Una de las primeras máximas que debería aprender todo banquero central es que “se puede llevar el caballo al río, pero no se le puede obligar a beber”. Es decir, un banco central puede flexibilizar enormemente las condiciones de acceso al crédito, pero en última instancia quien debe tomar la decisión de endeudarse es el propio deudor. Durante los últimos días hemos presenciado cómo el Banco Central Europeo desplegaba todo arsenal piromonetario para empujar a los bancos a prestar: desde la inyección mensual de 80.000 millones de euros en la banca hasta la imposición de un pseudoimpuesto de guante blanco en forma de tipos de interés negativos. Todo diseñado para que nuestras entidades financieras sientan la presión en sus carnes —en sus cuentas de resultados— y no racaneen el crédito. Pero no. Por mucho que Draghi lleve el caballo al río, por mucho que le acerque violentamente su hocico al agua, éste se niega a beber: las familias y las empresas europeas observan los tipos de interés ultrabajos pero se niegan a endeudarse a los ritmos que desearía el BCE.
¿Razones? Muchas de ellas todavía cargan con enormes pasivos financieros heredados de la última burbuja; otras simplemente no encuentran oportunidades de inversión lo bastante atractivas como para solicitar crédito. La Eurozona adolece, pues, de dos graves problemas que minan su crecimiento y que el BCE no puede resolver: sobreendeudamiento heredado y carencia de dinamismo inversor. Ambas deficiencias son de difícil resolución, pero deberían atajarse mediante un valiente y enérgico paquete de reformas estructurales que consistiera, primero, en redimensionar el mastodóntico Estado de Bienestar europeo para así poder bajar impuestos y, segundo, en liberalizar ampliamente los encorsetadísimos e hiperregulados mercados europeos. Con un enérgico recorte de impuestos lograríamos que familias y empresas vieran aumentar su renta disponible y aceleraran la amortización anticipada de su deuda; con un extenso programa de liberalizaciones conseguiríamos que florecieran nuevas oportunidades de inversión. Sin lo uno y sin lo otro, Europa continuará estancada y la laxa política monetaria del banco central sólo contribuirá acaso a generar nuevas burbuja de malas inversiones y deuda impagable.
No crean que se trata de una admonición personal, el propio Draghi les cantó este jueves las cuarenta a los líderes de la UE: “He dejado claro que, aunque la política monetaria haya sido el único motor de la recuperación durante los últimos años, ésta no puede solucionar las debilidades estructurales de la Eurozona. Para ello se necesitan reformas”. Draghi no puede y nuestros políticos no quieren.