El evento que sin duda ha marcado más la actualidad de este Noviembre de 2015 ha sido los atentados de París, que se han saldado con 130 muertos y centenares de heridos. Atentados tan atroces son frecuentes en el mundo en estos tiempos, pero hacía décadas que no se veía una atrocidad semejante en la capital del Sena, en pleno corazón de Europa. A priori se podría decir que este atentado poco tiene que ver con el tema principal de este blog, la energía; sin embargo, en vista de las primeras reacciones a los terribles sucesos de París lo que se diría es precisamente lo contrario: que todo el problema gira en torno a la energía. Y es que la primera reacción del Gobierno francés ha sido redoblar su actividad bélica en Siria, responsabilizando al Estado Islámico de esa nueva muestra de brutalidad. Estado Islámico tiene ya un largo historial de monstruosidades varias, y es obviamente poco popular entre la mayoría de la población occidental; sin embargo, por motivos que pocos tienen interés en desentrañar hay una fracción de la población europea, formada por excluidos socialmente, para los cuales Estado Islámico resulta un irresistible imán, un vehículo para remediar su calamitosa vida (aunque en realidad lo que hace es arruinársela definitivamente, y con la suya la de los pobres desgraciados que tienen la mala suerte de cruzarse en su camino). Sólo así se explica que los autores materiales de los atentados eran ciudadanos franceses (de origen árabe, se recalca rápidamente, como si la creciente exclusión fuera a respetar algún tipo de división étnica).
Lo cierto es que, a pesar de los muchos meses transcurridos desde que se formaron una coalición de países árabes por un lado y una de países occidentales por el otro para luchar contra Daesh (como ahora se le denomina), lo cierto es que hasta ahora Daesh ha sido poco combatido y ha seguido comerciando con cierta impunidad con el petróleo que extrae en el norte de Siria y el norte de Irak. Los atentados de París han cambiado la situación, y Rusia, que ya había entrado con bastante empuje en Siria, ha comenzado a destruir con cierta sistematicidad las líneas de comercio y aprovisionamiento de Daesh. Justamente cuando un caza ruso atacaba una interminable línea de camiones que llevaba el petróleo de Daesh para su venta en Turquía, un caza turco derribó el caza ruso. El hecho en sí evidencia la fragilidad de la coalición ad hoc creada para combatir a Daesh, principalmente porque los fines de todas las partes implicadas no son exactamente los mismos. Se podría decir que a todos molesta Daesh, aunque hay fuertes indicios de que una parte substancial de su financiación actual viene en realidad de varios reinos del Golfo Pérsico, y en particular de Arabia Saudita. Por otro lado, Occidente quiere aprovechar la guerra para derribar a Al Assad y poner en su lugar a alguien más afín (moderado, dicen) en tanto que Rusia quiere que Al Assad se mantenga, pues es un fiel aliado, y aprovecha sus bombardeos sobre Daesh para bombardear otros grupos considerados "moderados", por cierto también yihadistas: precisamente en el momento de ser derribado, el caza ruso atacaba a un grupo pro turco. Como ven, la situación es mucho más multilateral de lo que se pretende hacer ver en las planas pantallas de los televisores, y el trasfondo de toda la guerra es el control de los ricos y relativamente poco explotados yacimientos del norte de Irak y los oleoductos que podrían transportarlo hasta el Mediterráneo. Dado que Irak ha sido, durante años, la última gran esperanza del mundo del petróleo y que en los análisis de la Agencia Internacional de la Energía repetidamente se atribuye a Irak el papel de ser el único país donde la producción de petróleo puede crecer significativamente durante las próximas décadas, queda bastante claro que nos enfrentamos a una guerra por el petróleo. No es ésta la primera guerra por el petróleo, pero posiblemente es la primera guerra por los últimos grandes yacimientos del petróleo; por ello, y porque 2015 es, con toda probabilidad, el año del peak oil global, Manuel Casal Lodeiro ha acuñado un término para esta guerra (y las que le seguirán): guerra postcenital.
En medio del clamor bélico y de las inmediatas represalias rusas con Turquía, ha pasado bastante desapercibida la interrupción del suministro de gas natural ruso a Ucrania. A pesar de que ya no sale en los medios, es conveniente recordar que Ucrania continúa envuelta en una guerra civil y sus relaciones con Rusia no son sencillas, teniendo en cuenta que las regiones separatistas del Este quieren formar parte, precisamente, de Rusia. Este movimiento de dejar Ucrania sin gas justo a las puertas del crudo invierno centroeuropeo es bastante habitual en Rusia, una medida de presión para que pague sus atrasos y acepte nuevas subidas en el precio del gas. Es interesante destacar que unos días antes se produjo un corte de electricidad en la península de Crimea, actualmente bajo el control ruso, en lo que podría ser un acto de sabotaje o de extorsión por parte del Gobierno ucraniano; si así fue, les ha salido mal la jugada. La guerra y las dificultades de las relaciones con Rusia dejan a Ucrania en una mala situación para hacer frente a multitud de cuestiones importantes, y entre todas ellas una que también tiene que ver con la energía: el control del fallido reactor nuclear de Chernóbil. Un comité internacional había decidido la renovación del sarcófago de contención construido hace ya más de 25 años, en vista de los problemas estructurales que presenta. La inestabilidad en el país y otras urgencias económicas, tanto de Ucrania como del consorcio internacional que provee los fondos, hacen temer un retraso en una infraestructura tan fundamental no ya para la economía sino para la vida, la misma posibilidad de la vida, en la zona afectada. Desgraciadamente, descuidar la contención nuclear es algo previsible cuando faltan recursos y debería a muchos a plantearse si realmente se debe aprovechar la relativa abundancia energética actual para apostar más fuertemente por la energía nuclear como una energía de transición o, más bien al contrario, se debería proceder ya a su desmantelamiento lo más ordenadamente posible, antes de que los recursos escaseen; ítem más cuando sabemos que el pico del uranio está ya prácticamente encima de nuestras cabezas. En cualquier caso, los eventos en esta república ex-soviética nos recuerdan que en paralelo al desarrollo de los acontecimientos en Siria e Irak hay otros muchos focos de conflicto asociados a la crisis energética que probablemente estallarán durante los próximos años.
Los atentados de París han tenido otras consecuencias, en el plano doméstico. Con verdadero furor se han aplicado muchas medidas restrictivas de las libertades individuales, y en Francia se habla abiertamente de reformar la constitución para darle más poderes a la policía, de modo que se pueda proceder a allanar domicilios sin necesidad de tanta tutela judicial como ahora se establece. Por lo pronto, se mantiene en toda Francia el estado de emergencia, que entre otras cosas prohíbe la celebración de manifestaciones. Lo cual resulta muy conveniente, teniendo en cuenta que hace dos días comenzaba en París la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la COOP 21. Días antes del arranque de la cumbre, la policía francesa puso en situación de arresto domiciliario a una veintena de destacados activistas de aquel país, y durante las manifestaciones que se celebraron en París la víspera del comienzo de la cumbre hubo altercados violentos, que acabaron con 100 manifestantes detenidos. Resulta bastante conveniente el actual clima de psicosis colectiva y terror para evitar el disenso ciudadano, y en especial en esta decisiva cumbre sobre el clima de París, en la cual se pretenderá hacernos ver que se han adoptado grandes compromisos aunque en la práctica más allá de los grandilocuentes y solemnes discursos nadie va a tomar medidas realmente decisivas, puesto que para combatir el cambio climático se tendría que emitir menos CO2 y por tanto consumir menos combustibles fósiles; pero sin un cambio del modelo energético consumir menos combustibles fósiles significa consumir menos energía, y con menos energía la contracción económica es inevitable (a pesar de los últimos cantos de sirena de la AIE). Y aunque el declive económico es inevitable nadie quiere abordar el verdadero problema, el de intentar crecer indefinidamente en un mundo finito y por ello se prefiere la guerra, como solución transitoria, a crear algo más complejo y necesario. Y a pesar de saber todo esto, de las dificultades que se encontrarán en el camino, de la falta de voluntad política para oponerse a un modelo económico suicida impuesto por los grandes capitales, y que tendrán delante a la policía para acosarles y derribarles si fuera menester, miles de activistas se han congregado y siguen haciéndolo en la herida capital de Francia. Mis pensamientos están con ellos, y en particular con los participantes de la gran bicicletada que viene desde España.
Hay una creciente agitación en el mundo de la energía. Este mes de noviembre hemos conocido el último informe anual de la Agencia Internacional de la Energía, el WEO 2015. Aunque no introduce ideas nuevas, el WEO 2015 se reafirma en las tendencias apuntadas en los últimos años: por debajo del optimismo institucional que la AIE se ve obligada a transmitir, este WEO nos habla explícitamente de los picos productivos del petróleo y el carbón (materias primas, no lo olvidemos, que proporcionan dos tercios de toda la energía primaria consumida en el mundo) e indirectamente del del uranio (el cual si que fue explícitamente referido en el informe de 2014). Pero lo que más destaca de este WEO 2015 es que sin tapujos habla de decrecimiento energético de Europa y Japón, y estancamiento de los EE.UU., durante las próximas décadas; estancamiento y declives completamente lógicos, si preven que la oferta de energía no aumentará y que otros muchos países seguirán aumentando su consumo. Ni siquiera las energías renovables, a las que la AIE concede un papel clave, podrán compensar la caída de las no renovables. Para hacer tragar tan amarga píldora, la AIE nos pretende hacer creer que a pesar del declive energético habrá un gran crecimiento del PIB (algo que nunca ha pasado, dejando aparte efectos estadísticos en los momentos agudos de las crisis). La realidad es que cada año que pasa el desarrollo de los acontecimientos hace menos viable el infundado optimismo con el que la AIE quiere afrontar la previsión energética.
Concomitantemente con la celebración de la COOP 21 y la publicación del último WEO, se ha visto un relanzamiento de las propuestas que abogan por una transición energética al 100% renovable durante las próximas décadas. Dichas propuestas vienen avaladas por respetables instituciones, desde grandes asociaciones ecologistas como por poderosos think tanks apoyados por mecenas de alto rango político y económico, pasando por multitud de asociaciones más modestas pero no por ello menos activistas. La idea es aprovechar la creciente concienciación del ciudadano medio con el problema ambiental (en realidad, el específicamente climático, pues la Tierra tiene otros muchos problemas ambientales de los que casi no se habla) y el realce mediático que supone la COOP 21 para conseguir, de una vez por todas, que el debate sobre la transición energética necesaria sea ya puesto en el lugar central que le corresponde. Desde mi punto de vista, hay un cierto error de enfoque en el planteamiento que generalmente se suele hacer sobre la transición energética, en el que los aspectos que se destacan no son los que verdaderamente están en cuestión. Sucede algo análogo en la cuestión ambiental, donde frecuentemente se repite la consigna "Salvemos el planeta", cuando no es el planeta, ni siquiera la vida en el planeta, la que está en peligro, sino nuestro propio hábitat, que es lo que nos da sustento y permite nuestra vida; en suma, somos nosotros, y no la vida, lo que está en peligro. En el ámbito de la energía, la cuestión no es, como tanto se repite, si podremos conseguir la transición a un modelo 100% renovable para finales de este siglo o algo antes, si hay suerte. Tal cosa no está ni ha estado nunca en cuestión: la inevitable y acelerada caída de la producción de combustibles fósiles y de uranio durante las próximas décadas garantizan que la mayoría de la energía que consumiremos será de origen renovable, y con una elevada probabilidad el porcentaje renovable será del 100% o prácticamente antes de finales de este siglo. Por tanto, ésa no es la cuestión que verdaderamente se plantea. La cuestión que realmente está sobre la mesa es si podremos producir la misma cantidad de energía útil que actualmente consumimos o, en una formulación aún más pretenciosa, si podremos mantener un sistema económico creciente basado exclusivamente en las energía renovables. Es conocido que mi respuesta a esta cuestión, incluso asumiendo un nivel estacionario de energía, es bastante pesimista: pensar que tal cosa es posible contradice muchos aspectos económicos y algunas limitaciones físicas, y para mi la cuestión clave y primordial es la transición en el modelo económico. Peor aún: tengo mis serias dudas de que podamos mantener una sociedad industrial a un nivel comparable al que tiene ahora. No obstante, respeto profundamente a aquellos que siguen buscando un camino para emprender esa transición que, de cualquier manera, los grandes actores económicos no parecen tener el más mínimo interés en seguir (y en ese sentido, les anuncio que próximamente publicaré un par de posts de Antonio García-Olivares, en los que comenta de manera divulgativa dos recientes artículos de investigación suyos que dan argumentos a favor de la factibilidad de la transición renovable manteniendo la sociedad industrial).
Tenemos muchos indicios de que el modelo económico actual, disfuncional en muchos aspectos como es, no es capaz de integrar un sistema renovable alternativo, y en particular está el hecho de que a pesar de las décadas urgencia climática y de agotamiento de recursos aún no ha dado ese gran paso, el de la transición renovable. Y este mes de noviembre nos ha dejado otra noticia que abunda en la misma dirección: la quiebra, esperada desde hace meses, de Abengoa. Esta gran empresa española, dedicada a la explotación de sistemas de captación de energía renovable, fundamentalmente solar, había conseguido una fuerte presencia internacional, con grandes proyectos no sólo en España sino también en EE.UU. Sin duda, su modelo de gestión no han sido el adecuado pero, ¿no es siempre así cuando una empresa quiebra? Abengoa intentó crecer demasiado deprisa apoyándose en importantes subvenciones públicas y grandes facilidades de crédito barato, pero la realidad física de sus proyectos no se realizó en los beneficios no ya esperados sino los necesarios para mantener el negocio en marcha. Finalmente, sumida en sus propias contradicciones, Abengoa ha quebrado, y es difícil negar que es un mal síntoma para el sector.
Este es mi resumen del mes de noviembre, que será el último que escribiré este año, pues a finales de diciembre haré el resumen anual. Este año 2015, que probablemente pasará a la historia por ser el del peak oil, he hecho un seguimiento mes a mes de las noticias más relevantes (según mi personal criterio) en el ámbito de la energía y en otros conexos. Mi intención era la de ampliar los detalles, pues cuando uno está llegando a la cima de una colina tanto la subida anterior como la bajada posterior son muy suaves y es difícil saber exactamente en que momento estuvo en lo más alto. A partir del año que viene, la previsible aceleración de los procesos en marcha (rápida caída del suministro de petróleo por la quiebra de productores y lenta recuperación de la demanda, más guerras y conflictos) hará innecesario hacer una descripción tan detallada.
Y ahora les dejo: los próximos días estaré en Bruselas, a ver cómo se vive el miedo en la capital de Europa.