Hace unos días publicábamos los 10 mercados o activos donde posiblemente se esté formando una burbuja en estos momentos. La formación de una burbuja es esencialmente una cuestión de comportamiento inversor. Los precios suben más allá de lo razonable, y los análisis objetivos se desechan o se malinterpretan.
El premio Nobel Robert Shiller, detalla cinco puntos para detectar una burbuja:
- Importantes alzas en el precio de un activo o clase de activos.
- Gran entusiasmo público acerca de estos aumentos de precios.
- Gran repercusión mediática.
- Nuevos métodos de valoración que justifican esos altos precios.
- Caída en la actividad del sistema crediticio.
Pero hay algo quizás más interesante en las burbujas financieras, y es el modo en que funciona el cerebro de los inversores que participan en ella. Una nueva investigación de neurociencia que se publicará en el próximo número de la revista Neuron analiza el cerebro de los traders de mercado en esta situación.
En el Instituto de Tecnología de California, se estudió el comportamiento de voluntarios cuando ellos operaban en un mercado creado para la prueba. Los cerebros de los participantes fueron analizados mediante imágenes de resonancia magnética funcional, que analizan el flujo sanguíneo en el cerebro indicando las zonas de actividad.
Como señala el analista Daniel Stuckey: Al observar a estos inversores formar burbujas en un mercado ficticio, se encontró una fuerte correlación entre áreas separadas del cerebro responsables por un lado del procesamiento de juicios de valor, y por otro del área de la predicción del comportamiento ajeno.
Al formarse burbujas financieras se veía una mayor actividad en la zona que elabora los juicios de valor. Los traders que tenían más probabilidad de perder su dinero en una burbuja mostraban un repunte de la actividad en esa zona del cerebro.
En ese escenario, la gente empieza a ver al mercado como un rival estratégico y cambia los procesos cerebrales que están usando para tomar decisiones financieras, afirma Benedetto De Martino, investigador de la Universidad Royal Holloway de Londres. Empiezan a tratar de imaginar cómo se comportarían los demás operadores, y esto les lleva a modificar su criterio sobre el valor del activo. Ellos se centran menos en la información explícita y en los precios reales del activo, y más en cómo se imaginan que el mercado va a cambiar. Estos procesos cerebrales han evolucionado para ayudarnos a llevar mejor diversas situaciones sociales, pero hemos demostrado, señala De Martino, que cuando se utilizan dentro de un sistema complejo como los mercados financieros, pueden dar lugar a comportamientos improductivos que impulsan un ciclo de auge y caída.
El equipo de investigación encontró que las malas decisiones surgieron cuando los participantes vieron un incremento en la disparidad entre el valor de un activo y la velocidad de las transacciones de ese activo. Una desviación de la tendencia al alza, atrae un enjambre de operadores y se entra en un círculo vicioso de malas tomas de decisiones.
Peter Bossaerts de la Universidad de Utah, co-autor del estudio, afirma que “cuando los participantes ven una inconsistencia en la velocidad de las transacciones, piensan que hay personas que saben más que ellos y que están operando en el mercado, y apuestan a favor de ellas. Pero en realidad, es una mala apuesta porque raramente saben más que ellos”.
Básicamente este estudio describe “el efecto manada”, que desde un punto de vista evolutivo nos fue útil para protegernos en la seguridad del grupo, pero que en los mercados nos lleva a asumir que si todo el mundo está comprando un activo, debe ser porque es una oportunidad interesante, porque todo el mundo no puede estar equivocado…pues sí, a veces todo el mundo, o gran parte de él, está equivocado.