El Banco Central Europeo optó este pasado jueves por perseverar en su política monetaria expansiva: a) incrementa sus compras mensuales de activos desde 60.000 a 80.000 millones de euros (incluyendo, además, la deuda empresarial entre el tipo de activos elegibles para ser adquiridos); b) rebaja el tipo de interés de intervención al 0% y el de los depósitos bancarios en el BCE al -0,40%; c) y lanza una nueva ronda de refinanciación de la deuda bancaria a largo plazo (la llamada TLTRO II).
El propósito del BCE no es otro que el de tratar de relanzar el crédito a familias y empresas dentro de la Eurozona: propósito en el que lleva inmerso desde principios de 2014, cuando comenzó a adoptar políticas deliberadas de laxitud crediticia. Fue en ese momento cuando el instituto emisor adoptó su política de intereses negativos y su primera ronda de TLTRO. Más adelante, en marzo de 2015, desplegó el tan esperado Quantitative Easing europeo, con monetizaciones mensuales de 60.000 millones de euros en activos financieros diversos.
Mas no parece que el BCE haya cosechado un éxito extraordinario al respecto. Es verdad que el crédito a familias y empresas retoma su crecimiento desde mediados de 2014, pero su ritmo de expansión es perfectamente equiparable al experimentado entre 2010 y 2012 sin ninguna de tales medidas en vigor (y, en todo caso, se trata de un ritmo muy inferior al vivido antes de la crisis).
De hecho, el termómetro que suele emplear el BCE para averiguar si su política monetaria expansiva está surtiendo el efecto deseado o no —un incremento interanual del IPC cercano al 2%— no puede haberse comportado de un modo más desastroso: desde mediados de 2014, el IPC se ha hundido a tasas cercanas al 0%, lo que sólo le ha servido al banco central como excusa para seguir duplicando su apuesta por una política monetaria acomodaticia.
¿Y por qué cabría esperar que todo aquello cuanto ha fracasado hasta la fecha vaya a funcionar a partir de ahora? En realidad no hay ninguna razón para ello: el BCE sólo está tensionando crecientemente la cuerda a ver si, en algún momento, termina surtiendo efectos. Esto es, presionar tanto como sea necesario para que el crédito privado vuelva a aumentar pero ni un pascal más. Por un lado, redobla el castigo que venía propinándoles a los bancos en caso de que se nieguen a prestar; por otro, introduce nuevas zanahorias para aquellas entidades que accedan a extender financiación a familias y empresas.
Así, la combinación de la ampliación de la flexibilización cuantitativa a 80.000 millones de euros mensuales y de unos mayores tipos de interés negativos del -0,40% implica que el BCE incrementará anualmente la sanción que aplica a los bancos en 3.840 millones de euros (el banco central aumentará en un año el volumen de reservas bancarias en 960.000 millones de euros, y sobre ellas cargará un interés anual del -0,4%: es decir, cobrará a los bancos unos intereses anuales adicionales de 3.840 millones de euros). Dado que los intereses negativos actuales ya ascienden a más de 1.300 millones de euros, en apenas doce meses el BCE estará fustigando a los bancos privados con un pseudoimpuesto anual de más de 5.000 millones de euros.
El deseo del BCE es que los bancos intenten compensar estos inescapables intereses negativos esencialmente mediante dos vías: una, incrementar su volumen de créditos a familias y empresas (a más créditos, más ganancias que compensarán las pérdidas expansivas vinculadas a los intereses negativos); dos, reducir sus costes de financiación. El propio Benoît Cœuré, miembro del Consejo de Gobierno del BCE, loreconocía hace unos días: “La mayoría de bancos han sido capaces de compensar los menores ingresos por intereses con mayores volúmenes de crédito, menores gastos de financiación, menores provisiones por riesgo y mayores ganancias de capital” (las provisiones y las ganancias de capital son meros ajustes de balance, de modo que no generan mejoras en los beneficios ordinarios de la entidad).
Y si la forma de contrarrestar las pérdidas por intereses negativos es prestar más y rebajar los costes propios de financiación, ¿qué mejor que vincular ambas estrategias? Es aquí donde nos topamos con la zanahoria presentada ayer por el BCE: el programa TLRTO pretende recompensar a las entidades financieras con una nueva ronda financiación barata equivalente al 30% del nuevo crédito que hayan concedido entre 2014 y 2016. Pero lo significativo no es esto, sino que si, además, los bancos incrementan significativamente el crédito que conceden a familias y empresas hasta enero de 2018, el BCE los agraciará con tipos de interés negativos del -0,4% por todo el volumen de financiación que hayan recibido (es decir, en este caso el BCE les pagaría a los bancos unos intereses del 0,4% por endeudarse con BCE).
En otras palabras, lo que el BCE les está diciendo a los bancos es bien simple: “Si se quedan quietos y sin prestar, les impondré pérdidas extraordinarias (intereses negativos); si aumentan su cartera de préstamos a familias y empresas, compensarán esas pérdidas extraordinarias con mayores ingresos y, además, yo mismo los financiaré a tipos de interés negativos”. El problema de tales presiones con palos y zanahorias es que la razón de fondo por la que los bancos no están prestando a los ritmos pre-crisis no es que carezcan de músculo financiero suficiente, sino que no encuentran a demandantes de crédito lo suficientemente solventes como para prestarles.
Es decir, el Banco Central Europeo está empujando a las entidades financieras a que asuman mucho más riesgo prestando a aquellos que, a su entender, no merecen recibir crédito alguno: si eres prudente, te penalizo con más impuestos (intereses negativos sobre los depósitos de la banca en el BCE); si eres imprudente, te subvenciono (intereses negativos sobre los préstamos TLTRO del BCE a la banca).
Como de costumbre, los bancos centrales están tratando de forzar la máquina antes de que ésta se haya reparado. Lejos de presionar a las entidades financieras para que presten, deberíamos contribuir a solventar aquellos desequilibrios que las llevan a no prestar. Y hoy esos desequilibrios se hallan esencialmente en el lado de la demanda de crédito: ausencia de oportunidades de inversión y exceso de endeudamiento privado. Para lo primero, el Estado debería liberalizar la economía, de modo que la creación de riqueza resulte mucho más sencilla y asequible; para lo segundo, el Estado debería bajar intensamente impuestos, incrementando la renta disponible de familias y empresas con la que amortizar aceleradamente su deuda. Menos parches nocivos y más soluciones reales: Europa ha ensayado durante toda la crisis demasiado de lo primero y nada de lo segundo.