas tan exprimidas que es difícil que den más leche, y los villanos ya no tienen ducados con los que pagar más impuestos. Así que le está siendo difícil dedicarse a la política, porque donde él va, otros ya han vuelto, y se han llevado los doblones a las Américas (léase, Gran Cayman), y los corsarios (léase, la troika) están haciendo su agosto con el oro y la plata que antes llegaban en los barcos al puerto de Sevilla.
¿Alguien me puede explicar por qué si en una transacción inmobiliaria realizada ante notario, la cantidad que se cobra y se paga es la misma, cuando hacemos balance en el país sólo tenemos las deudas y el dinero pagado no aparece? ¿Por qué España tiene un endeudamiento del 320% del PIB y sin embargo, no tiene el dinero que pagaron los que se endeudaron y que alguien recibió? ¿Dónde ha ido? Grandes preguntas para Barbatriste, a las que no parece tener respuesta. Así que mejor darse a un nuevo vicio que acababa de llegar de las Américas y que algunos comenzaron a llamar cigarro puro en el siglo XVII.