El programa económico de Podemos se basa en la fantasiosa expectativa de que nuestro país será capaz de crecer a un ritmo real del 5% anual durante toda la legislatura gracias al estímulo del gasto público que pretende impulsar la formación morada. Será ese dopaje al crecimiento económico el que arrojará una recaudación adicional de cerca de 30.000 millones por año al final de la legislatura.
Somos muchos los economistas que hemos criticado el inexistente fundamento de tales estimaciones, claramente diseñadas ad hoc para cuadrar el círculo de la insostenibilidad fiscal de su programa. Una de sus debilidades más evidentes se refiere al valor totalmente inflado del multiplicador del gasto que presuponen: Podemos considera que, por cada euro adicional que gaste el sector público, el PIB de España aumentará en otro euro adicional; esto es, si aumentamos el gasto público en 96.000 millones al año, el PIB se incrementará adicionalmente en esa cuantía, lo que a su vez —suponiendo una recaudación algo superior al 30% del nuevo PIB— dará lugar al antedicho incremento de los ingresos de 30.000 millones.
El problema es que la evidencia económica apunta a que los multiplicadores del gasto en momentos de expansión económica son inferiores a 1. Es lógico: cuando el sector privado ya está invirtiendo con fuerza, el aumento del gasto público tiende a provocar el llamado “efecto expulsión” vía absorción de la financiación o vía generación de cuellos de botella. Por ejemplo, Auerbach y Gorodnichenko (2012) cifran los multiplicadores fiscales en EEUU durante las épocas de expansión en una horquilla entre 0 y 0,5; a su vez, para España, Hernández de Cos y Moral-Benito (2013) lo cuantifican entre 0,34 y 0,64. Evidentemente, si el efecto multiplicador del gasto fuera un tercio del recogido por Podemos en su programa, el PIB y la recaudación también crecerían adicionalmente sólo un tercio de lo que ellos esperan: por tanto, en lugar de recaudar 30.000 millones, conseguirían sólo 10.000, y su agujero presupuestario en 2019 sería 20.000 millones superior al que ahora prometen.
En un reciente artículo en El País titulado Las cuentas sí cuadran, el responsable económico de Podemos, Nacho Álvarez, ha tratado de defender la solidez de sus cálculos frente al aluvión de críticas recibido. Nacho Álvarez considera que sus estimaciones sí son realistas y, para ello, nos remite a un paper de los economistas Ignacio Zubiri y Jabier Martínez (2013) donde estiman que el efecto multiplicador del gasto público para España es cercano a 1 incluso durante las épocas de crecimiento.
Sin embargo, uno debería interpretar los cálculos de Zubiri y Martínez con prudencia. Los propios economistas reconocen en su ensayo que “cualquier valor numérico del multiplicador debe tomarse con cautela (…) probablemente no hay un multiplicador único que solo dependa de una variable (por ejemplo la tasa del crecimiento del PIB). Lo que hay son multiplicadores aplicables en contextos distintos y, por ello, lo razonable es dar un intervalo de valores más que un número fijo”. Más en particular, la estimación del efecto multiplicador por parte de Zubiri y Martínez se efectuó a partir de una serie de datos en la que el endeudamiento público español era muy inferior al actual: y la evidencia económica también nos muestra que uno de los principales determinantes del tamaño del multiplicador es la salud financiera de las cuentas públicas. A saber, si hay dudas sobre la solvencia del Estado, hiperendeudarse para “estimular” la economía puede terminar ahuyentando la inversión privada por incertidumbre económica y por temor a futuras subidas de impuestos o recortes de otros gastos.
Por ejemplo, en su revisión de la literatura económica, Hemming, Kell y Mahfouz (2002) afirman textualmente: “Una elevada prima de riesgo probablemente es la principal razón por la que los multiplicadores pueden volverse negativos”. Asimismo, Ilzetzki et alii (2012) son taxativos al sostener que “los estímulos fiscales en países muy endeudados pueden ser contraproducentes. Nuestra estimación es que, en tales casos, el multiplicador de impacto es cercano a 0, y el multiplicador a largo plazo se reduce a -3. Además, podemos rechazar con una confianza del 99% la hipótesis de que el multiplicador fiscal es positivo”. Análogo resultado alcanzamos para España: lo ya mentados Hernández de Cos y Moral-Benito (2013), calculan que cuando la deuda pública supera el 100% del PIB, el efecto multiplicador del gasto para nuestro país es de -0,43 (es decir, por cada 100 euros de gasto público, el PIB se contrae en 43).
Por tanto, si combinamos la situación de crecimiento económico —coyuntura en la que, en general, los multiplicadores son poco eficaces— con las dificultades fiscales que atraviesa nuestro país, inexorablemente llegaremos a la conclusión de que el multiplicador necesariamente será mucho más bajo que el estimado por Podemos (incluso cabe esperar razonablemente que sea negativo). Sobre todo si, para más inri, la implementación de su programa requeriría de una negociación a cara de perro con Bruselas que incrementaría la incertidumbre y que todavía reduciría más cualquier efecto multiplicador positivo que pudiera haberse dado.
Por tanto, no: las cuentas de Podemos no cuadran. Como poco, exhiben un agujero anual de entre 15.000 y 20.000 millones de euros. Y lo peor es que, inmersos en su fanatismo ideológico, ni siquiera parecen ser conscientes de ello.